Yo este 8M me voy a quedar en casa, apoyando en el corazón y en el pensamiento al feminismo como hago siempre, día sí y día también. Como hago siempre desde hace no tanto, en realidad. Hoy, a 4 días del 8 de marzo, vengo a contaros cómo poco a poco mi pensamiento pasó de ser machista a feminista. Sí, soy mujer, pero también fui machista. No creo que haya sido (o sea) la única. De hecho, es probable que muchos de nosotros lo sigamos siendo aun siendo feministas. Porque el machismo está muy metido en nuestra cabeza, y todo nuestro entorno se encarga de reforzarlo.
Mis amigos hombres se burlaron de mí una vez que comenté que yo antes era machista. Para adelantarme a los que podáis pensar como ellos: desde luego jamás he tolerado ningún tipo de agresión o violencia hacia las mujeres. El quid de la cuestión está en que el machismo va mucho más allá. Estar en contra de las violaciones y la violencia hacia las mujeres no te hace ser feminista. No si tu discurso y tu pensamiento acaban ahí. Esto es solo una parte muy grave y muy visible de un problema mucho mayor.
Pero vamos a lo que vamos:
La adolescencia es siempre una época convulsa en la que nuestras influencias por la cultura y nuestra idealización de la misma pueden volverse un poco en nuestra contra. Siempre me da la sensación de que películas, libros y series transmiten de una forma muy silenciosa pero continua un sistema muy machista que marca nuestros pensamientos en esas edades. Presentar a las mujeres como personas que únicamente aspiran al romance y a los bebés, representadas a menudo como madres o esposas perfectas, cariñosas y domésticas nos puede marcar. No porque esta forma de vida esté mal, sino porque resulta frustrante que la representación mayoritaria no sea capaz de mostrar nada más allá.
No ayuda tampoco que en la memesfera suelen representarse a las mujeres de dos formas principales. La primera es una que se parece bastante a la tradicional de esposa perfecta, capaz de dar apoyo incondicional, una suerte de ente superpoderoso que ama y cuida sobre todas las cosas, pero que debe ser protegida por su marido de todas las cosas malas. La segunda es la imagen de mujer egoísta, histérica, neurótica, posesiva y nada empática. Las dos son fulminantemente habituales.

Todo esto dentro de un complejo imaginario en el que, entre otras cosas, los hombres única y exclusivamente piensan en sexo cis heterosexual y cualquier feminista es una mujer fea y amargadas (curraos más el insulto que el cliché que ya cansa, en serio).
Junto a que la mayoría de mis relaciones en esa época eran mayormente chicos, todo hizo que no viese una alternativa y desarrollase cierta aversión al género femenino, basándome en estos prejuicios. Esto provocó una cosa que no vi venir: dejé de sentirme identificada como mujer (al menos como mujer normal) porque yo no me veía reflejada en esos estereotipos cutres sobre cómo se suponía que eran las mujeres.
Pero siempre se tienen relaciones con otras mujeres, más o menos cercanas. Compañeras de trabajo o de clase, familiares, amigas. Esto me hizo darme cuenta de una cosa: en temas como ver la regla como algo normal, en las reacciones ante el miedo de caminar sola por la calle, e incluso en la forma de ver la sexualidad con consentimiento, los hombres de mi entorno no respondían nada bien. El acercamiento paulatino al feminismo fue natural. Ver que en temas en los que pensaba que estaba sola, no lo estaba. Ver que mis miedos e inseguridades no eran raros, sino que, de hecho, eran bastante habituales entre las mujeres me hizo avanzar aún más en esa dirección.

Poco a poco me volví más y más feminista gracias a un entorno en el que me sentía protegida y acompañada en problemas derivados del machismo: la magia de la sororidad. Y este sentimiento feminista creció al tomar conciencia a través de mis propios contactos que habían sufrido estas violencias de un modo u otro. A día de hoy reconozco que puedo llegar a ser un poco cargante con el tema, pero me reconforta saber que siempre encuentro a personas que me apoyan en esta lucha. Por eso este 8M, más que a salir a la calle, prefiero reflexionar y pensar en todo aquello que este movimiento me ha dado, todo lo que me ha ayudado y todo lo que queda aún por hacer.