@Imposibleolvido

Diez de la noche. Llevo cuatro días sin ver a Joss, esta tarde recibí un paquete por mensajería con ropa interior extremadamente sexy: un conjunto rojo de encaje, de cuatro piezas, sin apenas tela, al menos por abajo. Lo acompañaba una escueta nota, «no me llames, no me whatsappees, date un baño relajante, cena algo ligero, ponte esto y vístete bien elegante. Te recojo a las diez abajo. Sé puntual. Joss.»

No lo esperaba hasta el fin de semana, así que entré en ese estado de ansiedad y nerviosismo febril y le hice caso. Diez menos cinco y ya estaba llamando al ascensor. Él ya estaba en la puerta, con el coche en doble fila y con esa sonrisa pintada en la cara.
– Estás impresionante, ratoncita.
Me besó, me abrió la puerta del copiloto y se quedó un segundo mirándome antes de cerrar. Me sentía nerviosa, expectante, aún no sabía a dónde íbamos, aunque mis ganas de él y la ropa que llevaba puesta debajo del vestido me tenían completamente excitada ya de anticipo.
Conduce sin apenas mirarme, aunque su mano descansa en mi pierna, lo miro de perfil y sonrío. Me gusta lo que veo. Entramos a un parking subterráneo a las afueras, no me suena nada el sitio pero empiezo a parlotear sin sentido, de esto, de aquello, de lo de más allá… Él se limita a sonreír y a, muy de vez en cuando, mirarme de reojo.
Al meter el coche en la plaza de garaje, una puerta baja despacio detrás de nosotros, dejándonos encerrados en una especie de cubículo, lo miro extrañada y él, para el motor, se gira hacia mí.
Hoy va a ser tu noche, quiero que disfrutes, que confíes en mi, y sobretodo que te dejes llevar.
– Pero, ¿me vas a explicar dónde estamos, no?
– ¿Tú confías en mí, ratoncita?
– Ya sabes que sí.
Bajamos del coche, hay un interfono desde donde nos dicen que esperemos, que nos acompañen. Automáticamente se abre una puerta en un lateral y un hombre uniformado de botones del siglo pasado nos hace seguirlo. Subimos en ascensor y entramos en una especie de sala de baile, todo dorado y rojo en latón y terciopelo, semi iluminado, hay una enorme barra de bar de un lado a otro del salón, y gente, en grupos, en pareja, solos.
Me llama la atención que algunos vayan desnudos, otros vestidos y alguno que otro en albornoz. La curiosidad puede más que yo y al girarme hacia Joss lo veo mirándome fijamente, sé que espera una reacción, pero quiero sorprenderlo, así que cojo aire, le aprieto la mano y tiro de él hacia dentro.
Fingiendo una seguridad que no tengo, noto la boca seca e imagino que esto es alguna especie de club de intercambios, me yergo y sonrío a Joss, que me mira expectante. Nos dirigimos a la barra del bar, nos sentamos en dos taburetes cara a cara. Joss pide dos whiskys dobles con hielo, y comprendo que lo voy a necesitar. Me siento nerviosa. Noto muchas miradas sobre mí y empiezo a incomodarme un poco. Joss me guiña el ojo, me coge de la barbilla y me besa.
– Soy el hombre más envidiado de todo el local, ¿lo sabes? Y tú eres la mujer más valiente que conozco. Hoy vas a disfrutar como nunca, yo me encargo. Ahora, quiero que te quites el vestido.
– ¿Ahora?, ¿Aquí?
– Sí, ¿por qué no?, ahora, quítatelo para mí.
El brillo de sus ojos me anima a hacerlo, me gusta complacerlo, incitarlo, así que empiezo a buscar la cremallera a mi espalda, pero el nerviosismo me puede. Joss se acerca a mí y me envuelve su olor, tengo la cara pegada a su pecho mientras me baja la cremallera. Me pongo de pie, pegada a él y bajo primero las mangas, dejando al descubierto el sujetador sin copas que me mandó, mis tetas están a la altura de su barbilla y él, goloso como es, no puede evitar cogerlas y besarlas. Me empiezo a excitar, sé que mucha de esa gente nos estará mirando y eso revoluciona aún más la adrenalina por mis ya, revolucionadas de por sí, venas.
Cojo el vaso de la barra y lo apuro en un trago. Joss se ríe y me imita. Pide dos más. Lo miro interrogante y me asiente con la cabeza, señalando el vestido y el suelo. Así que lo deslizo lentamente hasta mis pies, salgo de él y me agacho a recogerlo…
– No, así no, Tina, enséñales tu culito, no te agaches en cuclillas, así eso es, estás imponente en esos taconazos, ven aquí.
Y me perdí en su boca, en sus besos, en su olor. Por un instante olvidé dónde estaba, le besé con todas las ganas acumuladas durante esos cuatro días, le mordí el labio, la barbilla, besé su cuello, sus manos me acercaban a la erección que provocaba en él, y ese poder me incendiaba aún más, besando como cuando besabas a los trece, sin medida, ni fin.
Vamos quítame la camisa, ratoncita.
Continuará…

 

Imagen de portada: capuchino18.blogspot.com

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