Mi lengua hacía tus delicias, no te veía pero podía sentirte y eso hacía que mi mente volara y mi miembro se endureciera. Me empecé a tocar mientras con mi otra mano apartaba tus labios para dejar camino libre a que mi lengua se introdujera en ti.
Emanabas calor, mucho calor y me lo estabas contagiando. Por instantes no le dábamos importancia a estar en un pasillo de una casa abarrotada de gente, sin embargo en otros, queríamos que nos viesen, que el resto fuese testigo de esa escena llena de placer y de lujuria. Solo podrían mirar.
Estabas en una constante lucha contigo misma, eras la hermana menor, la más joven del lugar, ¿qué iban a pensar de ti? ¿Se lo dirían a tus padres? Ese no era el momento para pensar en aquello, tenías mi cabeza entre tus piernas, la humedad ya brotaba de tu sexo y recorría la cara interna de tus muslos. Me apretabas la cabeza con fuera contra ti.
Te costaba pronunciar palabras, por lo que con cortos y bajos gemidos me dabas señales de lo que querías. Te incorporaste de la mesa y te apoyaste en ella, me cogiste las manos y la pasaste por tus nalgas, suaves y tiernas, como un bizcocho. Me acerqué a ellas y las mordí, ardía en deseos de probar a que sabía tu piel.
Acto seguido te inclinaste sobre el mueble y acercaste mi cuerpo al tuyo, susurrando dijiste: “Penétrame, estoy muy mojada y quiero sentirte dentro”. Dudo mucho que se pudiera estar más excitado de lo que yo estaba en ese momento, se juntaron muchas fantasías y muchos deseos en un solo instante.
Empapé mi polla en saliva y me dispuse a introducirla, estaba apretado y caliente, poco a poco te ibas abriendo al paso de ella. Notaba como apretabas tus paredes para sentirla a cada centímetro. Tus gemidos aumentaban, tus uñas chocaban contra el mármol de la mesa y tu espalda se arqueaba. Tus suspiros se perdían y se confundían con el murmullo de la habitación donde estaba la fiesta.
Cada vez el ritmo se hacía más intenso, el mueble golpeaba contra la pared por la fuerza de mis embestidas, y tus pechos se movían como el viento mueve las flores, de una manera muy delicada. En la oscuridad empecé a ver como brillaba tu espalda descubierta, estabas sudando, liberando placer a partes iguales entre excitación por aquel polvo y por la situación.
Me susurrabas y a duras penas podía oír lo que me decías, supuse que eran susurros pidiéndome más y no me equivocaba. Echaste tu mano hacia atrás y clavaste tus uñas en mi trasero, yo acerqué mi boca a la tuya y nuestros jadeos se fundieron en uno. Con una mano agarré tu cadera y con la otra tu pelo. Te pregunté: “¿Quieres más fuerte?” Tus palabras fueron: “Sí, reviéntame”
Tiré con fuerza de tu pelo y la clavé hasta el fondo. No hubo ningún impedimento, tus excitación se encargó que aquello resbalará como en una pista de hielo y entrara de principio a fin. Así estuvimos varios minutos, no sé acertar cuántos porque no era lo que más me importara en esos momentos. Era tu clímax.
De repente, se oyó un ruido y voces que se acercaban… ¡Dios, nos iban a pillar! No queríamos parar, nos excitaba que nos pillasen y seguir a lo nuestro, pero pesó más la condición de quien eras. Cogimos nuestras ropas y nos metimos en una habitación corriendo, creemos que no nos han llegado a ver…
Continuará…
Lo siento pero no me gusta nada, haces comparaciones muy chorras como lo de «»tus pechos se movían Como el viento mueve las flores»» «»aquellos resbalara como en una pista de hielo» . Además no puedes decir unas veces «»polla»» y otras «»pene»» en la misma situación.
Esto es una crítica constructiva, que lo tengas claro, anímate y esfuérzate mas, estos relatos así los escribe cualquiera, besos, galante
Buenas tardes Julia, muchas gracias por dejar tu crítica. Es normal que no a todo el mundo le gusten, pero igualmente es bienvenida y bien recibida. Un saludo. Simón Galante.