Autor: Simón Galante.

El día acabó compartiendo confidencias asombrándome a cada palabra y comprobando que la perfección a veces se roza. La vi aparecer andando por la arena, con una túnica blanca hasta los pies, un sombrero le cubría parte de la cara pero se adivinaba su pelo flotando alrededor de ella. No era especialmente alta, pero la majestuosidad con que la túnica seguía fielmente su piel entreviéndose su escote, su pecho, sus brazos y piernas. Aquella forma de andar que hacía que la cesta de mimbre que llevaba en la mano resultase casi flotante llamó mi atención.

A esa hora ya se habían empezado a marchar todos a comer, niños incluidos, por lo que mi cabeza ociosa,empezó a imaginar el origen de la mujer de la túnica blanca. Habría trasnochado, habría dejado al marido en la cama, habría venido con amigas, tuvo noche movidita…

Se sentó no muy lejos mío, sus gafas de sol impedían saber dónde miraba, pero si no las hubiera llevado diría que me miraba fijamente, o no…Yo, amparado por los cristales oscurecidos de mis gafas graduadas la miraba fijamente. Estaba verdaderamente intrigado ¿A quién esperaba? ¿Se bañaría? Descartando a las vecinas de mi toalla aquella era la novedad mas excitante de todo el verano e iba a descubrir sí o sí aquel misterio, o eso pensaba yo.

No sabía la que me esperaba. De pronto abrió su cesta y sacó dos copas, impecables. Dije yo: espera a alguien. Y volvió a quedarse en aquella postura, contemplando toda la costa. Me levanté, pues ya era embarazoso. No quedaba nadie en la arena. Al hacerlo me llamó.

-Disculpe, ¿podría ayudarme? Creo que yo sola no voy a ser capaz. Dí un respingo al escucharla. En la vida pensé que me iba a hablar, y supe que era a mí porque no había nadie más.

-Dígame, ¿qué necesita?

-¿Le importa acercarse y sentarse aquí conmigo?

Me senté y no puse ni media excusa: no la tenía. Abrió de nuevo el bolso y sacó una botella en un enfriador.

-Sé que no voy a poder hacer uso de todo esto yo sola, y me preguntaba si no le importaría acompañarme. Sacó un sacacorchos y me entregó ambas para que abriese la botella. Seguí sin buscar excusa, aquella botella no sabía lo que contenía, vino, quizás. Pero estaba fresca y acompañar a esa mujer era lo que verdaderamente me apetecía.

-Me llamo Ana, llegué ayer de la ciudad solo dispuesta a relajarme, nada más.

-No hace falta que me cuente usted nada si no quiere, no es esa la intención. Me llamo Óliver, llevo aquí unos días y me encanta que me hayas invitado. Sea por el motivo que sea.

Ana sonrió. No dijo mucho más, solo llenamos las copas y oímos el mar. La botella era vino blanco fresco, entraba perfecto, abrió un paquete y dejó un pequeño pica-pica que me ofreció y con el que acompañamos el vino. Yo no pensaba en nada, solo la miraba y ella a su vez el mar. Comimos y bebimos, nos rozamos los brazos, las manos, las miradas.

A través de la abertura de su escote se le veía el pecho sin bikini, suelto, notándose los pezones por encima. Decidí dejar de mirar, pero era imposible. El vino relajó más la situación, parecía que nos conocíamos de siempre. Cuando acabamos me dio las gracias, se levantó y dijo que si quería acompañarla. No sé donde íbamos pero por supuesto que sí.

Llegamos en dos minutos al hotel pegado a la playa, un edificio precioso de madera blanca con un ventilador en el techo. Todo allí era blanco, los visillos que se volaban con la brisa, las butacas con su reservado de lamas de madera con el único testigo del mar. El sitio estaba casi vacío y privado.

Tomamos café con licor, pasó su mano por la mía, por mi brazo, pegó su pierna a la mía y aquel escote que seguía hipnotizándome a cada movimiento. Me habló despacio, casi susurrándome, dejó aposta que su pecho me rozase y lo noté terso, lleno. Me dijo que allí se sentía otra persona, que ella se guiaba mucho por el contacto y que se perdía mucho el tiempo con las palabras.

La tensión entre nosotros era visible, empecé a acariciar su cuello, su pelo y ella no dejaba de pegarse a mí. Puso mi mano en la punta de su pecho y al contacto se enervó más aún, fantaseaba con quitarle todo -con comerle sus pezones- y aquello me excitó más. Ella como si de mi amante se tratase ya había ascendido a la base de mi nuca, chupaba mis orejas y metía la puntita dentro de ellas: me estaba volviendo loco, pero no quería que acabase. Era el sitio ideal y la mujer ideal.

Recorrió mi espalda, me acarició los muslos y yo hice lo mismo pero intenté ir más allá, quería rozarla, ver su reacción y que gimiera. Le metí un dedo por debajo de su lencería, ella estaba húmeda y se pego más a mí, respiraba más fuerte y abrió las piernas.

Al hacerlo algo estalló en mi, mi abultado pene se liberó de toda la tensión sexual que había soportado. Quería gozar y para siempre, ella lo notó y dejo que siguiera en su sitio solo se acomodó para que yo jugara con sus labios, metiera el dedo dentro de ella y empezaran a resbalar todo su flujo por las piernas. Me arrodillé para chupar todo,  aproveché y le succioné su botón de placer. Le pasé la lengua por sus rosados labios, era suave, tierna, dulce y poco a poco me embriagó más que el vino.

Ella estaba obnuvilada, con sus piernas en mis hombros. Yo trabajando, chupando, gozando, oía sus gemidos secos. Estaba tan excitada que había sacado sus pechos por el escote y se los mojaba con su saliva, su cara era de gusto, de sigue…yo estaba reventando. Ella se deslizó al suelo, yo me agaché e improvisamos un 69 en el que las ganas de probar y chupar superaba la gravedad.

Notaba como mi polla entraba en su boca y masajeaba con su lengua la punta dándome un placer que en parte, por el sitio, la situación y me aceleraban más. Yo también gemía, siempre lo había hecho, le decía que más. ¡Ah, qué gusto! Me notaba duro, mi polla había crecido dentro más y más.

Se incorporó y se puso a cuatro patas, le embestí por detrás. Ahí ya los dos dimos rienda suelta a quejidos tenues que la música de la sala se encargaba de tapar. Noté cómo estaba a punto y la acaricié casi encima de ella su clítoris. Ella gemía más y más. Cogía sus pechos y los apretaba, me puse debajo y los chupé uno a uno.

Ella mientras, se masturbaba y yo hacia lo mismo, pero tenía que follarla un poco más. Se la metí y sin dejar de tocarse su sexo veía como los dos llegábamos al orgasmo mas rápido que hubiésemos querido. No tardamos en acomodarnos y subimos a su cuarto para seguir excitándonos más y más, haciéndolo en su ventana, en el sillón. Nos chupamos los pies, nos hicimos cosquillas, nos volvimos a correr.

Nos quedamos dormidos.. La ducha fue la excusa perfecta para seguir un poco más. Ella me confesó que necesitaba desconectar, el sexo es lo que quería y esa mañana salió a buscar a la persona con la que hacerlo.. Me vio desde el principio.

Somos de la misma ciudad. Repetiremos cada momento que encontremos, que serán…y muchos. Un día me llevó a casa de una pareja y empezamos a jugar los cuatro. Leímos un relato erótico que cada uno habíamos vivido, terminamos chupándonos todos a todos y corriéndonos en un placer sano… disfrutado y consentido.

Continuará…

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