Como ya hablamos en otras ocasiones, esto del sexo guarda en su haber un amplio abanico de filias, filias conocidas y otras no tanto, que pueden crear desconcierto y náusea a un público que solo aprueba aquello que está dentro de los formalismos socio-sexuales. Lo último que os explicamos fue la zoofilia, ese tema tabú que aún no es ilegal, hoy os traemos una filia más extraña si cabe: ponerse cachondo viendo a otra persona comer.
Una de las muchas protagonistas que ganan dinero con estos gustos tan particulares es Tammy Jung. Ella, cada día, se pone delante de una webcam comiendo como si no hubiese mañana. Según ella, le encanta tragar y es difícil verla saciada. Entonces, decidió aunar su gusto por comer y el deseo sexual que eso produce en algunos hombres.
Tammy declara que ingiere alrededor de 5.000 calorías diarias (2.000 calorías necesita una mujer estándar para satisfacer sus necesidades alimentarias diarias) y, además, necesita de un embudo para comer más y más, aunque se vea en algunos casos saturada de dips buckets o cualquier cosa similar. Al final del día, su novio Johan Ubermen la enchufa un embudo por el que hacer pasar batido de leche y, con eso, la nena se va a dormir.
No crean que Tammy Jung siempre estuvo al borde de la morbidez. Tammy era una chica delgada, pero le privaba yantar, en especial hamburguesas, patatas fritas, pollo del KFC y una sarta de bocadillos de distintas clases. En total, la cuenta en víveres asciende a 200 dólares cada día, dinero que contrarresta con sus shows por cámara web, muy cotizados, por otra parte.
El objetivo de esta BBW (Big Beautiful Woman), con unos 120 kilos de peso aproximadamente, es dar un paso más y alcanzar los 190 kilos, es decir, la categoría de SSBBW (Super Size Big Beautiful Woman) que, a su vez, es una tipología del porno y un fetiche muy valorado al otro lado del charco.
Tammy tan solo tiene 23 años y ha pasado de ser una esplendorosa joven a ser una típica rubia americana con graves problemas de obesidad. Quizá por desconocimiento, seguirá comiendo hasta lograr que su báscula (a la que se sube con dificultad) marque los 190 kilos de peso.
Los riesgos que esta práctica conlleva podrían afectar enormemente a la salud de esta estadounidense con unas pretensiones ‘diferentes’ a las del resto de chicas de 23 años. Mientras los cheetos, el bacon y las pizzas baratas sigan siendo su dieta habitual, los 190 kilos estarán a tiro de piedra y a disposición de los ojos de los hombres más lascivos.