Déjame desabrochar tus vaqueros, y quitarte la camisa.
Ven, desnúdame, quítame estos miedos.
Acércate despacio a mi sonrisa.
No apagues la luz, déjame verte, ilumíname con tu deseo, déjame soñar que yo provoco en ti una sensación de amor del bueno.
¿Ves como muerdo mis labios?, ¿Notas el latido en mi cuello?, este nerviosismo de anticipo, este desearte como dueño.
Bajas lentamente por mis costados, noto la presión en mis costillas, los pulgares de ambas manos bajan a la vez sobre mi estómago, rodeas mi ombligo con ellos, tus manos abarcan mis caderas, las presionan, sigues bajando por mis muslos. La lentitud de tus movimientos me provocan un desesperado placer, abres mis piernas, las presionas sobre el colchón, noto tu aliento en mi cuello, quiero besarte, así que giro la cabeza, buscándote.
De repente y sin previo aviso tu aliento en mi ombligo, noto como erizas mi piel tras tu boca, bajando hacia mi coñito, el calor de tu boca alrededor de toda mi vulva entera dentro de tu boca. Tus dientes por encima de mi clítoris, tu lengua intentando entreabrir mis labios vaginales, que aprietas con tus mandíbulas, succionas, abro más mis piernas y las coloco encima de tus hombros, tus manos siguen masajeando mis pechos. Quiero tocarte el pelo, pero tengo las manos atadas por encima de mi cabeza, culeo sobre el colchón, te noto en mi oído, me susurras «ahora voy a hacer que te corras en mi boca, quiero comerte entera, ¿me oyes?».
¡Riiiiiiiiiiing!, ¡Ringgggggg!, me incorporo, miro el reloj: 07:00h. de la mañana. Apago la alarma. Cojo el teléfono sobre la mesita de noche, un mensaje tuyo: «Buenos días, mi loba, hoy nos vemos, ¿te recojo en el curro esta noche?».
Sí, recógeme, tengo que ir a comprar una venda y unas esposas… pienso sonriente.