Más propias de Hollywood que de la Cámara de los Comunes son las intrigas sexuales que rodean a la alta alcurnia. En este caso, el Primer Ministro inglés se ha visto salpicado por un rumor bastante consolidado que le deja en muy mal lugar, dado que las connotaciones del acto en sí ponen de manifiesto la falta de integridad del máximo mandatario anglosajón.
Hace ya cuatro años, saltaba a las pantallas de cada casa una serie que fue infravalorada muy injustamente. De hecho, en España asomó la cabeza en Cuatro como quien ve ‘Alerta Cobra‘ temprano, el día de Año Nuevo. Si bien es cierto que nuestro carácter consumidor no es precisamente de pico fino, en Inglaterra, su fábrica de forja, tuvo una relevancia mayor, sin llegar al culto. ‘Black Mirror’ nos enseñó a pensar y a apreciar la filosofía desde un punto de vista diferente al que nos inyectaban en vena en el Bachillerato. Las nuevas corrientes filosóficas, que rozan la esquematización de un mundo hecho en base a una pauta, una vida sin objetivos ni sentimientos, o algo tan escatológico como relaciones zoofílicas, se muestran en este compendio de fragmentos de 45 minutos que te atrapan al televisor.
Ahí está el merme de la cuestión, en la zoofilia. Callow, Primer Ministro inglés, debía penetrar a un cerdo si no quería que la vida de la princesa Susannah corriese peligro. Quizá fue el capítulo más irreverente de la primera temporada, y de la saga entera. Un episodio piloto que deja al de ‘True Detective‘ o al de ‘Breaking Bad‘ a la altura de aperitivos consistentes en Aspitos y aceitunas. Callow refocila con el puerco, en público, mientras es visto y grabado por miradas curiosas y personal de prensa.
¿Y a qué viene toda esta patraña surrealista? Pues bien, Charlie Brooker, padre de ‘Black Mirror‘, quizá sabía ‘algo más’. El público tenía constancia de que él sabía algo más, ¿por qué si no una idea tan utópica pero tan bien orquestada? Porque, aunque parezca una burla, el Primer Ministro inglés David Cameron mantuvo relaciones con un cerdo. Solo dos puntos se distancian de la filmación: el cerdo estaba muerto y no existía ninguna princesa retenida.
El líder del Partido Conservador introdujo su pene en la boca de un gorrino inerme durante su época de estudiante en Oxford, como rito iniciático, a modo de novatada, para ser miembro de la sociedad ‘Piers Gaveston’. Esta hermandad organizaba bacanales sin igual y contaba con las costumbres más extrañas de las Universidades inglesas. Piers Gaveston, para que se hagan una idea, era el amante homosexual de Eduardo II de Inglaterra. Es pues, cuanto menos, sospechosa la similitud entre la creación, a la vez bella y aberrante, de 44 minutos de episodio y la cruda realidad del suceso.
Michael Ashcroft, antiguo miembro del Partido Conservador, es quien ha abierto la Caja de Pandora, amén a la rabia contenida durante años por no recibir el puesto merecido como pago de ser bienhechor de algunos eventos y secciones de la organización. La venganza es cuanto menos hiriente, tanto por el revuelo mediático, como por la inestabilidad política que ha creado y crea en la sobria y educada Inglaterra un caso como este, donde los valores caballarescos se quedaron en la boca de un cerdo muerto.
El ya llamado ‘Piggate‘ ha revolucionado las redes sociales, como ocurriese en el caso de Charlie Brooker. De ‘The National Anthem‘, que es como se tituló el piloto, se extraía una moraleja muy sencilla como es la celeridad con la que se viralizan hechos comprometidos, tragedias o crisis de Estado, en las que la objetividad queda a un lado y el amarillismo salta a la palestra.
Como apuntaba Rodrigo Terrasa en la tarde de ayer para el periódico El Mundo, éste no es el primer escándalo que ve la luz en el plano político anglosajón. En la historia reciente han sido tres las principales polémicas que han sonrojado las mejillas de más de un dirigente del Parlamento.
John Major, del 90 al 97 mantuvo relaciones homosexuales con varios chicos, algunos de ellos menores de edad, incluso con la ex viceministra consevadora, siendo él el Primer Ministro del Reino Unido y, por tanto, cabeza visible por aquel entonces del Partido Conservador. Jeffrey Archer, alto mando de la misma agrupación política que sus compañeros de vicio y juergas, fue señalado por mantener relaciones con una prostituta de lujo y excusar el coste del servicio como dietas de viaje. Por último, el representante de la Cámara Alta John Sewel fue pillado y filmado consumiendo cocaína ataviado con un sujetador y una chaqueta de mujer.
Los escándalos en la política de Reino Unido son numerosos y, aunque quizá no haya tantas corruptelas económicas como las hay en España, los líos de faldas (y de calzoncillos) parecen estar a la orden del día. Quizá en 2011, Charlie Brooker quiso decirnos algo y no supimos ver más allá del carácter distópico de las relaciones zoofílicas en el marco de la política. Pues sí, ahí estaba, contándonos una verdad sangrienta para la atildada Inglaterra, cuyos valores se desmoronan con casos como el de Cameron y la exánime ‘putita’ de Peppa Pig.