Autor: A. Irles.
Con las sacudidas de antes, uno de los altavoces se había desatado del cabecero de la cama y descansaba boca abajo sobre las sábanas, haciéndonos llegar parcialmente ahogados los gemidos de nuestra compañera de juegos, “Nena”. Mi chica, “C”, jadeaba con la almohada entre los dientes y las muñecas esposadas al mismo cabecero donde aún quedaba un altavoz enhiesto.
Dirigía su mirada vidriosa, protegida por el antifaz negro de gatita que le pidió “Nena” que llevase, al otro altavoz. La dirigía ahí mientras mi polla la perforaba lentamente, recorría su interior sintiendo sus recovecos en mi sexo duro y venoso, notando su humedad derramarse empapando mi falo, mis huevos y su culo, haciendo un charco entre nuestros muslos. Ladeada, con su muslo izquierdo secuestrado entre mis piernas y su gemelo derecho en mi hombro.
Yo jugaba con su liguero, acariciándolo y acompañando la tira hasta el corsé negro que nos había enviado “Nena”. Ella miraba al altavoz mientras yo la horadaba con paciencia, sin salir de ella, poco a poco, explorando cada centímetro, cada rincón de su coño encharcado de calor, rebosante de carne y perforado hasta las entrañas. Ella dirigía allí la mirada, al altavoz, agarrándose al cabecero, tirando de él intentando soltar las esposas, gritando con los dientes apretados.
Ella dirigía allí su mirada escuchando los gemidos de “Nena” que se masturbaba en la pantalla de ordenador a nuestro lado y le susurraba a “C” que se corriera otra vez, que quería verla temblar otra vez, que le encantaría degustar su coño salado y violado. Yo miraba a “C” y luego miraba a “Nena” mientras seguía con mi movimiento cadencioso, pausado y profundo. Mi máscara negra se había caído y colgaba de mi cuello, “Nena” seguía masturbándose en la cama, a cuatro patas, con su peluca rosa frente a nosotros y su sexo oculto tras su cuerpo y el corsé negro, idéntico al de “C”.
– ¿Te gusta, puta? – les pregunté a las dos.
Me respondieron ambas con un jadeo, con un quejido de placer ahogado entre las sábanas del hotel. Le azoté en el culo, en las nalgas que me pertenecían, y otro gemido salió de su boca, uno que le hizo soltar las sábanas de entre sus dientes y gritarme que sí. Le azoté otra vez y dejé de moverme dentro de ella. “Nena” se recostó en su cama y nos mostró su coño inflamado, besado, chupado, comido por sus dedos.
– ¿Lo quieres? – le pregunté a “C”.
Pero no le dejé responder, le azoté otra vez, con la mano derecha, le clavé la polla hasta el fondo y apreté contra ella. Con la mano izquierda invadí su clítoris, chorreante, húmedo. Lo probé con mis dedos y lo empecé a masturbar a la vez que la vaciaba de mi carne, dejándole solo la punta dentro. Ella tiraba de mí con sus piernas pero poco a poco perdían la fuerza con el orgasmo que le llegaba, el orgasmo que la hacía vibrar, el orgasmo que contrajo su interior masajeando mi dureza hasta que dejó de obedecerme y se clavó dentro de ella.
Una y otra vez, frenéticamente, llenándola de semen y de mí. Sin parar, como poseído por las oleadas de placer que vibraban dentro de ella. Con las nalgas más y más rojas por mis palmadas. “Nena” ya no aparecía en la pantalla del portátil y oímos el ruido de la puerta que comunicaba con la habitación contigua abriéndose cuando “C” estallaba en un grito que le hizo retorcerse bajo mí y bajo las esposas. “Nena” se sentó a nuestro lado cuando yo salía de “C” y los borbotones de ella y de mí empañaban la cama.
– Te lo dije – le susurré jadeante a “C” – que hoy tenía más sorpresas para ti.
Ella me contestó con una sonrisa, con un labio entre sus colmillos y con un ronroneo entre sus piernas. “Nena”, sentada a nuestro lado, nos miraba silenciosa, con el pecho palpitante bajo el corsé, con los labios entreabiertos y ansiosos.
– ¿Qué hago? ¿Le abro las esposas?