Autor: @SkyperO8A
Delicadamente extendía por su cuerpo crema hidratante. Aquella noche, Laura necesitaba sentirse segura, apetecible, sensual,… Tenía dos citas importantes; una con Carlos y otra con su despertar sexual. Tras elegir un salto de cama de color negro con el que ocultar tímida y sugestivamente su figura, repasó detenidamente su aspecto delante del espejo. Algunos mechones de su largo y fino cabello castaño reposaban sinuosamente sobre el sugestivo pecho que dibujaba el picardías.
En su mirada se destilaba una inusual seguridad. Los rincones de su cuerpo ya habían sido explorados una vez por él, eso le concedía la confianza necesaria para vencer su nerviosismo. Después de su aprobar su imagen, sacó de las profundidades del armario una bolsa, escogiendo de ella unos cuantos objetos que depositó dentro del primer cajón de la mesita de noche, sobre la que dejo unos pañuelos.
Carlos no apartaba la vista del incitante escote de Laura, mientras compartían una cerveza en el sofá. La charla era banal, tampoco importaba mucho cuando esa relación sólo tenía un objetivo. El aura de seguridad en si mismo que acompañaba a Carlos era lo único que seducía a Laura. Un hombre casado de 45 años (de vuelta de casi todo en la vida y algo fanfarrón a la hora de hablar sobre sus éxitos y conquistas sexuales) y que tras un par de conversaciones por Internet y un primer encuentro sexual con café de por medio, estimuló un paraíso de sensaciones y deseos desconocido para ella. No sabía bien el por qué. Tampoco importaba. Tampoco necesitaba nada más de él.
La insulsa conversación se volvió trascendente cuando Laura le formuló una pregunta:
–¿Sabes? No sé qué me das, pero…–titubeaba Laura- pero contigo siento un morbo y unos deseos que jamás había sentido, y…– las palabras no acababan de surgir.
–Tranquila cielo, puedes hablar sin problemas– Carlos aprovechó la incómoda situación para colocar una mano sobre el muslo de Laura.
Sincerarse de aquella forma le estaba costando más de lo esperado. Miraba fijamente a Carlos, pero no sabía cómo expresar sus intenciones.
–¿Y…? Vamos no te cortes.
Laura esbozó una sonrisa desconcertante. Carlos quiso zanjar el momento y comenzó a besarla. Después de aceptar el beso, ella separó ligeramente su cabeza y dijo:
– Sé que…–continuaban sin salir las palabras– bueno tío, que sexualmente tienes mucha experiencia y hay cosas que me gustaría experimentar contigo.
Carlos multiplicó por siete su cuerpo, y su ego por muchas más.
– ¿Hay algo en especial que te apetezca hacer hoy?
Ella mordió sus labios y gesticuló su rostro respondiendo un “sí” mudo. Seguía sin saber expresar sus deseos. Toda aquella parrafada que tenía preparada se esfumó en el momento oportuno.
–Pues no sé. ¡Hmm! por ejemplo nunca he hecho sexo anal, y quisiera hacerlo por primera vez contigo, ¿Te apetece?
Carlos se abalanzó sobre ella, besándola y acariciándola como respuesta a esa proposición. Ella sugirió ir a la cama.
Al llegar a la habitación volvieron a besarse. Laura fue desabrochando la camisa de Carlos. Detrás de sus manos iban sus labios. Lentamente, sin prisas, descendía su boca por el torso de él. Los brazos de Carlos jugaban con el pelo de Laura, ella se colocó de rodillas, bajó la cremallera sin desabrochar el pantalón mirando a los ojos de su dueño. Sujetó el falo con su boca y comenzó a succionarlo. Labios y lengua recorrían con sabiduría el pene. La excitación de Carlos fue creciendo al ritmo de su erección, aquella boca engullía su polla una y otra vez, lamiéndola, humedeciéndola.
La idea de sentirse el amo del desvirgamiento anal de aquella criatura diez años menor que él, le excitaba aún más; su ego de macho era mayor que su erección. Se sentía poderoso ante la sumisión de Laura, aunque ella también comenzaba a sentirse dueña de la situación. Él estaba a su merced. Le hacía volar con su felación, se detenía cuando sentía palpitar en exceso el pene, entonces volvía a lamerlo suavemente; fijaba la mirada en su presa otra vez y volvía a succionar la polla con devoción. Era ella quién controlaba el placer y el momento.
Carlos la detuvo, estaba deseando complacer la entrega de Laura y de paso a su orgullo de desvirgador. Hizo que ella se incorporase. La besó dulcemente, una, dos, tres veces. Sus manos descendían al unísono de los besos recorriendo el cuerpo de Laura. Tras intuir las intenciones, ella le incitó a desnudarse por completo y tumbarse sobre la cama.
–Déjate llevar un poco por mí, luego seré toda tuya – susurró al oído de Carlos, que accedió sin dudar.
Le hizo sentarse sobre la cama. Cogió uno de los pañuelos de la mesita de noche y cubrió los ojos de Carlos. Lo tumbó boca abajo, delicadamente anudó en cada mano otro de los pañuelos y estos al cabezal de la cama. Se tumbó a su lado. Los dedos de Laura fueron recorriendo sinuosamente el cuerpo de su amante durante varios minutos, después puso debajo del vientre una almohada para encorvar el cuerpo de Carlos, introdujo su cabeza entre el cuerpo y la cama.
La lengua de Laura volvió a lamer el pene de Carlos continuando donde minutos antes lo había dejado. Él se dejaba hacer sin ofrecer resistencia, ella crecía en seguridad, le excitaba sentirse dueña de la situación. Lo deseaba. Necesitaba experimentar esa sensación de poder y dominación. La yema de un dedo se posó en el ano de Carlos justo en el momento que la garganta de Laura tocaba la punta del pene que succionaba, al minuto ese dedo se introdujo dentro del culo de Carlos. Ella separó sus labios para preguntarle:
– Me excita mucho verte a mi merced, ¿puedo jugar un poco más contigo?
– ¡Soy todo tuyo!- respondió él entre suspiros
Esa frase encendió un poco más la perversión de Laura. Era justo lo que ella deseaba sentir, ser ella quien poseía. Repitió con los pies de Carlos, atándolos a los pies de la cama. Él accedía sumiso. El último pañuelo lo reservo para ponerlo entre los labios de Carlos después de besarlo varias veces. Abrió el cajón de la mesita. Cogió un bote de crema, con la que fue untando y dando un masaje por el cuerpo su esclavo. Desde la espalda hasta los tobillos, recreándose todo el tiempo necesario. Una de sus manos se detuvo en los testículos, acariciándolos, también al pene erguido.
Durante un par de minutos Carlos dejó de sentir nada sobre su cuerpo, eso le incomodó. Laura estaba de pie contemplándolo al borde de la cama. Comenzaba ajustarse unas correas alrededor de su cintura. Estaba muy excitada. Su mirada era perversa. Su cuerpo vibraba ante el poder que sentía por la situación. Aunque hacía pocos días que había adquirido aquel consolador, ya probó varias veces la impresión de verse con aquel falo entre sus piernas. «No sentiré placer sexual con él; pero ¡Joder cómo me pone!». La sensación de poder someter a otra persona le hacía hervir en su interior. Su mente comenzaba a sentir un placer inusual.
– Tranquilo cielo, estoy aquí. Relájate.
Carlos notó las manos de ella sobre su culo. Laura acomodó la almohada debajo del vientre de él. Hizo un poco de hueco y su lengua se dedicó a excitar el ano de Carlos, mientras sus manos masturbaban el pene de éste. El siervo enloquecía con aquel beso negro; ella se incorporó, besó su cuello, lamió y chupó sus oídos, sin dejar de acariciar el falo de su esclavo.
– ¡Uf! Si supieses lo que me hace sentir esta situación ¡Eres mío!
Carlos se estremeció en el momento que sintió como algo frío se introducía en su ano. Se retorció intentándolo impedir. Ella agarró la media melena de su amante. Hizo un poco de fuerza intentando introducir “su pene”. Carlos se resistía, ella cesó su empeño, se tumbó sobre él…
–Tío, me siento la persona más excitada de este mundo. Es una puta pasada la sensación que tengo en este momento; prometo hacerlo suavemente, no te resistas, por favor… Déjame que pruebe, si te duele mucho o te disgusta pararé, luego lo harás tú conmigo, ¿Vale?
Extendió un poco de crema sobre su deseado agujero. Introdujo uno de sus dedos lentamente para lubricarlo. Palpó el pene de Carlos: estaba erecto. Él debería estar contrariado, pero su polla estaba muy excitada pensó Laura. Untó la punta del consolador con un poco de crema y volvió a la carga. Su sometido se estremecía, pero lentamente fue “tirándoselo” poco a poco…
Carlos quería decir algo, ella decidió que hablase su polla: continuaba tiesa. Hizo lo posible por masturbarlo a la vez que lo envestía. La sumisión total de aquella persona llenó de orgasmos mentales a Laura. Procuró ser delicada, con embestidas suaves. En su mano vibraba la polla de Carlos, se tumbó sobre él y fue introduciendo cada vez más profundo aquel aparato. Estaba aprendiendo a penetrar. La perversión en su mente no tenia límites. Las manos de Carlos se clavaban a las sábanas en cada arremetida. En uno de ellas, Laura descubrió la forma de moverse dentro de Carlos y a la vez estimular su clítoris con el roce del suave látex que envolvía su nuevo órgano sexual.
Su placer comenzó a ser sublime, aceleró sus movimientos, se agarró a los brazos de su poseído, escuchaba los gemidos balbuceantes de Carlos entre el pañuelo que le tapaba la boca. La sensación de poseerlo la desbocó. Sus acometidas se descontrolaron y con ellas el río de flujo de su vagina. Carlos se retorcía incesantemente, gemía sin cesar. Tras decenas de embestidas, Laura paró, exhausta y complacida. Se tumbó junto a Carlos. Su muslo se humedeció. Asustada buscó el motivo. Sobre la sábana yacían los restos del orgasmo más inconfesable del machito de Carlos.