Autora: @imposibleolvido.

Hacía dos semanas que no tenía noticias sobre Joss. Sus incesantes viajes por negocios lo tenían envuelto en una vorágine de idas y venidas de un punto a otro del mapa. Este extrañarle se estaba comenzando a convertir en costumbre, algún mensaje vía WhatsApp corto, aséptico, fugaz, era lo único que me aseguraba que de alguna manera, seguía con vida.

Mientras tanto, en mi día a día seguía encadenada a mis obligaciones como madre. Bien entrado el otoño, a punto de finalizar mi ansiado mes de vacaciones, llegaron una nueva propuesta laboral sobre la mesa y muchas dudas sobre si dar el salto o quedarme instalada en la comodidad de un trabajo seguro y rutinario. Era viernes, tenía una cena de negocios, quería comentar con mi actual jefe la golosa oferta que había recibido, así que nerviosa, y sin tener muy clara mi decisión final empecé a prepararme para salir.

De repente, el sonido del móvil interrumpe la elección de mi ropa frente al armario. “Hola pequeña, quiero que te sientes, cierres los ojos, y escuches el audio que te voy a enviar”. Era Joss, me senté, obediente y miré la pantalla brillante entre mis manos, deseosa de dejar de leer la frase de grabando audio. Presioné el play. La voz grave de Joss me envolvió y reconocí en ella uno de mis últimos relatos eróticos que, leído por él, multiplicaba su efecto sobre mí. Os aseguro que no hay nada más erótico que escuchar un relato de este tipo de labios de alguien a quien deseas, deberíais probarlo.

Estaba deseosa de dejar de leer la frase ‘grabando audio’. | Fuente: Flickr.com.

Mientras modulaba su voz dándole vida a aquellas letras, mientras escuchaba su respiración, sus pausas… mi mano, traviesa, buscó entre mis piernas consuelo, añorando sus manos sobre mí, esa voz pegada a mi oído, sin teléfono… “¿En qué te has basado para este relato, putita?, ¿pensabas en mí?, ¿no te estarás tocando, verdad?” Esas preguntas me excitaban lo indecible y, a la vez, me hicieron dejar de tocarme, parando en seco, dejando mi sexo palpitante y húmedo. “No, no lo hago, Joss, sólo, te oía, me has pillado a punto de empezar a arreglarme, tengo que salir…”

Expliqué entre gemidos contenidos la cena que tenía en un par de horas, el motivo, disimulé mis ganas de él como pude y entonces empezó el juego: “Quiero que cojas tu cofre de juguetes. Ve al armario y cógelo, ¿lo tienes ya? Bien, quiero que cojas las bolas chinas y las guardes en el bolso que vayas a usar esta noche, ¿me escuchas? Y también quiero que cojas unas braguitas de repuesto, te van a hacer falta. Arréglate, te dejo tranquila, pero no pierdas el teléfono de vista, procura cumplir todo lo que te vaya diciendo. Si no lo haces, lo sabré y te pondré un castigo. Créeme, no te va a gustar que lo haga, así que no me obligues a hacerlo. Guarda esas dos cosas en el bolso, y avísame cuando llegues al restaurante, allí te daré la siguiente orden.”

Se despidió de mí y me dejó allí, pasmada, mirando el teléfono, excitada, deseosa de él. Eso, junto al nerviosismo de tener que decirle a mi jefe que quería cambiar de trabajo y que me habían ofrecido un proyecto nuevo que me ilusionaba, todo junto, hizo que me sintiese más nerviosa aún. Empecé a arreglarme, me maquillé, guardé lo que pidió Joss en el bolso con una sonrisa al pensar en el uso que quería darle, apartando esa excitación de mi cabeza. Y salí.

Aparco. Mientras me acerco al restaurante saco el móvil y le escribo a Joss: “ya estoy aquí”. Me quedo mirando la pantalla, se pone en línea, grabando audio. Me acerco el teléfono al oído, empieza a relatarme nuestro último encuentro. Cómo me ató por primera vez manos y pies, cómo me vendó los ojos, cómo se sentía henchido de poder al verme allí para su uso y disfrute. Cómo me veía temblar, cómo disfrutó volviéndome loca de placer y cuando vio caer lágrimas desde la venda, sabiendo que eran de agradecimiento. Cómo no pudo evitar lamerlas, para sentirlas dentro de él; cómo no pudo evitar morder uno de mis pechos, marcándolo; cómo se arrepintió y lamió esa rojez mientras me hacía el amor suavemente; cómo lo volví loco al notar mi ano dilatado al acercar su lengua.

"Quiero que cojas tus bolas chinas y las guardes en el bolso". | Fuente: pixabay.com.
«Quiero que cojas tus bolas chinas y las guardes en el bolso». | Fuente: pixabay.com.

Me lo relató todo con su voz. Esa voz que me traspasa, esa voz que me estaba colocando en aquella cama de nuevo, juguete en sus manos. Todo sensaciones multiplicadas por mi indefensión, por no poder ver, ni hablar, maniatada, amordazada y con las piernas abiertas sin poder moverme. Empecé a notar cómo me palpitaba mi botoncito, y mojaba mis braguitas. “Tengo que entrar, Joss, no seas cruel, no me hagas entrar así…”

“Ya puedes entrar, ratoncita, pero antes una orden: cuando acabes el primer plato, quiero que entres al baño, con el bolso, y una vez allí, escuches mi siguiente audio, ¿me has entendido bien? Yo estoy muy cerca de ti. No, no me busques, si noto que lo haces te castigaré. Si veo que al acabar el primer plato no te levantas, te castigaré. No me obligues a hacerlo.”

Uf, esto era todo un reto para mí, allí, plantada en mitad de la calle, excitada, nerviosa, echándolo de menos a rabiar, y ¿estaba allí? Era muy capaz, o lo mismo era parte del juego, hacerme dudar. No le iba a dar el gusto de hacerlo, no dudaría, seguiría las instrucciones paso a paso. Quería hacerlo. Deseaba hacerlo. Lo haría.

La cena empezó bien, rápidamente olvidé a Joss, empecé a tratar los asuntos que me habían llevado hasta allí y, al ver a la mujer de mi jefe mirar su teléfono, caí en la cuenta de que lo había olvidado en el bolso. Disimuladamente lo saqué y lo dejé a la derecha de mi plato, la luz azul parpadeante indicaba que tenía algún WhatsApp sin leer. ¡El audio! Así que volví a sentirme excitada, levanté la vista, buscándolo, pero me acordé de la orden, no debía hacerlo. Por un momento me perdí de lo que me contaba mi interlocutor, me obligué a prestarle atención.

Termino mi ensalada, me excuso, cojo mi bolso y me encamino hacia el aseo. Me meto en el baño y antes de presionar el play del audio le pregunto si ya puedo hacerlo, me dice que sí, acciono el play y de nuevo su voz: “Estás en el baño, bien, ahora quiero que cojas las bolas chinas, las dejes a mano, baja tus braguitas hasta las rodillas y abre el seguro de tu puerta, ponte de espaldas a ella, apoyada en el váter, deja las bolas donde pueda verlas…”

Me excito mucho y de golpe ¡Está aquí! Mierda. Saco las bolas del bolso con manos temblorosas, busco dónde colocarlas, cuelgo el bolso en la pared y las dejo sobre la cremallera del mismo, colgantes, a la espera. Me bajo las braguitas hasta mis rodillas, suena la puerta de los aseos, así que abro rápida el seguro y me apoyo firmemente en el váter. Sé que mi culo sobresale tentador, y noto como los flujos avanzan por el interior de mi vagina.

"Cojo mis cosas y me dirijo al aseo". | Fuente: pixabay.com.
«Cojo mis cosas y me dirijo al aseo». | Fuente: pixabay.com.

Se abre la puerta, voy a volver mi cabeza para verlo y oigo “no, no te muevas”. Es su voz. Escucho cómo se vuelve a correr el cerrojo del seguro y el sonido de su cremallera, seco, corto, resuena en aquel cubículo. Me tiemblan las piernas, noto una bola rozando mi coñito, empujada suavemente a su interior. Un dedo acaricia mi ano, suave, sin penetrarlo, sólo lo acaricia y, de nuevo, noto en mi coñito la siguiente bola, empujando la anterior hacia arriba, buscando hueco.

Suspiro. Él coge mi pelo y lo aspira, lo huele, lo frota entre sus dedos. Intento girarme para besarlo, pero él me coge de las caderas con una mano firme y con la otra me sube las braguitas. Me gira hacia él, me agacha con sus dos manos en mis hombros, me folla la boca. Veo cómo echa su cabeza hacia atrás cerrando los ojos con fuerza, me agarra del pelo y me folla la boca sin compasión. Noto una arcada, lágrimas en mis ojos, abro mi garganta e intento no pensar en la sensación de sumisión en la que me siento. Noto cómo se aprieta mi musculatura interna alrededor de las bolas. Gimo como puedo. De repente, abro los ojos al notar que se separa de mí, me coge de la barbilla, me levanta a su altura, me come la boca con pasión y se va.

Me deja allí, vacía, excitada, contrariada. Ahora recuerdo que me esperan en la mesa, ¿cuánto tiempo habrá pasado? ¿Dos minutos? ¿Diez? Me recompongo como puedo, con las bolas en mi interior, sonrío, me lavo las manos y salgo. Me siento, parece que nadie nota nada, me remuevo en la silla, las bolas siguen haciéndome notar lo excitada que me encuentro. Suspiro liberando la excitación e intento volver a centrarme en la conversación que se desarrolla en la mesa. Veo iluminarse la pantalla del móvil, sin apartar la vista de mi jefe, bajo el teléfono sobre mi falda, y lo desbloqueo.

“Me pones la neurona a mil, te haría mil cosas. No puedes correrte, te lo prohíbo. Disfruta de tu cena y de las bolas dentro de mi coñito, porque es mío y aún no he terminado con él. Ten paciencia, lo estás haciendo muy bien, putita, pronto tendrás tu recompensa”. Trago saliva, me noto sonrojar por momentos, culeo en la silla, incómoda, necesito bajar mi mano a mi clítoris y darle rienda suelta a esta necesidad que me invade. Me  obligo a responder coherentemente a lo que me han preguntado sobre el nuevo proyecto, me centro en ello, contesto mientras intento no notar cómo se van empapando mis braguitas.

Continuará…

Imagen de portada: pixabay.com.

 

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