Autora: @ImposibleOlvido

Termino de cenar sin parar de ojear la pantalla del móvil, buscando esa luz parpadeante en azul, alguna señal de que me ha vuelto a escribir, alguna nueva orden. Sigo removiéndome nerviosa sobre mi asiento, notando las bolas perfectamente adaptadas a mi interior y la humedad en mis braguitas. Me despido de mi jefe y su señora a la puerta del restaurante, móvil en mano, inquieta, nerviosa, deseando que vibre en mis manos algún nuevo mensaje.

“Quiero que vayas hasta el coche y una vez dentro me avises”, leo en la pantalla. Bien, parece que tengo que ir hasta el parking con las dichosas bolas dentro. Me pongo la chaqueta, enderezo la espalda y repiqueteo mis tacones sobre las baldosas mojadas de la calle. La noche es fría y parece que ha llovido. En cada uno de los pasos esa sensación de movimiento en mi interior contra las paredes de mi vagina, noto cada terminación nerviosa de mi coñito, el peso bamboleante de mis nalgas al poner un pie delante del otro, el vaivén de la cadera, el roce dentro de mí. Llego al parking sonrojada, más acalorada de lo habitual, me meto en el coche y directamente lo llamo:

-Joss, no puedo alargar esto mucho más, ¿Dónde estás?

 -¡Eh! Tranquilita rubia, aquí las órdenes hoy las doy yo, ¿recuerdas? ¿Estás ya dentro del coche?

 -Sí, claro, dime que vienes para aquí…

 -¡Shhh! Tranquila mi amor, si me haces caso tendrás una genial recompensa, ahora quiero que conduzcas hacia casa.  Tranquila, te estaré esperando allí. ¡Ve con cuidado!

El muy cabrón me ha colgado… Me enfado. Tengo ganas de correrme, de quitarme estas malditas bolas, de abrazarlo, de acabar con estas ganas, pero parece ser que aún me queda un rato más de jueguecito. Me pongo el cinturón y salgo hacia la autovía camino a casa, con una sola cosa en la cabeza: Joss estará allí. Me pueden las ganas. Me emociono sólo pensar en sus labios besando los míos, en sus brazos a mi alrededor…

«Inquieta, nerviosa, deseando que vibre en mis manos algún nuevo mensaje». | Fuente: Flickr.com.

Aparco. Empiezo a subir las escaleras, noto cómo están de mojadas mis braguitas al subir cada escalón. No puedo evitar sonreír, este hombre siempre sabe cómo calentarme de la manera más inesperada. No doy con la manera de meter la llave en la cerradura; al tercer intento, nerviosa, abro. La casa está en penumbra. Ha encendido las velas que hay repartidas por el salón, me quito el abrigo mientras lo llamo y responde desde arriba: “Sube cariño, estoy en el baño”.

Subo los escalones de dos en dos, a la carrera, olvidadas ya las bolas de mi interior, y allí está él, metido en la bañera, con dos copas de vino sobre la encimera. Sting suena de fondo.  Me sonríe de esa manera tan suya de hacerlo.  Me derrito. Me voy quitando la ropa sin apartar mis ojos de los suyos; se ha cortado el pelo, no me fijé en el baño del restaurante. Lleva la cadena que le regalé en nuestro aniversario, el vello de su pecho sobresale sobre del agua y se pierde bajo ella. Entro en la bañera, me coloco al otro extremo, cara a cara, piernas enlazadas, me pasa una copa de vino y bebo.

Noto sus manos sobre mis tobillos. Los masajea suavemente, mi clítoris empieza a recordarme que existe, latiendo entre mis piernas. Me acerco a su boca y lo respiro a escasos centímetros, busco sus ojos, me gusta el deseo que veo en ellos, así que lo beso. Me pierdo en sus labios, los acaricio con los míos, restregando levemente mi boca sobre la suya. Entreabro mis labios y lo beso, suave, sin prisas, quiero alargar este momento que tantas veces he deseado en los últimos días. Muerdo su labio inferior, lo chupo, vuelvo a besarlo, recorro la comisura de su boca con mi lengua, juego en sus labios antes de entrar a su boca. De repente, me quita la copa de mi mano, la deja en el suelo. Se levanta hacia mí, me coge la cara con las dos manos y ahonda el beso.

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«Allí está él, metido en la bañera». | Fuente: pixabay.com.

Me hace volar, pierdo la noción del tiempo en su boca, me hace el amor con su lengua. Mi coñito se contrae al ritmo de su respiración. Noto cómo una mano busca entre mis muslos, intentado acariciar mi botoncito con dos dedos y presionando las bolas en mi interior con la palma. Me froto contra esa mano sin separarme de su boca. Mi respiración comienza a acelerarse, me revuelvo buscando un desahogo pero él me para, me besa lenta y suavemente por el cuello. Me dice al oído: “No quiero que te corras. ¿Me oyes? Aún no.”

Me hace levantarme, me tiemblan las rodillas, me acerco a él y lo abrazo, noto su erección contra mi barriga, bajo mi mano y la acaricio, está duro, muy duro, me separo y sonrío. Me da una palmada en el culo y abre la ducha, me enjabona todo el cuerpo, de vez en cuando me da un mordisco donde menos lo espero, se lo devuelvo, mojamos el suelo. Lo arrincono contra la pared, subiendo una de mis piernas y me restrego sin pudor contra su capullo. Ríe entre dientes contra mi boca, me coge de las caderas y me separa. Salimos de la ducha totalmente excitados.

Como no paro de intentar que me haga alcanzar el orgasmo, me da otro cachete en el culo para que me esté quieta. Me seca lentamente, sin dejar de mirarme, veo su nuez subir y bajar en su cuello, sé que está tan excitado como yo. El agua brilla en forma de gotitas sobre sus hombros; me invaden unas enormes ganas de morderle. Lo hago en su trapecio, justo ahí, fuerte. A lo lejos, muy a lo lejos, lo oigo mandarme para.

Me veo en el aire. Subida entre sus brazos me lleva a la cama, me obliga a tumbarme y a estarme quietecita; pero estoy desbocada, me pongo de rodillas y atrapo su boca de nuevo, me agarra con un brazo de la cintura y me tumba, noto como me sujeta un brazo sobre mi cabeza. No, no quiero que me ates, me revuelvo, muerde mi boca y coloca todo su peso sobre mí, ata mis manos al cabecero, me besa, lo muerdo enfadada, baja por mi barriga con su lengua, abro mis piernas ansiando que llegue ahí, pero el muy cabrón me coge un pie y lo ata con un pañuelo a la pata de la cama, luego el otro.

Se para de pie ante la cama. Lloro, de ansiedad, de ganas, no quería que me inmovilizara, son muchas las ganas que tengo de él. Y ahí está, parado frente a mí, pasando su mano por el pelo distraídamente mientras recorre mi cuerpo con su mirada, casi relamiéndose. Sale de la habitación, lo llamo desesperada, no quiero que me deje así. No ahora. Lo llamo una y otra vez, lo escucho volver, trae mi caja de juguetes en sus manos y otro pañuelo. Se acerca a mí, me besa. ¡Joder! Me besa y se me olvida lo enfadada que estoy. Me pierdo en ese puto beso, acto seguido me amordaza con el pañuelo.

“Ahora vas a disfrutar, mi putita; no sabes las ganas que tenía de jugar con tu cuerpo. Mi niña, ahora vas a recibir tu premio”. Me retuerzo, atada, contra el colchón. Se me olvidó decirle que tenía aún las bolas, las noto en mi interior, el clítoris inflamado. Abierta a sus ojos, quiero cerrar las piernas, me avergüenza estar tan excitada y que él lo vea, mis pezones erizados e enhiestos apuntando al techo. En estos momentos lo odio, ahí parado, fumándose un cigarro a los pies de la cama, mirándome…

Viene hacia mí. Sonriendo, aparta el pelo de mi cara, me pone un antifaz. Oscuridad, la imposibilidad de poder hablar, la inmovilidad… “Relájate, mi niña, relájate, concéntrate en respirar, así, bien. Ahora limítate a sentir.” Noto sus manos moldeando mis hombros, su boca besando mi ombligo bajando hacia abajo, su otra mano dibujando el contorno de mis ingles, acariciando mis muslos por la cara interna. Siento como lame mi coñito, su boca llega a mi clítoris, succionándolo, mordiéndolo, aún noto más la presión de las bolas dentro de mí y, a la vez, como van saliendo los jugos de mi interior.

«Me ató al cabecero de la cama». | Fuente: torange-es.

Algo frío y duro quiere entrar en mi ano. Doy un respingo resistiéndome, su voz vuelve a aconsejarme que me tranquilice. Vuelve a intentarlo de nuevo, esta vez sin pausa, abriendo mi culito. Intento relajarme para poder disfrutarlo; creo que por el tamaño es la joya anal. Su lengua aumenta el ritmo en mi botoncito, siento que voy a deshacerme, aprieto mi pelvis contra él, necesitando más presión aún. De repente empieza a tirar de las bolas. Salen provocando un placer inmenso, arrastrándome hasta rozar el orgasmo.

Sin darme tiempo a reaccionar, son suplantadas por sus dedos, que junto a su lengua consiguen la primera explosión.  Me tiembla todo el cuerpo. Noto líquido en mis muslos, y como ese fluido derrama sobre mi culo, mojando el colchón debajo de mí. Su boca en mi oído, susurrando. “Ahora, mi niña, me toca a mí”

Su polla entra en mí, acoplándose, rozándose por dentro con la joyita que aún llevo en el culo. Me duelen las ingles, intento incorporarme en la cama, pero las ataduras de las manos me lo impiden. Culeo, me arqueo, intento que dejen de dolerme, pero las embestidas de su polla empiezan a calentarme de nuevo. Intento relajarme, sabiéndome sometida a sus deseos. Jadear contra el pañuelo, que está más que mojado de mi propia saliva, se me hace imposible. En la oscuridad que me envuelve, lo único que me tiene anclada a la realidad es el ritmo de sus embestidas, el placer que me transporta como a otra dimensión.

Me quita el pañuelo de la boca, sube el antifaz y aumenta su ritmo frenético, casi salvaje sobre mí. Me besa, casi me devora. Me sujeta la cara con una mano mientras me pide que lo mire a los ojos y veo el deseo en estado puro. Su amor por mí. Su polla caliente derritiéndome por dentro, sus ojos en los míos taladrando mi alma. Vuelvo a deshacerme, esta vez gimiendo bien fuerte todo lo que me provoca. Todo lo que Joss me provoca. Estuvimos toda la noche sin dormir, pero dejad que guarde para mí alguno de los detalles. Cuando hacemos el amor hay cosas que no compartimos.

Fuente de portada: Flickr.com

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