Aviso a navegantes: esto no es un relato convencional, sino un metarelato. ¿Qué es un metrelato? Hacer un relato de un relato. No soy un autor, somos varios autores, especializados en el mundo del sexo y su aura, un grupo de escritores, periodistas que, día a día, intentamos normalizar los placeres cotidianos y también los más escondidos.
Antes de empezar con esta muestra de metarelato, os invitamos a formar parte de nuestra familia. Somos una plantilla de cinco trabajadores de ‘lo erótico’, a la que hay que sumar a nuestros colaboradores. ¿Cómo puedes conseguir una plaza en nuestra página y en la radio? Muy fácil, solamente tienes que hacer lo que te gusta, excitarnos con tu relato.
De entre los candidatos, nuestro gabinete de escritores elegirá el mejor. No importa la categoría, solo debes exprimir tu maestría con la pluma y darnos tus mejores palabras y fantasías. Somos El Sexo Mandamiento (https://sexomandamiento.es/) y te esperamos. Puedes contactar con nosotros de distintas formas, vía Twitter, vía Facebook (El sexo mandamiento) o vía e-mail (elsexomandamiento@gmail.com). Estaremos encantados de resolver vuestras dudas y más aún de que seáis los candidatos a formar parte de esta pequeña pero gran familia.
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Tengo a una puta tirada en el sofá mientras escribo. Sí, es puta. También amiga mía, amante. Hoy, precisamente, hago dos meses con mi novia, una niña muy mona, algo rebelde, pero fácilmente domable. Es menor de edad, pero ya tiene bagaje en el mundo del sexo. Cuando quedamos se resiste a cualquier contacto por debajo de la ropa, forcejea poniendo los brazos, me encanta esa fiereza salvaje camuflada con dulzura.
A las 23.00, con sus padres cuatro metros por encima de nuestras cabezas, le pongo de espaldas, frente al ascensor, con la cabeza gacha, mientras mi mano recorre su cintura generosa y entra como un obús lamiendo el lazo de sus braguitas. Introduzco mi dedo anular en su flor y, joder, me empiezo a animar considerablemente. Noto cómo una tormenta acaba de calar esa flor, está tan tierna que me dan ganas de poner algo de dureza.
Acerco mi pene a su culazo. Me importa una mierda si viene algún vecino, me bajo el vaquero y restriego mi pene contra sus leggins negros produciendo una mancha longitudinal de color blanco que no hará ninguna gracia a mis suegros. Sus gemidos son cada vez más audibles y el forcejeo se convierte en espamos de placer. Me entusiasma pegarme muy fuerte, que sienta todo el peso de un hombre cayendo sobre su feminidad casi virgen.
Mi puta se acaba de despertar. Se da la vuelta en el sofá y encoge las piernas. En la radio suena ‘Ain’t Nobody’ y sus rítmicos acordes me recuerdan a un bombeo constante. Todo hoy huele a sexo, a sexo barato, sexo sin amor, putas que me reclaman. La miro desde mi posición, apenas a dos metros. Tiene el pelo ralo tras una noche de fiesta y sudor. El rímel lo tiene algo corrido, y así está más guapa.
Las sombras negras contrastan con su tez blanca, atildada, casi angelical. Un poco más abajo se ven sus labios de color morado por la acción del vino malo que consumimos anoche. Viste un jersey negro con detalles dorados y un vaquero negro ceñido que realza unos muslos perfectos, albaceas de un ese tesoro codiciado por los cabrones más lascivos. Esta puta es mía y de nadie más. Ojalá. Una pena que sea un alma libre.
Bajo la música y me acerco a su cuerpo, parece inerme pero en realidad está lleno de vida. No hay cosa más bonita en el mundo que una mujer bella de resaca. Son casi las 19.00 y lleva casi diez horas durmiendo. Empieza a despertar. Me siento a escribir de nuevo. Se quita el cojín de la cabeza y se atusa el pelo aún echada. Murmura algo inaudible. Es una borracha y cada vez le da más a la coca, como la mayoría de las putas.
Hago ‘scan‘ con el mando y sale reggaeton. Me vale. Se despereza y levanta la cabeza. Con el pelo así de revuelto me recuerda a Brigitte Bardot . Se está acercando lentamente, descalza, volviéndose a atusar el pelo. Se desplaza lentamente, sin perder nunca la feminidad. Cambio de pestaña y pongo una página de deportes, paso de que lea lo que estoy escribiendo.
Coge una silla plegable y se sienta a mi lado, apoyando la cabeza sobre mi hombro y dándome un beso. Me da las gracias. No respondo. Sabemos que no hace falta hablar para entendernos. Me pongo un cigarrillo en la comisura y lo enciendo, se lo acerco a la boca. Lo acepta. Está jodidamente guapa. Me desquicia, la pediría matrimonio si hiciese falta.
Le digo que se levante y se ponga en mis rodillas como cuando un niño canta su carta de deseos a Papá Noel. Recorro con mis dedos su pelo y me mira. Tiene los ojos negros como el azabache y aún no se ha percatado del rímel y de los labios cárdenos. Paso mi mano por la intersección entre su cuello y su cara, la traigo para mí y la beso. Sabe que me tiene, que soy su esclavo absoluto aunque en la cama yo sea el gendarme. Empieza a tomar la iniciativa, se mueve en mis piernas y estira sus brazos alrededor de mi cabeza. Pasa la lengua por encima de la mía y se ríe. ¡Qué mujer!
Se levanta y va a la cocina. El jersey está dado de sí y las mangas le van anchas, parece recién salida de una película, solo falta el amanecer y una taza de café con leche caliente en la mano. Café no tenía, pero sí una buena dosis de leche. Volvía al salón tambaleándose con un vaso de agua. Volvió a mis piernas y me abrazó, como una pequeña avergonzada tras un sermón de su padre por suspender un examen.
Soy mayor que ella, unos diez años y siento algo parecido a lo que sentía Hartigan (Bruce Willis) con Nancy (Jessica Alba). La he visto crecer y ahora la tengo en mi cama, sin embargo, no me arrepiento de tener al pecado durmiendo a escasos centímetros de mi espalda. Me acaba de pillar el word con el relato. Tengo que desembuchar. Pensé que se enfadaría, pero no, al contrario. Me besa fuertemente. Es mi valquiria, mi reina y mi esclava cuando estamos solos en una habitación.
Me levanto y me rodea con sus piernas cual koala asustado. No la suelto ni aunque un huracán arrasara mi casa. La amaso los pechos con firmeza por encima del jersey. Me sigue besando como una pantera indomable, pero bien sabe que en la faceta sexual yo llevo la voz cantante. Estoy pensando en mi novia y no tengo ningún remordimiento.
La pantera está yendo a por el rinoceronte, sabedora de que me gusta cornear. Solo está ella en mis pensamientos. Le quito el sujetador y paso mi lengua por sus pechos, por su cuello, disfrutando cada centímetro de su busto sin importarme nada más que recibir el beneplácito de Dionisio. Le pongo de rodillas porque sigue sedienta. Pocas veces había estado tan duro como ahora. Ella lo está notando y sabe cómo aliviar las ganas del elefante que se retira solo a morir.
Hace que aparezca y desaparezca, sin apartar la mirada, desafiante y juguetona. Se divierte, es lista, más que yo. Si no se cansa pronto de engullir, terminaré por colapsar su boca. Puede hacer que mi masculinidad se tambalee en cuestión de minutos o haga que me sienta el león más temible de la sabana porque debajo de las sábanas, el hombre dura horas. Ella es mi metrónomo, ella decide.
Levanto su cabeza y la beso con miedo de venirme antes de tiempo. La pongo sobre la mesjemtndignfsLDFG. Su perfecto culo empezó a teclear, no me percaté de que estaba el ordenador. Se me olvidaba la escritura del relato mientras lo relato. Tiro al suelo un jarrón de hojalata con flores de plástico y unos cuantos libros de Física. La tumbo sobre la mesa y disfruto como un niño con ese garbancito que me vuelve loco y la vuelve loca. Grita como una condenada sin yo apenas haber empezado.
Muevo la lengua como las hélices de un helicóptero. Está exhausta y mi úvula empieza a sufrir la complejidad de sus labios. No lo pienso dos veces y la cojo de la cabeza, vuelvo a besarla y la susurro al oído un: ‘Te voy a romper, puta‘. Se muerde el labio inferior, deseosa de que la atraviesen. Me estoy poniendo muy burro y no atiendo a palabras.
Ahora mismo soy un toro con la pezuña en la arena, dispuesto a abalanzarme sobre cualquiera que se interponga en mi camino y ella, ahora mismo, está en mi camino. La tomo de la cintura y la echo en el suelo, se deja, es maleable pero firme, sin un ápice de grasa, tersa como un roble y apetecible como un melocotón. Veo mi pene muy erecto, sudando las primeras tintas
Un comentario en «Cadáver exquisito (I)»
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