Autor: @CletobolG

¡Miénteme!, ¡dime que no es cierto! Ah, puto cáncer, no da tregua en su insana rutina de llevarse lo que quieres por delante. Dónde quedaron los días de gloria, de sexo incesante, de alcohol para desayunar, comer y merendar, de escribir borracho frases sin aparente sentido mientras te contemplaba desnuda, exhausta…

Quizá fue eso lo que me mató, es cruel la vida, o quizá fui cruel yo con ella. Nunca antes había mirado por la ventana en primavera y había perdido la mirada de esta manera. Nunca pude imaginar que las flores me producirían este sentimiento nauseabundo, esta ira, este odio hacia la vida. Jamás pensé que no sería capaz de escribir una sola línea, un título, una palabra… ¿Por qué ella? ¿Por qué no yo? ¿Por qué no el hijo de puta de mi editor, estafador y mentiroso a tiempo completo?

Esa frase que se repite en mi cabeza una y otra vez cual gota malaya… “Si la vida no fuera vida no existirían imprevistos ni circunstancias”. No paro de repetirlo como si de un mantra se tratara, intento convencerme de que nada de esto es culpa mía, que el cáncer es cáncer y que ataca a voluntad del libre albedrío de esa forma escrupulosamente aleatoria, poco justa, indiscriminada y… ¿Qué coño estoy escribiendo? Ni siquiera esta frase que me atormenta me parece que tenga sentido…

Miénteme. Dime que no es cierto. | Fuente: imagenesyfotosde.com.

Tenía todas las papeletas, le rompí el corazón, me quedé su alma y nunca se la devolví, era mi musa, mi inspiración. Era tan preciosa que la quería solo para mí y la encerré para no dejarla salir jamás, pues con solo contemplarla las palabras se sucedían unas a otras sin descanso, como si de una procesión se tratara. Ahora es tarde, solamente me queda el recuerdo de la juventud, de su inmaculado cuerpo joven, terso como la piel de un tambor y suave como el terciopelo del sofá de ese hotel que solíamos frecuentar.

Recuerdo perfectamente cada encuentro. Al abrir la puerta de la habitación 235 ella siempre estaba ahí, preparada con una mirada angelical de falsa inocencia. Me decía: «ven, hazme un masaje…» Yo sabía que no era un masaje lo que quería, pero también sabía que nunca diría lo que quería, pues ella era un diablo pero con una incorruptible piel de ángel. Ella sabía que para mí no había nada más excitante que acariciar su cuerpo desnudo bocabajo encima de la cama, postrado, sabiendo que una vez me pusiera encima no habría vuelta atrás, aunque tampoco nunca dijo quererla.

Ella sabía que para despertar el animal que llevo dentro hacía falta un poco de romanticismo, un toque dulce, inocente, como si existiera un amor verdadero entre nosotros. Al fin y al cabo era necesario para que mis escritos no fueran simple porno escrito, necesitaba un poco de sentimiento, un algo que le diera sentido al resto, una historia de amor y desencuentro que pudiera dar lugar a los encuentros sexuales que tanto me gustaba describir, que tantas veces eran absolutas réplicas en prosa de lo que en esa habitación había acontecido hacía escasos minutos.

Ahora me doy cuenta de que realmente existía ese amor, adoro a mis hijos, los quiero con locura, pero mi ahora exmujer era solamente una buena amiga. Cuando me casé quise creer que una mujer recta, madura, emocionalmente estable era lo que me iba a mantener cuerdo durante la eternidad que supone un matrimonio. Pensé que ella sería mi musa y que escribiría preciosos poemas de amor hacia ella y que generaría una nueva corriente poética que describiera lo bonitas que son las familias felices. Ese fue mi error, el error humano, el error de quienquiera que lea esto.

Me doy cuenta de que verdaderamente existía ese amor. | Fuente: Pixabay.com.
Me doy cuenta de que verdaderamente existía ese amor. | Fuente: Pixabay.com.

Pensé demasiado, planeé cada centímetro de mi vida y no me di cuenta de que esa frase que me atormenta ahora la debí escuchar en su momento y haber hecho lo que me pedía mi alma. No lo que dicta la falsa sensación de sociedad. Me di cuenta de que llegué tarde a la vida que quería vivir, de que no había nada que escribir sobre la perfección salvo que quisiera ser filósofo, de que el amor de mi vida no era mi mujer, sino la pluma.

Solamente a través de ella conseguía crear mundos y realidades paralelas a una cutre habitación de oficina o de hotel de carretera. Historias antagónicas a una cutre vida infeliz llena de indecisiones y errores, pero llena de aventuras en busca de esos grandes amigos del tintero, los sentimientos. El bueno y el malo, la ansiedad, la desidia, la abulia, el entusiasmo, la felicidad, la confusión, la ira, la decisión, la rabia, la impotencia…

Ella me producía todos esos sentimientos a la vez, uno por uno, por parejas y de todas las formas conocidas y aún desconocidas para el sistema límbico profundo. Su desnudez era una montaña rusa de emociones, una reestructuración de mi flujo sanguíneo corporal hacia sus zonas más erógenas. Solo imaginarla desnuda me ayudaba a encontrar el título y tras follar salvajemente encendía un cigarro y amarrado a una copa de whisky empezaba a escribir.

Tumbado en la cama escuchando su respiración todavía acelerada. Con vistas a su cuerpo aún desnudo sumido en un nirvana sólo alcanzable tras una serie de orgasmos patrocinados por algo de alcohol, cocaína y mi habilidad por excitar cada parte de su cuerpo hasta el clímax. No era necesario hablar, decir nada, yo me dedicaba a plasmar lo acontecido, y ella esperaba paciente hasta que comenzaba a acariciarme pidiendo más, pidiendo guerra, mientras yo seguía sumido en mi mar de letras imaginando que éramos más que amantes, que había una vida y que esto pasaba un lunes cualquiera.

Era y aún es una mujer decidida, firme hacia sus deseos, y ante mi pasividad decidió cambiar de arma. Noté su lengua suave recorriendo cada centímetro de mí, que erecto cual menhir decido apartar mi escrito para más adelante, para el siguiente nirvana, la siguiente tregua.

Su desnudez era una montaña rusa de emociones. | Fuente: Wikipedia.org.

Hoy solo me queda recordar estos episodios, ella se va, hace tanto tiempo que no quedamos que aunque recuerdo perfectamente el encuentro, no recuerdo cuándo fue. El divorcio nos distanció, le hice creer que cuando fuera libre liberaría su alma y la mía para que pudiéramos, juntos, llegar tarde a la vida que tantas veces habíamos deseado en aquella habitación. Pero no fue así, pagué con ella mis frustraciones, no la supe cuidar, no me di cuenta de que ella no era realmente un ángel sino una mujer, con sus debilidades. No supe ver cómo le rompí el corazón  y como con él se rompió  mi pluma.

Cambié de ciudad, de trabajo, de amistades y de vida. Solo mantuve el contacto justo con mi exmujer para la custodia compartida de los niños, ahora adultos con sus respectivas familias. Hace muchos años que no escribo y hoy, la enfermedad ajena, el dolor de la pérdida, el puto cáncer me hace escribir sobre mis propias lágrimas, llorando por la juventud perdida y porque también llegué tarde a su enfermedad. La única persona a la que realmente amé y llego cuando está casi sin aliento. Me enteré de rebote, por un amigo común, no tuve agallas todo este tiempo a preguntarle  qué tal estaba ni cómo le iba la vida.

Escribo esto mientras sollozo junto a ella, en su lecho de muerte. Me pide un beso en la boca, se lo doy, rompo a llorar.

Imagen de portada: Pixabay.com.

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Un comentario en «Cadáver exquisito (III)»

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