“El dolor de cabeza que me protege cada noche,

Que me nubla la vista y me quita las ganas de beber,

De beber fantasías y recuerdos excitantes,

Y nada más excitante que trabajar en tus caricias.”

Hace una semana, tuve que sacrificar a Gorki. Mi gato. Lo que más he querido desde que aterrice en mi nueva casa de Lavapiés.

Hace una semana que mi familia disfuncional anda coja, que nos falta un miembro. El más importante y el más frágil.

Hace una semana que lo enterramos metido en una caja de cartón. Con mi camiseta de dormir sudada, con el amor condesado en cubitos de “La Modelo”, y con el ratón de trapo que le regalamos por Navidades.

Hace una semana que nos enterramos.

Hace una semana que “La Modelo” y yo andamos con los pómulos más marcados, buscándonos mutuamente los restos de pelos de Gorki en nuestras ropas. Esquivándonos las miradas.

Hace una semana, que nos preguntamos quién adoptó a quién. Si Gorki a nosotros, o nosotros a Gorki.

Hace ya una semana.

hermosilla
La calle Hermosilla, santuario de Joseba. | Fuente: Joseba Kanal.

“De palabras tabaco, teléfono y alcohol,

Alcohol que me han prohibido mil veces en un mes,

Un mes en el que te has olvidado de que existo

Y más que existir lo que hago es campar por ahí.”

La última noche que Gorki pasó en casa era ya un saquito de piel, que no se podía mover y nos vomitaba cada dos por tres. Un saquito de piel y huesos, que envolví en su mantita escocesa, y acuné en brazos hasta la mañana del día siguiente, para poder llevarle al veterinario. Y poner fin a su agonía. Que también era la nuestra.

Aquella noche en vela, me trajo a la cabeza, otras noches en vela de veintitantos años atrás.

Josebita en el 89, empezó la carrera. Josebita con 18 añitos se lió con el administrativo de la Universidad, que por aquel entonces tenía 35 años. Josebita ya prometía. Yo no tengo la culpa de que me hayan dibujado así.

Josebita se pasó los dos primeros años de la carrera follando y fumando porros de marihuana en la calle Hermosilla, y sacando sobresalientes y matrículas de honor. Que Josebita siempre ha tenido una memoria fotográfica para los libros y las pollas. Y Josebita siempre ha sido una esponja a la hora de aprender todo lo que tenían que enseñarle. Menos lo más importante.  Josebita ya era blondie y eso.

A los dos años, el administrativo de la Universidad, cuyo nombre recuerdo perfectamente con los dos apellidos incluidos, se murió de un Sidazo. Tal cual.

La agonía no se puede describir. Es imposible. Aún hoy, no la puedo describir. Ni falta que hace. Ya no hay lugar.

 A Josebita, de aquellos dos años, le queda el recuerdo de una canción de un grupo de la Movida Madrileña. “Por amor al comercio” de Esclarecidos, y una tristeza infinita cuando huele un porro de marihuana.

“Por amor al comercio

Voy a cruzar ese puente,

Por amor al comercio

Voy a cuidar ese dolor.”

Josebita hace ya tiempo que no cruza puentes. El último puente que crucé fue el de María Cristina. Que no viene al caso. Pero, lo que sí hizo Josebita, fue sentarse la tarde que tuvo que sacrificar a Gorki, enfrente de la casa del administrativo de su Universidad, en la calle Hermosilla, para ver si, aquel a quién tanto quiso, entraba en su portal llevando a Gorki en brazos.

Para que allí, en algún lugar, en ninguna parte, cuidarán el uno del otro. Como siempre supo hacer Gorki conmigo, con nosotros.

Por cierto, me llamo Joseba.

 

Entradas relacionadas

2 comentarios en «La muerte de Gorki»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *