Autora: @fuiesther.
Supe que estaba perdida cuando escuché su voz por primera vez. Era un mensaje de audio de unos pocos segundos, pero todas las mariposas de la literatura decidieron anidar en mi estómago y desbaratarme la vida.
Nos conocimos en las redes sociales a través de un juego de preguntas. La nuestra es una versión moderna de ‘Los puentes de Madison‘, plagada, eso sí, de sexo salvaje. Yo una cuarentona infelizmente casada, madre de tres hijos y ama de casa, él un joven estrenando la treintena, emprendedor de éxito, guapo y con una ‘chica especial’.
Y entonces me susurró al oído a través de aquel audio y cada palabra que dijo fue una embestida de su polla dentro de mí.
Todo lo demás fluyó: pasarnos a un chat, escribirnos mucho y contarnos todo, desearnos y estrenarnos en eso del sexo virtual. Todo era magnífico y a la vez nos sabía a poco. Él, tan seguro de sí mismo y tan valiente, fue el primero en dar el paso; y con la ilusión de una excursión de fin de curso comenzamos a organizar nuestro primer encuentro. Había kilómetros que recorrer, excusas que inventar y miedos que dejar atrás, pero el deseo es un arma poderosa. Yo quería vivir mis fantasías para tener un recuerdo cuando él desapareciese, sin embargo, él quería salvarme de mí misma. Un tándem magnífico.
Organizamos un fin de semana en una cabaña en la montaña aragonesa, yo debía ir a su casa y después de conocernos en persona saldríamos hacia el pirineo oscense. No estaba nerviosa, ya no. Llevaba días atacada con tanta organización, tanto plan y tanta mentira, pero cuando pulsé el timbre supe que estaba donde debía.
Abrió la puerta con la sonrisa bailando en sus ojos y… ¡joder qué ojos! Nos abrazamos allí mismo, un abrazo de esos que arreglan el mundo y son preludio de todo lo que vendría después. Podría contaros exactamente la ropa que llevábamos puesta, la distribución de su casa e incluso cómo era la decoración, pero no creo que sea relevante. Lo que sí lo es, es que sintáis el hormigueo de mi mano al acariciar su nuca, la necesidad de sentir su piel y sentir su olor. Creo que es algo que tiene que ver con las feromonas y las nuestras se gustaron.
Nos devoramos la boca con ansia atrasada o nueva, no sabría decirlo, desnudándonos con urgencia por sentirnos la piel, por tocarnos. Necesitaba lamerlo entero.
Aparecimos en la habitación (tengo que preguntarle si él fue consciente de que nos movíamos y hacia dónde) y separándose de mi conectó un reproductor de música y nuestras canciones comenzaron a sonar. Nunca nadie había hecho por mi nada tan romántico.
Si fuera el fin de nuestra civilización y pudieras elegir una canción para llegar a la posteridad, ¿cuál seria? Creamos nuestra carpeta de canciones para el fin del mundo que ahora estaba sonando, la llenamos de nuestra música. Ahora María Rozalén cantaba ‘Soñando contigo’ y yo sonrío, recuerdo el momento y el por qué de cada una de estas canciones.
Sin dejar de besarlo comienzo a quitarle la camisa, quiero explicarle con mi piel todas las cosas que me hace sentir y que debido a la distancia no puedo hacer. Quiero que sienta la urgencia que siento por su boca y por sus manos en mis tetas. Soñé infinidad de veces con sus manos en mis tetas. Ya las tiene a su merced y al final yo tenía razón: las abarca bien, están hechas para él, me gusta, me gusta que me magree las tetas.
Tenemos tiempo al fin y lo tenemos hablado en muchas ocasiones: cómo seria la primera vez, lo que haríamos, lo que diríamos; pero ahora hablamos con el cuerpo y con la música de fondo y yo necesito recrearme en él. Lo desnudo sin dejar de besarlo y acariciarlo.
Lamo su lóbulo y su cuello, soplando suavemente a continuación y voy bajando con besitos pequeños hasta sus pezones y ahí me pierdo, quiero que sepa con un ejemplo, todo lo que a mi me gustará que me haga. Le excita lo que hago porque tiene ligeros temblores y un cambio sutil en su respiración; mis manos no dejan de tener vida propia y le rozo los costados con una caricia tan leve que apenas la nota pero se le eriza la piel. Lo tengo donde quiero.
Dejo sus pezones y sigo recorriendo su cuerpo hacia el ombligo y entonces me desvío hacia las ingles y comienzo de nuevo la subida. Su polla se alza enhiesta, aguardándome, moviéndose para llamar mi atención y no la hago esperar más. Acerco mi boca a su base y con la lengua la voy empapando de mí a la vez que mis manos agarran sus huevos y los masajean. Cuando la tengo ya húmeda alzo la mirada y me lo meto en la boca. «Joder, qué rico» gime, se estremece y su respiración se entrecorta y yo comienzo a mover las manos alrededor de la base. Es gorda y tiene un lunar en el glande. Un puto lunar que me quedará grabado en la yema de los dedos y en la lengua.
Comienzo a apretar más sin dejar de lamerle el glande, giro la lengua en círculos en el agujero para volverlo loco y presiono con mis labios y la mano moviéndolas cada vez más rápido. Me agarra la cabeza para ayudarse en los impulsos y me folla la boca con golpes duros y fuertes, me atraganta y sabe que eso me gusta, no dejo de acogerlo, le rozo con los dientes el capullo sin suavidad y noto como tiembla, cómo el orgasmo se abre paso a través de sus músculos. Se lo digo con la mirada, que lo haga, que se corra en mi boca, que tengo sed de él.
Cada vez se mueve más rápido, de repente se tensa y el primer chorro de lefa cae sobre mi lengua, seguida de otros. Yo lo trago. Es de un sabor ácido y caliente que me llena de él, de lo que siente por mí, de lo que somos estando juntos. Entonces vuelvo a chuparla, esta vez con mucho cuidado, con delicadeza, con mimo y en ese instante cierra los ojos y me acerca a él para besarme.
Nos morreamos salvajemente, yo por mis ansias de él y él por probarse a través de mi boca. Separándonos le sonreí. Me devolvió la sonrisa. La suya ladina, la mía expectante: ahora me tocaba a mi. Llegaba mi momento…
Quizá queréis que os lo cuente,
él se llama Jorge.