La palabra más popular de los últimos meses ha sido «casta». Con connotaciones políticas, los partidos más jóvenes han empleado la expresión de marras para definir a los estamentos de la sociedad política con más privilegios y anclada al pasado, pero pocos saben lo que es el derecho de pernada. Desde El Sexo Mandamiento queremos ir más allá: ¿cómo llamarían a esta «casta» si a esos privilegios se añadiese el de yacer con las mujeres que van a contraer matrimonio?
Cabe remontarse unos cuantos siglos para constatar que, aunque a veces no lo parezca, sí que hemos evolucionado. En la época medieval, el modelo social era el integrado por nobleza, clero y tercer estado. Estos últimos eran los más desgraciados del asunto, ya que además de rendir pleitesía, tributo y vasallaje al poderoso en cuestión, el llamado derecho de pernada suponía que las féminas que fuesen a casarse con el campesino de turno habrían de pasar por el lecho del señor feudal correspondiente.
No obstante, existe cierta polémica a la hora de confirmar si, efectivamente, este derecho se aplicaba. Aunque no se ha encontrado ningún escrito legal que acredite que el barón o noble pudiese yacer por norma con las doncellas casaderas, distintas crónicas y relatos históricas contribuyen a pensar que esta práctica no es precisamente una leyenda, como señala el historiador de la Universidad de Valladolid Aitor Labajo. .
Pernada, una costumbre milenaria
Las investigaciones retroceden hasta la civilización egipcia y griega para encontrar el origen de este hábito. Los promiscuos helenos, según el historiador Heródoto, ya promulgaban que el mandatario de una comunidad pudiera fornicar con las mujeres próximas al matrimonio. Los relatos vikingos detallan también que las civilizaciones escandinavas antiguas también incluían esta pernada entre sus ritos.
El paso de los siglos no enterró el llamado en latín Jus primae noctis, sino que llegó a afianzarlo. En caso de que algún marido tratase de oponerse a esta tradición podría exponerse a multas cuantiosas, sumas económicas que las clases sociales pobres del momento no podían ni soñar abordar.
No era fácil decirle al noble local que nanay, que nada de sexo así como así. La cúspide de la pirámide feudal era la encargada de proteger a sus vasallos de posibles ataques de otros reinos, mientras que el poderío del binomio clero-nobleza hacía impensable negarse, ya que sería sinónimo de rechazo, escarnio e incluso expulsión de la aldea o villa: una condena al ostracismo.
La cultura de la Edad Media, además, incidía en la primacía de unos sobre otros y no era extraño que los grandes señores llegaran incluso a violar a sus súbditas. Estas, temerosas de verse expulsadas y con la noción inculcada de sentirse inferiores a esos nobles, preferían no decir nada por miedo a las represalias y seguir así potenciando el aura de semidioses de los nobiliarios.
Este tipo de libertades sexuales cometidas por las élites del medievo, además de los abusos realizados sobre los campesinos, acabaron cansando a los estratos más bajos. Los nobles iban cediendo terreno y comenzaron a darse las revoluciones, como refleja la película Braveheart. En ella, Mel Gibson sufre a raíz de la implantación de esta pernada, y es entonces cuando inicia su rebeldía.
También la novela ha reflejado esta tradición, como puede ser La catedral del mar de Ildefonso Falcones. Ambientado en la Cataluña de la baja Edad Media, el libro plasma cómo Llorec de Berrera impone esta violación sexual sobre Francesca Esteve, futura esposa de Bernat Estanyol. Este encuentro no implica que la joven se quede embarazada, sino que el niño que tendrá será de su esposo. El señor feudal ve damnificada su hombría y los expulsa de sus dominios en una muestra de qué consecuencias traía oponerse a los caprichos de los poderosos.
La progresiva pérdida de primacía de las clases privilegiadas fue diluyéndose a medida que se consumía el siglo XV. La servidumbre consiguió reivindicar ciertos derechos, al menos en lo relacionado con el sexo. Aunque se pueda cuestionar si este derecho de pernada estaba rubricado en las leyes medievales, lo cierto es que era una práctica común que la casta de hace cientos de años imponía sobre los más débiles.
¿Te imaginas que en pleno s.XXI los alcaldes pudieran tener relaciones sexuales con aquellas mujeres que fuesen a contraer matrimonio? Si es que al final sí que hemos ido mejorando.