La abasiofilia es la atracción sexual por personas mutiladas. No están locos y los hay a patadas. Estas parafilias, aparentemente relegadas a unos cuantos americanos gordos con mucho dinero o a esmirriados europeos que se excitan por cámara web, son mucho más comunes de lo que pensamos. Se cuentan por miles los espectadores de los peep shows y películas porno setenteras de Long Jeanne Silver.
Recuerdo un día, como anécdota personal, que me encontré a un abasiofílico sin saberlo, en un chat de mala muerte, mientras abría privados a MonicaRubia, Mujer_elegante y sucedáneos. En el grupo general de mi ciudad, una ciudad regia donde las haya, respetuosa de los valores más burgueses, se había montado un circo de perversión sin parangón. A altas horas de la madrugada los moderadores escasean y los mensajes y nicks de contenido sexual son la tónica de la nocturnia en la ciudad del cereal, Valladolid.
Jóvenes buscaban maduros, Mulato27 una chica ‘para privado’, un lunático decía buscar confidencias sobre jugadores del equipo de fútbol local y uno, uno en concreto, me sorprendió con creces. Le daban morbo las crucifixiones y las gentes amputadas. Me quedé ojiplático y en apenas 10 segundos un mensaje en verde anunciaba que un moderador avieso lo había baneado.
Pensé que estaba como un cencerro o simplemente era un bobalicón gastando una broma de madrugada hasta que entré a formar parte de la plantilla de El Sexo Mandamiento. Gracias a una artículo de nuestra ex compañera Paula sobre el gusto por las amputaciones esa imagen ya casi olvidada del chat volvió como un relámpago a mi cabeza. Lo de las crucifixiones es otro tema, por eso no piso mucho las iglesias, por no encontrarme al tío en cuestión sacudiéndose la sardina ante Cristo crucificado. En próximas entregas hablaremos de esta filia tan profunda.
Leer ‘Parafilias: las prácticas sexuales más raras’, por Paula
Long Jeanne Silver, la pionera del fetichismo pornográfico
Lo que tomé entonces como una broma de algún bobalicón resultó ser una filia común, cómo no, de nombre polisílabo y de compleja pronunciación: la abasiofilia. Long Jeanne Silver nació con una enfermedad en una de sus extremidades inferiores relacionada con el desarollo de su peroné y a una pronta edad le amputaron definitivamente la pierna ajada.
Lo que esta sudista americana no sabía es que años después haría de su lastre su profesión. Una infancia feliz dio paso a una sombría adolescencia de suma rebeldía que dio con sus huesos en un centro de menores. La fiesta, los pederastas y los chulos fueron una constante en su vida puberta, en el contexto de principios de los 70, cuando niñitas de buena casa como Iris (Jodie Foster) caían en manos de proxenetas estilo Sport (Harvey Kittel), en Taxi Driver (Martin Scorsese, 1977).
Cruzó los States haciendo autoestop hasta llegar a la ciudad de la deshumanización y la geometría, como Lorca llamó a Nueva York. Allí conoció a personalidades relacionadas con la industria pornográfica y no tardó en salir en la portada de una revista. Antes de exponer su carne y su aleación de acero al Super8 hizo las delicias de muchos hombres yendo de costa a costa hablando de su problema, restregando su muñón, exponiendo su pierna biónica y mostrándose en cabinas de peep show.
El porno duró unos cuantos años y a la postre se convirtió en un icono de los 70. Sin llegar a la treintena decidió echarse a un lado y dejar la industria en el momento preciso, cuando el porno se podía ver desde casa, en la pantalla de un ordenador, y los Cines X experimentaron un descenso acusado de afluencia. A los 29 quedó embarazada y se retiró definitivamente del mundillo que la había acompañado desde su salida del correccional para jóvenes, un mundillo del que tiene buen recuerdo: «me trataban bien», dice L.J. Silver.
A finales de los 70 se desarrolló el porno digital y decayeron los Cines X.
Su hija descubrió pasada la veintena que su madre fue todo un icono de los inicios de la pornografía tal como hoy la conocemos. Miles de hombres conocieron su faceta como precursora del fetichismo en el porno mucho antes de que descubriese que su madre tenía un artículo en la Wikipedia (si no tienes artículo en Wikipedia no eres nadie), entre ellos, seguramente, el hombrecillo que se conectaba a ese cyberantro a la hora de las brujas y pedía espectáculo gratuito de crucifixión o de amputados. Me pega que fuese gallego o uno de los guionistas de Pedro Almodóvar.