Me encuentro delante del ordenador, escribiendo y borrando durante un buen rato, no sé por donde empezar. Esta historia no es como las demás, también contiene sexo, lujuria, deseo y ganas, pero no inspirados en la carne, sino en el alma.

Tiene todos los ingredientes para que excite a cualquiera, incluso a mí mientras la escribo, pero puedo asegurar que lo más excitante fue vivirlo. Esta vez era yo el que iba detrás de esta chica, su inteligencia, su saber estar, su léxico, me seducían, me atrapaban…

Estuvimos meses hablando, largas conversaciones, interesantes y excitantes. Por diversos motivos, sabíamos que nuestro primer encuentro no podría ser sexual, pero no renunciamos a tenerlo. Ninguno de los dos sabía en qué circunstancias podría producirse.

Me decidí a cometer la locura de acudir donde yo sabía que estaría sin avisarla, buscando únicamente un cruce de miradas, con eso ya me daba por satisfecho. Pero ocurrió mucho más de lo que yo me podría esperar. Cuando me marché le envié una foto de donde había estado, ella me preguntó que porqué me había marchado sin decirle nada, que volviese.

Yo andaba por unos callejones camino de donde ella se encontraba, la vi, estaba de espaldas a mí hablando por teléfono. Debió sentir mi presencia porque justo comenzó a girarse y nuestras miradas se cruzaron, preciosos ojos, por cierto, y ambos comenzamos a sonreír, preciosa sonrisa, por cierto. A partir de ahí, supimos que la conexión que existía entre los dos iba a depararnos muchas satisfacciones.

«Estaba de espaldas a mí hablando por teléfono». | Fuente: Pixabay.com.
«Estaba de espaldas a mí hablando por teléfono». | Fuente: Pixabay.com.

Nuestro segundo encuentro fue semanas más tarde, fui a verla muy temprano ya que su agenda así lo requería. La recogí y fuimos a donde yo estaba hospedado. Durante el trayecto saltaban chispas, nos deseábamos, habíamos soñado tantas veces con poseernos, con seducirnos, con arrancarnos la ropa, que en esos instantes nuestras mentes comenzaban a recrearlo, con la particularidad de que ahora estábamos el uno delante del otro, podíamos tocarnos, olernos…

Llegamos a nuestro destino, no podíamos entrar juntos, ella es una persona popular en su ciudad y no debíamos alimentar rumores. Primero subió ella y después, acto seguido lo hice yo. Solo eran tres plantas pero parecían 30. Cuando se abrió la puerta del ascensor, allí estaba ella, esos ojos, esa sonrisa… La cogí de la mano y nos dirigimos hacia la habitación.

Quizás hubiésemos debido haber hablado durante más tiempo, pero recuerdo que a los cinco minutos de estar en la habitación, ya estábamos completamente desnudos y yo dentro de ella. No podía reprimir mi deseo, mis ganas. Agarré con fuerza sus manos y tiré de ellas hacia mí, quería hacerla sentir todo lo duro que me ponía. Era un círculo vicioso, mientras más gritaba ella, más fuerte la embestía y viceversa.

Acto seguido, la tumbé boca arriba y yo me puse a los pies de la cama. Era el momento de llevarla al límite de su placer, mi lengua recorriendo cada rincón de su clítoris, succionándolo y lamiéndolo. Ella intentaba zafarse de mí con movimientos de cadera, con sus manos e incluso cerrando sus piernas. No la dejé. Su placer me pertenecía. Jadeos, gemidos y expresiones varias flotaban en el ambiente. No dejaba de estremecerse.

«Ya estábamos completamente desnudos». | Fuente: Flickr.com.

Me coloqué sobre ella, una vez en una de nuestras conversaciones me confesó que no le gustaba sentirse atada. Yo corrí el riesgo y la agarré fuertemente las muñecas y las aprisioné contra la almohada, mientras mi boca se acercaba a su oído y mi respiración se aceleraba conforme mi excitación crecía. Me movía cada vez más deprisa, ella apretaba sus paredes vaginales en una clara declaración que decía: -No quiero que salgas de ahí.

Volvimos a cambiar de postura, de nuevo, a cuatro patas. Esta vez quería hacerla vibrar. Sujeté fuertemente sus caderas y mi cuerpo se balanceaba hacía delante y hacia atrás cada vez con más fuerza e intensidad, debía estar al límite de sus fuerzas porque sentía como se quedaba sin aliento, como se aferraba a las sábanas y como repetía una y otra vez “pero bueno…”. Entiendo que ni ella misma encontraría explicación a lo que su cuerpo estaba sintiendo en ese preciso momento. Se le amontonaban los orgasmos.

Después de haberla llevado al clímax, era mi turno. Me tumbó sobre la cama y fue ella la que se puso a los pies de la misma. Es dificil olvidar esa mirada clavada en mí mientras su lengua jugaba con mi glande y su boca se abría para introducirse mi polla en el segundo lugar más húmedo y caliente que debía haber en aquella habitación.

Lamía, chupaba y succionaba de la misma manera que yo lo hice con su sexo, sonaba a venganza. Dulce y excitante venganza. No paró hasta que la agarré de los brazos y comencé a correrme, mi semen salpicó por cada parte de su cuerpo desnudo, pelo, cara, pechos, manos… quedó impregnada de todo el placer que me había provocado.

Después de varios segundos eyaculando, esa mirada volvió a clavárseme en el alma y esa sonrisa apareció de nuevo en sus labios. No habíamos hablado mucho, pero no nos hizo falta. La conexión fue absoluta.

¿CONTINUARÁ?

Autor: @Simon_Galante.

Imagen de portada: Pixabay.com.

Entradas relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *