Creo que a todos los hombres nos gustaría encontrar una mujer que nos satisficiera completamente, que incluso tuviese unos pensamientos más turbios y perversos que los nuestros. Pues bien, yo encontré a esa mujer.
Sexo sin compromiso, sin tabúes, sin explicaciones. SEXO SUCIO, en mayúsculas.
Todo comenzó con un mensaje de texto:
- ¿Tienes algo que hacer esta noche?
- Me preparo y salgo para allá en 30 minutos.
Tenía poco tiempo para prepararme. Una ducha, afeitarme y tener algo de bebida lista por si no salíamos a tomar algo fuera. Pasó el tiempo rápido, había bajado a comprar una botella de vino cuando me sonó el teléfono, era ella.
- Ya estoy aquí.
Fui a recibirla a la puerta, se bajó de su moto y se quitó el casco, que dejó paso a una larga melena oscura. Era delgada, piel morena y mirada penetrante. Mi imaginación automáticamente comenzó a trabajar.
Estuvimos un rato charlando, bebiendo y fumando. La noche avanzaba bien, reíamos, nos tirábamos alguna indirecta… hasta que me decidí. Me levanté de la butaca en la que estaba sentado, me dirigí hacia ella y prácticamente sin mediar palabra comencé a besarla. En ese momento, o se acababa la noche o lo que había estado imaginando en mi cabeza se volvería realidad.
Ella me correspondió el beso, en ese momento una erección se adueñó de mi miembro y un calor recorrió todo mi cuerpo, empezando por la boca. Nuestras lenguas jugaron durante un buen rato, llenándolas de humedad.
La levanté de la butaca y comencé a desnudarla mientras nos acercábamos a la cama. La temperatura comenzaba a subir dentro de nuestros cuerpos, el deseo se apoderaba de nuestras mentes. Las manos de ambos agarraban el pelo del otro, ninguno quería separarse. Mientras más juntos mejor, hasta que estuviésemos dentro el uno del otro.
Mi lengua pasó en un abrir y cerrar de ojos de humedecer sus labios superiores a hacerlo en los inferiores. La tumbé sobre la cama, inmovilizándola y empecé a succionar su clitoris, con fuerza, con contundencia, así me lo transmitía ella con sus palabras.
- «Cómeme el coño, hijo de puta», ordenaba.
Como hombre complaciente que soy, así lo hice. Me tomé mi tiempo, no tenía prisa, ninguno la tenía. Me propuse que alcanzara el NIRVANA y no paré hasta conseguirlo. A medida que la iba excitando, sus palabras se volvían cada vez más groseras y sus movimientos más violentos. Me encantaba esa situación, mi polla se encontraba en un estado de erección continuo.
Mis manos recorrían su cuerpo de arriba a abajo, introduje un dedo en su boca para que me lo chupara, quería comprobar que destreza tenía en el arte de las felaciones. Sabía usar la lengua, moverla y llenar de saliva todo aquello que se le introdujera en la boca. Ideal para cuando fuera mi polla lo que estuviera a su alcance.
Y no tardó mucho en estarlo, ella se arrodilló ante mí y la agarró con decisión mientras su mirada se clavó en la mía, no hizo falta que me dijera nada, esos ojos ya me hacían saber que sería una mamada difícil de olvidar. La lamió hasta dejarla brillante por la saliva, por arriba, por debajo, los testículos… no dejó ni un rincón por lamer.
Mis jadeos y su boca succionando era lo único que se oía en aquella habitación, hasta que la agarré por la nuca y le dije:
- «Tragátela entera, puta».
Obedeció sin rechistar y con una sonrisa maligna en la cara. Continuó mamando, acatando mis deseos y mis peticiones, porque cuando te hacen algo sin necesidad de pedirlo, no es una orden. A la vez que se introducía mi miembro en su boca, una y otra vez, me masturbaba cada vez con más fuerza. Desde un principio ella quería que le llenase la boca de mi placer, y no iba a parar hasta conseguirlo.
La sonrisa maquiavélica no remitía de sus labios. Cuando sentí que estaba a punto de correrme, me agarré la polla fuertemente por la base, la separé unos centímetros de mí y apunté bien para que toda mi corrida fuese a caer dentro de aquella cueva húmeda y caliente que no había parado de complacerme minutos atrás. No se derramó ni una gota, ella lo estaba disfrutando, sus ojos y su sonrisa así me lo confirmaban.
La noche continuaba avanzando y nuestras perversiones seguían fluyendo. Le tocaba el turno al sexo anal. Ya os comenté antes que dí con una mujer adicta al sexo, al sexo sucio, morboso, con el que todos soñamos pero que pocos llegamos a llevar a la práctica en su máxima expresión. Tenía que aprovecharlo.
Se puso a cuatro patas sobre la cama, mostrándome ese culo duro, prieto y listo para ser follado. Bien abierto, dándome la bienvenida. Diciéndome:
- Es tuyo, haz lo que quieras con él.
Escupí en él, pensando en lubricarlo y cuando introduje la polla pensé que no hubiese sido necesario, este culito tiene ya mucha experiencia. Así estuvimos durante un buen rato, entre embestidas, gemidos, jadeos, insultos, etc, etc… En el ambiente se podía oler nuestro deseo, nuestras ganas.
Conforme pasaba el tiempo más sucio era el sexo que practicábamos, era lo que nos gustaba a los dos, nuestros cuerpos se complacieron mutuamente y nuestra sed de sexo no se vio saciada, nos supo a poco.
Autor: @simongalante.