El miércoles pasado os presentaba la primera entrega de este pequeño pero gran recorrido por el arte sexual a través de la Historia. El Románico erótico de la comarca campurriana y el que guardan los mallos del curso del Gállego dejan paso a mi entrada de hoy. Dos siglos después de los tesoros aragoneses y tres de los cántabros y norpalentinos, la Historia y el Arte nos deparan un viaje hacia el Gótico tardío de los siglos XV y XVI, empastado con el Trecento italiano de Giotto y otros maestros.
En El Sexo Mandamiento nos encanta el sexo, como nuestro propio nombre indica, sin embargo, en párrafos posteriores iremos dando pistas de lo que también nos gusta y suele estar en secreto. Un bestiario de color y un crisol de pecados que nos envenena, de entre los que el coito y sus prolegómenos ocupan un lugar prominente en nuestra lista de perversiones.
Esta vez los mejores ejemplos no tienen sello español, en lo que a erótica del arte se refiere. Castilla se convertía en capital del Gótico, título compartido con Francia, promotora de las catedrales más espectaculares de nuestra geografía. En un principio, un estilo tan atrevido causó respeto y el Románico, incluso en la avanzada Castilla, dominó al ‘oscuro arte de la Edad Media’, como Vasari, historiador del XVI, definió al Gótico.
Es, pues, que los esfuerzos se concentraron en la arquitectura y en la escultura adosada al muro. Castilla y sus magnificentes ejemplos de Toledo, Burgos o León se alzarían como gigantes entre la mies, el trigo y el ganado lanar. En el XIV, Francia dejó de marcar el camino constructivo y le pasó el relevo a las Coronas de la costa mediterránea, que moldearon a su gusto el Gótico, consiguiendo líneas más livianas y menos profusas en fachada.
Pero aún quedaba dar el paso definitivo que uniese la novedad que supuso el Gótico hacia la renovación y el gusto por la Antigüedad del Renacimiento. Castilla recuperó su antiguo esplendor y tomó esta vez como aliado Flandes en detrimento de Francia. El rico comercio de tejidos, cosmética y bisutería expandió su abanico negociador para abarcar el producto más determinante para la Corona que pudo convertirse en dueña y señora de medio mundo: el tráfico de Arte.
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Como buen localista que soy, no puedo dejar de citar algunos de los monumentos más significativos de Valladolid que, casualmente, se construyeron durante el reinado de los Reyes Católicos (de ahí la denominación de Gótico isabelino o estilo Reyes Católicos), como es la magnífica portada de la Iglesia de San Pablo o el colegio de San Gregorio, frente a la nave izquierda y anfitriona del Museo Nacional de Escultura.
El localismo se cura viajando
Pero como diría Unamuno: «el localismo se cura viajando» y por ello, iremos hasta Villanubla y tomaremos un barato billete virtual dirección al Aeropuerto de Charleroi. Ponemos la pica en Flandes y visitaremos, ya en Holanda, al que va a ser nuestro protagonista de hoy, Jeroen van Aeken AKA ‘El Bosco’. Siempre con permiso de sus coetáneos Van Eyck, Van der Weyden y Van der Goes, nos adentraremos en la pintura erótica flamenca o góticotardía de lleno, con tres representaciones que sin llegar a la vehemencia de la Iglesia de Cervatos, bien puso el grito en el cielo a cualquier Contrarreformista español que después adoraría la obra y a su autor.
Cabe destacar que la sociedad a finales del XIV vivía sumida en el absoluto caos. Aunque los esfuerzos medievales se concentran en el siglo XII, el que nos atañe en el escrito es uno de los momentos claves para entender lo que somos hoy. La Reforma protestante y la Contrarreforma llevan directamente a la concepción moderna que tenemos hoy del catolicismo, que encuentra en Felipe II, rey emperador, su estandarte de guerra. El Bosco, hombre cultivado en el mundo de las letras, mira con soberbia la ‘sociedad enferma’ de su tiempo y se ríe pintando al óleo sobre tabla en vez de en las páginas de El Jueves.
El carro de heno
Este tríptico, posterior a su obra maestra de la cual hablaremos más adelante, representa en el postigo izquierdo el nacimiento del pecado, con los ángeles caídos en la parte superior y, abajo, la escena del pecado original, la rebeldía de Eva cogiendo la manzana del Jardín del Edén, de manos de una serpiente con cabeza de hombre, con la cabeza de Satán (‘el tentador’).
En la tabla central se identifica ese gran carro de heno, famoso proverbio flamenco y pasaje bíblico (Isaías 40:6: «Toda carne es como el heno y todo esplendor como la flor de los campos. El heno se seca, la flor se cae»). El mundo es un gran carro de heno del que cada uno toma lo que quiere. Expresión exacerbada de los placeres prohibidos, de la codicia y la avaricia, de la suma desmesura.
Coronando la paca de heno dos campesinos se besan (la lujuria), mientras arriba, a la derecha y descansando sobre una rama, la lechuza herética les observa. El carro está tirado por bestias (bestiario medieval), leones humanizados, hombres con cabezas de marranos, osos, perros, peces y toda clase de alimañas, espejo de la sociedad de una época dudosa también de la santidad, que se acerca con toda la pompa a hacerse con la máxima cantidad posible de heno, porque de los pecados tampoco se salvaban los hombres píos.
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En el postigo derecho se representa el infierno mediante el uso de una ciudad incendiada y la construcción de una posible Torre de Babel por diablillos a modo de obreros. El Bosco recurre habitualmente a simulacros de explosiones para simbolizar el pecado, una forma de guerrear muy típica en las milicias de la época, y a la orden del día dadas las confrontaciones entre Felipe II y las provincias sublevadas merced de la Reforma protestante.
Mesa de los pecados capitales
Aunque de discutida autoría, ‘Mesa de los pecados capitales’ muestra con una magnífica vehemencia y sencillez los siete pecados que dirigen la vida del hombre. Esta ‘mesa circular’ es la metáfora de un ojo, con Jesucristo en su centro, en la pupila, como aquel que ve los siete pecados pintados en el iris.
Flanqueando el ojo hay cuatro tondos o anillos que ilustran las Postrimerías: muerte, juicio, infierno y gloria. Encima y debajo del ojo principal, dos inscripciones (filacterias) que advierten de las consecuencias de la materialización de los siete pecados: ‘Porque son un pueblo que no tiene ninguna comprensión ni visión / si fueran inteligentes entenderían esto y se prepararían para su fin’, arriba; y ‘Yo esconderé mi rostro de ellos: y veré cuál será su fin’, abajo.
En el iris, como se ha dicho, están pintados los siete vicios de Gregorio Magno. La Lujuria tan típica del gótico se sustantiva en una pareja que disfruta de un día campestre, rodeados de bufones. La Gula, en el paño norte, se representa con una familia comiendo y bebiendo como si no hubiese mañana. El hombre de la casa engulle sentado a la mesa, el niño, redondo como una bola de billar, reclama la atención de su padre. En primer plano una salchicha se fríe en las brasas. Un juez acepta sobornos por ambas partes, olvidándose de impartir justicia y mirando por el oro, da nombre al paño de la Avaricia.
La Acidia o la Pereza, mostrada a través de un sacerdote dormido en su opulenta celda junto a su perro, también dormido; a su lado una mujer, la Fe, que le insta a despertar y llevar a cabo las tareas propias del eclesiástico; muy olvidadas en los momentos en los que el artista flamenco desarrolló su pintura, cuando la simonía, el nepotismo y el nicolaísmo estaban a la orden del día.
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En el paño sur se encuentran dos borrachos armados en plena pugna, uno sin soltar su jarra y el otro tan beodo que sobre su cabeza descansa un banco de madera. Una mujer media entre los hombres intentando aplacar su Ira.
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A la zurda de la Ira, la Envidia: un hombre intenta seducir a una mujer casada, otro hombre mira con deseo una rapaz posada en el hombro de un cetrero y dos perros se pelean por un hueso. Por último, y a la derecha del ‘paño iracundo’, observamos la Vanidad. Una mujer ataviada con un vestido de ampulosos pliegues se mira en un espejo sujetado por un demonio.
El jardín de las delicias
Sin duda obras maestras del gótico tardío y de toda la Historia del Arte son los óleos mencionados anteriormente, pero si hay uno que destaque entre todo ellos y, por supuesto, de entre la producción de El Bosco, ese es el Tríptico del Jardín de las Delicias, tanto por la belleza inherente a la pincelada del flamenco como por la profusión de alegorías religiosas y el misticismo que rodea a la obra.
En el postigo izquierdo se muestra, como ocurriese en El carro de heno, el paraíso. La Creación se ve amenazada por el pecado. Adán, Eva y Dios como su creador a partir de la costilla de Adán aparecen como los únicos hombres de la Tierra, en un primer plano, rodeados de todo tipo de verdura exótica, flores y animales; alegorías de la Creación.
En la segunda franja horizontal, escondido en la parte izquierda está el Árbol del conocimiento del Bien y del Mal, en cuya copa se encuentra el fruto prohibido y en cuyo tronco se enrosca la transmutación de Satán, la serpiente astuta que engañó a Eva. El árbol es bañado por las aguas de una fuente, una fuente muy especial, la Fuente de la Vida, construida a partir de piedras preciosas e inaccesible para todos los seres que se sienten tentados a acercarse para alcanzar la Eternidad.
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La tabla central constituye uno de los más ricos ejemplos de abigarramiento sino el que más de toda la pintura flamenca, ya de por sí recargada y cuajada de detalles. Éste es el verdadero Jardín de las Delicias, a matacaballo entre el Jardín del Edén y el Infierno. El Jardín de las Delicias es un lugar de reposo, de postergación, en donde llevar a cabo todos los deseos carnales y perder la pureza del hombre concebido por Dios en la primera tabla.
Un lugar donde llevar a cabo todos los deseos carnales y perder la pureza del hombre
Uno de los detalles más misteriosos y alegóricos que alberga esta tabla central es la escena del jinete con un huevo en la cabeza, que muestra la fragilidad del placer. Caer en el placer y en el vicio es sinónimo de Condena Eterna (tabla derecha). En las cuatro esquinas (las cuatro esquinas de la Tierra formadas por los cuatro arroyos) de ese pequeño mar geométrico se sitúan cuatro construcciones, las moradas de los amantes del Jardín de las Delicias. Una laguna hace de vigilante de los bañistas de ‘los cuatro arroyos’, en ella se bañan unas mujeres (Baño de Venus, símbolo del enamoramiento, amor platónico) rodeadas de jinetes montados a lomos de osos, zorros, cabras, guepardos, pájaros y caballos (símbolo del acto sexual, amor carnal).
A la derecha, hombres y mujeres han caído en el pecado sin importarles ya sus consecuencias, comen manzanas sin cesar. Más abajo el búho vuelve a la representación pictórica como representante de la magia y la brujería. Más abajo aún están Adán y Eva escondidos en una cueva tras ser expulsados del primer postigo, tras ser expulsados del paraíso. A su lado, tres hombres yantan fresas, paralelismo también del amor carnal.
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En el postigo derecho, como también ocurriese en El carro de heno, El Bosco nos muestra ‘el sitio donde el gusano no muere’ (Marcos 9:47-48). Los fuegos vuelven a repetirse, tan usuales en las refriegas de la época. Las explosiones y detonaciones van acompañadas esta vez de la guadaña fálica (dos orejas y la hoja de un arma blanca). En la parte más baja, de donde emana toda la luz, se representan todo tipo de bestias e híbridos que castigan a los hombres por sus vicios en la vida terrenal. En el centro y ocupando buena parte de la tabla se muestra un instrumento musical en orden gigante, típicamente asociado al amor, pero en este caso aparecen asociados a su uso como armas mortuorias.
La producción de El Bosco tuvo una enorme aceptación en España, pese a ser la cuna de la Contrarreforma. Felipe II fue un gran admirador del pintor y llegó a adquirir para su colección varios cuadros suyos, entre ellos El Jardín de las Delicias, guardado en El Escorial hasta el 1939 que fue trasladado al Museo del Prado.
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En una primera vista puede chocar que la Monarquía española, de incorruptible rectitud cristiana y abanderada de los valores tradicionales, aceptase en su haber y se regocijase con obras que explican los vicios y temas alegóricos con una explicitud pasmosa. Mientras sus contemporáneos (Van Eyck o Van der Weyden) censuran y camuflan el caos de la época, El Bosco se viste de cronista caricaturesco porque para él el mundo es una farsa. Se permitió criticar a la sociedad y sus excesos mientras vivía como un absoluto burgués, rodeado de libros, pinturas y manuales de Historia.
El Bosco no es un pintor más. El Bosco es el precedente del Surrealismo, el inspirador de los estudios psicológicos de Freud y Jung, El Bosco es el Lynch del óleo. El período Gótico y su arte erótico, más bien su crónica erótica, cierra aquí sus puertas, de las que hemos excluido a artistas también importantes en nuestro lascivo tema, como Memling, por poner un ejemplo. La próxima entrega traerá los secretos del Quattrocento. ¡No os lo perdáis!
El Bosco no es un pintor más. El Bosco es el precedente del Surrealismo, el inspirador de los estudios psicológicos de Freud y Jung, El Bosco es el Lynch del óleo