Se puede ser muy puta sin pretenderlo. No paro de sonreírme a mí misma al repetírmelo. Cuatro de la tarde, saciada sobre la cama de hotel, después de tres horas bajo sus manos curiosas, recorriéndome la piel, acariciando cada milímetro de ella, pellizcando mis pezones, mi vulva, para después aliviarlos con su lengua acariciadora.
Sentirme juguete en sus manos es mi adicción. Apenas sin mediar palabra entre nosotros, mirando a mis ojos, es capaz de darme órdenes expresas tales como quitarme la ropa, girarme, arrodillarme, bajar la vista, mirarlo a los ojos, abrir la boca, no correrme, ofrecerle mi culo…
Llega, entra en el salón aflojándose la corbata, lo miro sonriente y noto esa fiereza en sus ojos, deseo en estado puro, desesperado, se acerca a mí y me muerde el labio inferior mientras palpa mi humedad por encima de la ropa interior. Se despega de mi boca y recorre mi cuerpo con la mirada, tiemblo de placer, vuelve a mirarme a los ojos. Y lo capto: le sobra mi ropa.
Se acomoda en un sillón mientras va desabotonando su camisa. Otras veces se enciende un cigarro y cruza sus piernas, cómodamente instalado, me va observando mientras yo me desnudo. Sólo el sonido de los latidos de mi corazón retumbando en mis oídos, excitada, nerviosa. Noto este rubor que no avisa, que no controlo, subiendo a mis mejillas.
Mis manos van quitando prendas despacio, voy girando sobre mis pies para proporcionar a sus ojos el mejor ángulo. Cuando sólo queda mi ropa interior, medias y tacones, me acerco a él.
A menudo suele abarcar mi culo con ambas manos y muerde mi monte de venus sobre las braguitas. Otras veces saca mis pechos por encima del sujetador y aprieta mis pezones metiendo sus manos por dentro del sujetador medio bajado, abarcando mis pechos en sus palmas. Otras me arrima a él cogiéndome por las caderas y apoya su frente en mi ombligo, en esas ocasiones me permito acariciar su pelo y sentirme refugio.
No siempre follamos. Hay tardes enteras de horas lentas y pausadas bajo su boca, de sentir su saliva envolviendo los dedos de mis pies, mis tobillos, mis piernas; sus labios en mis ingles; su aliento en la cara interna de mis muslos, sus dientes en mis nalgas; su lengua voraz en mi botoncito mágico, elevándome una y otra vez, agarrándome a las sábanas para no perderme en el vuelo.
Su lengua. Su boca. Mi vuelo. Mi orgasmo.
Y dejarme morir bajo las sensaciones que provoca en mí, quedando cual cadáver, extasiada, laxa, plena, exquisita.
Autora: @imposibleolvido.