Ser alto puede tener sus ventajas. Se sobresale entre la multitud, no hay gentío que impida ver bien el escenario de un concierto y nunca está de más en ciertos deportes. Sin embargo, también hay que lidiar con transporte público solo apto para gente de mediana estatura, camas de longitudes irrisorias y los fieles a las teorías de la L, que promulgan que ser alto es sinónimo de escasa dote viril.
Como muchas explicaciones macarrónicas de este mundo, la sabiduría popular se equivoca cuando acusa a las personas altas de tener el pene pequeño. Para aquellos que no tengan el gusto de conocer esa explicación, supuestamente las dimensiones del pene se regirían por la estatura.
Una L es larga verticalmente y horizontalmente pequeña, lo cual se asociaría a un individuo. Ser alto se correspondería a esa verticalidad y la base, proporcionalmente muy inferior a la altura, indicaría que el sujeto en cuestión no tiene un falo precisamente grande.
Cómo no, habrá casos en los que esa ele sea acertada, pero no hay ningún criterio científico que rija estos postulados. Que les pregunten a los compañeros del jugador de baloncesto Felipe Reyes, que con sus 204 centímetros de altura ha recibido no pocas alusiones a las dimensiones de cierta parte de su cuerpo. Efectivamente, da igual lo que mida un hombre, pues no influirá en su dote reproductora.
Más teorías
Dado que el común de los varones echa miradas diagonales en los baños públicos cuando micciona de pie y que los vestuarios siempre permiten indiscreciones, cabe afirmar que el sexo masculino tiene cierta curiosidad por ver el tamaño del pene de sus semejantes. Dado que no siempre pueden cotillear al de al lado, han nacido multitud de teorías disparatadas para explicar lo que no tiene respuesta fácil.
Hay quien cree, por ejemplo, en lo contrario a la L. De esta manera, la cosa sería proporcional y en esta ocasión los hombres altos serían los poseedores de los miembros más generosos de su comunidad. Este pensamiento, lamentablemente para ellos, no tiene ningún rigor científico que lo respalde.
En esta línea avanzan los que miran abajo del todo en busca de respuestas. El tamaño de los pies no tiene nada que ver con el del pene, no existe relación alguna con comprar zapatos grandes. En definitiva, tener un 47 de calzado no significa calzar una larga entrepierna.
Los dedos de la mano albergan sendas teorías más conspiranoicas que oficiales. Una de ellas reza que cuanto más se parezca la longitud del índice y el anular (el de al lado del meñique, que sabemos que habéis mirado), mayor será la longitud fálica del susodicho. Tiene la misma base científica que un Elvis resucitado en las playas de Brasil.
Por otro lado, vuelve la letra ele pero en los dedos de la mano. Según los fieles a esta explicación, al extender el índice y el pulgar a modo de pistola y calcular la distancia diagonal entre las yemas de ambos dedos sería el indicativo para conocer los centímetros que mide otro tipo de arma. Sí, esta afirmación puede ser cierta. O no. O a veces. Que tampoco está probada, vaya.
La última de esas elucubraciones tiene narices. Efectivamente, para los que creen en esta posibilidad, lo de Pinocho mintiendo dejaría a Nacho Vidal como un mero aficionado. Sí, sería la longitud de la nariz la que permitiría aproximar el tamaño del miembro masculino. Esta teoría fue muy popular en el siglo XIX, si bien se fue cayendo por razones más que evidentes.
En resumen, la Naturaleza es caprichosa y juega con nosotros a su antojo. Por mucho que en las duchas del gimnasio mires a tu alrededor con excesiva atención y luego compares con dedos, pies, eles invertidas o verticales o narices prominentes, no vas a sacar nada en claro. No queda otra que disfrutar del pene propio y, a partir de ahí, que los demás calcen lo que la lotería de la genética les haya asignado.