Los de la nueva política se echan el pisto de que son normales, gente de la calle, tíos y tíos que podrías ver en la parada del autobús. Los de la vieja política quieren responder al empuje de esas generaciones que intentan echarlos a un lado y, futbolines y abreviaturas mediante, tratan de limpiarse la caspa que algunos insisten que cubren sus hombros. Más modernos o más vetustos, todos ellos son personas, con sus virtudes, defectos y apetencias concupiscentes.
En mayor o menor medida, pues aunque las cámaras los persiguen en todo momento aún no han llegado a grabar sus lechos, las caras que nos observan desde la tribuna mediática también tienen cierta privacidad y, cómo no, en ella se incluye el sexo. La carne es la carne, que diría aquel, y ni siquiera los más engalanados políticos son capaces de resistirse a la llamada del placer. Cómo no, no todos saben reducir su vida sexual a la intimidad del catre propio.
Bill Clinton: entre saxofones y becarias
Entre 1995 y 1996, el actual marido de la presumible candidata demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, albergó durante su estancia en el Despacho Oval a una becaria muy especial. Monica Lewinsky pasó a la Historia como la joven con la que Bill Clinton mantuvo algo más que picantes conversaciones telefónicas. Al parecer, el reconocido saxofonista pretendía enseñarle a Lewinsky el arte de este instrumento de viento, pero la fatalidad quiso que le indicara que la lengüeta por la que tenía que soplar era otra.
El escándalo en EEUU fue tal que el mismísimo presidente tuvo que defenderse de las acusaciones. A pesar de las pruebas, en forma de grabaciones de calenturientos diálogos entre ambos, Clinton renegó de haber mantenido encuentro sexual alguno con la becaria. Las evidencias fueron tales que se le sometió al procedimiento de impeachment, una suerte de moción de censura estadounidense y una auténtica deshonra para todo un presidente.
El caso se saldó con la absolución de Bill Clinton, quien acabó admitiendo un «comportamiento físico impropio», aunque desmintió el perjurio. En cuanto a su relación con la que podría ser la primera mujer en ocupar el sillón que dicen que es el más importante del planeta, a la vista está que Hillary y Bill, Bill y Hillary, pudieron salir del atolladero de la infidelidad y seguir juntos contra tiento y marea. Si la que fuera primera dama a finales del siglo pasado vuelve a llevar el apellido Clinton a la Casa Blanca, las voces más ácidas se preguntan si algún becario volverá a hacer saltar las rotativas de la prensa rosa internacional.
Por cierto, el otro impeachment del siglo XX lo sufrió el republicano Richard Nixon debido al Caso Watergate, que desmintió y desmintió hasta que la evidencia pudo a la excusa. El espionaje sobre el partido demócrata, alojado en el complejo hotelero de mismo nombre, se saldó en 1974 con la dimisión de Nixon. La operación se llevó a cabo gracias al entonces apodado Garganta profunda, la voz que proporcionó todos los datos necesarios para impugnar al presidente. El oportunísimo nombre que le brindó la opinión pública responde a una película pornográfica muy de moda en ese momento, cuyo título se puede sospechar fácilmente.
El sexo no respeta siguiera a la clase política, o quizá sea que esta no respeta muy bien las claves que no debe superar si no quiere que haya un escándalo de proporciones épicas. Tal es la influencia sexual en este ámbito que los dos casos más destacados producidos en los últimos 140 años han estado vinculados a la lascivia, ya sea de facto o nominalmente. Por mucho traje, corbata, rueda de prensa e imagen en carteles que haya, tanto la vieja, la nueva o la adolescente política sigue siendo humana y, como humana, le gusta lo que le gusta.