Hace años, cuando estudiaba seriamente, me gustaba divagar mirando la bola del mundo que tenía y tengo, ahora mismo, por cierto, a la izquierda de mi pueril escritorio. Es, sin duda, una bola del mundo preciosa. No es azul, sino marrón, con los indicadores de corrientes, descubridores, datos de población y cientos de características más que hacen de mi bola del mundo una bola del mundo especial.
Me gustan mucho los números irrelevantes. Realmente no me importa cuantos millones de habitantes tenga Nueva York o cual es la capital más poblada de Europa. A mí me importaba situar en el mapa Abilene, paradigma de ciudad western, o las sorprendentes capitales administrativas de los estados de Norteamérica. También me gustaban los nombres raros, que se hacen más raros aún cuando designan zonas de países de tradicional habla inglesa, véase Saskatchewan en Canadá.
Un día, estudiando Filosofía como un becerro, di con una ciudad perdida al oeste de Oregon, pero no era cualquier ciudad, ésta se llamaba Eugene. Pese a no tener una población superior a la de Santander, se erige como la segunda más poblada del estado, por detrás de Portland. Resulta que a mediados del XIX, cuando en los Estados Unidos dominaba el Winchester, las rivalidades con los indios, el whisky y los cazarrecompensas, un hombre tuvo una grandiosa idea. El sur de la costa oeste (California y Baja California) estaban conectados con el noroeste (actual Columbia Británica y Alaska) por miles de kilómetros de densa tundra que después se llamará Oregón y Washington. Eugene Franklin Skinner estableció allí su cabaña, bajo el desamparo absoluto de la climatología noroccidental del país del tío Sam.
Lo que Eugene no sabía es que su cabaña se convertiría en el ultramarinos que todos tenemos debajo de casa, pero en su caso, en el único a miles de kilómetros a la redonda. Se convirtió en lugar de paso para viajeros, en hospedería, en tienda y en oficina de correos. En torno a su cabaña se erigió la ciudad que hoy conocemos.
Cuando la mafia fundó Las Vegas
La historia de la formación de ciertas ciudades da para escribir un libro entero, si es que todavía no hay alguna compilación de las creaciones más estrambóticas. El caso de Las Vegas es un caso excepcional. Podríamos catalogarlo como la primera ciudad no-espontánea, como las que se piensan hoy en día para albergar unos Juegos Olímpicos o un Mundial de Fútbol, zonas erigidas con un fin concreto. Mientras Eugene fundaba una ciudad por inercia, mil kilómetros al sureste, los mormones se instalaban en las zonas húmedas del desierto de Mojave, una zona que el descubridor mexicano-español Antonio Armijo denominó Las Vegas.
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Cincuenta años después, con colonos blancos asentados en la zona, llegó el ferrocarril, verdadero germen de la tecnología actual y del desarrollo ciudadano en los States. Lo mismo que ocurre con los autobuses en España, que paran en desoladores y desolados pueblos castellanos de apenas una centena de habitantes, ocurría con el ferrocarril. Las Vegas no era más que un poblado de trabajadores, sin sangre y bilis más cerca que en la costa californiana, con un calor abrasador durante todo el año y apenas unas tascas donde poder beberse el sueldo mensual.
Las Vegas apenas tenía unas tascas donde poder beberse el sueldo mensual
Pero no todos vieron en Las Vegas ese acopio de podredumbre del que buenas y malas lenguas hablaron. Bugsy Siegel, uno de los cabecillas del crimen organizado en Los Ángeles, vio en pleno desierto una oportunidad de negocio. Meyer Lansky en segundo término y Lucky Luciano en primero, se amoldaron a los planes de Siegel para hacer de ese solar una máquina de hacer dinero. Las dotes de Luciano, considerado primer Don de la Mafia moderna (los llamados jóvenes turcos), como negociador y sus potentes contactos en el mundo de la droga, le bastaron para conseguir la financiación del primer gran casino de Las Vegas, el Flamingo.
Tras dos inauguraciones fallidas y una recaudación que no impedía ver las cuentas del proyecto en números rojos, los hombres de Lansky y Luciano se quitaron de en medio al verdadero autor de la ciudad del pecado, Bugsy Siegel. Tras la Gran Guerra, Hollywood, apenas a 300 kilómetros de Las Vegas, se convirtió en el nido del séptimo arte. Productores, directores y actores (y por extensión su dinero) se desplazaron de la fría y vieja Europa a la próspera west coast. La infraestructura construida en torno a Los Ángeles influía muy positivamente en la ciudad soñada por Siegel, convertida en ciudad eminentemente nocturna, donde la flor y nata de los escenarios se reunía a dejarse los dineros, la cabeza y la dignidad.
Con el tiempo y alrededor de la industria cinematográfica, Los Ángeles fue creciendo a nivel tecnológico, social y cultural. Consigo Las Vegas, que se convirtió en parada obligatoria de toda personalidad de la gran pantalla que se preciase, para mafiosos, para vividores y para ingentes cantidades de europeos que encontraron en el Mojave su segundo Montecarlo. Poco a poco el Flamingo y sus casinos rémora dieron nombre a lo que hoy se conoce como ‘la Strip’, una avenida de casi siete kilómetros donde se concentran los principales lugares de ocio y descanso de la ciudad.
La flor y nata de los escenarios se reunía a dejarse los dineros, la cabeza y la dignidad
Durante los 50, la erección de los más magnificentes hoteles del mundo, dio a Las Vegas el impulso necesario para convertirse apenas 20 años después en la ciudad más visitada del mundo. El Desert Inn, el Hotel Sahara, el Sands o el paradigmático Riviera fueron los centros catalizadores de leyendas y mitos de la ciudad comúnmente llamada ‘de las segundas oportunidades’.
Luxuriae forte
Pero no solo el vicio por el juego y el buen beber son consignas de Las Vegas. La ciudad realmente creció gracias a la producción de espectáculos que los propios hoteles y casinos financiaban. El Stardust fue uno de los casinos más recordados por sus espectáculos. Traído desde Francia (los cuerpos de baile se importaban desde Europa), el ballet de El Lido estuvo en cartel más de 31 años, hasta principios de los 90. Céline Dion o el Circo del Sol encontraron en Las Vegas la segunda oportunidad para saltar al estrellato.
Cuna de la ludopatía, de estrellas -a veces frustradas – y de decenas de películas de éxito, la ciudad de las luces de neón esconde en sus tugurios secretos inconfesables, porque, como ya se sabe, lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas. Pero en este caso, algunos trabajadores de casinos y hoteles se fueron de la lengua y tuvieron a bien contar al mundo, a través de foros, algunas de las perversiones que sus ojos han visto.
“Tenemos que recoger preservativos, vómitos, botellas vacías, ropa, jeringuillas y todo tipo de basura imaginable que los huéspedes dejan», contaba un socorrista. Otro revelaba como una chica vomitaba en las manos de su acompañante mientras practicaban sexo. Más usuales son los billetes de gran calado cubiertos por heroína, o paredes manchadas por excrementos.
No es infrecuente encontrar billetes de gran calado cubiertos por heroína o paredes manchadas de excrementos
El cartel que nos da la bienvenida a Las Vegas es el mejor botones de toda la ciudad. Tras pasar su línea, guardar silencio y olvidar lo ocurrido a tu partida será lo mejor que puedas hacer. Lo legal y lo ilegal está separado por una difusa barrera que la mayoría traspasa sin percatarse. Abortar en una boutique, menstruar en plena calle bajo los influjos del alcohol o follar en el vestíbulo de un casino es posible, aunque a unos pocos metros haya una máquina de vending que alquila habitaciones de hotel por un módico -muy módico- precio.
La especial situación de la prostitución en Nevada
Pero al contrario de lo que se pueda pensar, Las Vegas no es un lugar donde la prostitución esté a la orden del día. Sí están permitidos espectáculos más o menos provocativos, tampoco falta el sexo, pero como en el resto de estados de Estados Unidos, la prostitución es ilegal. Con un pero. Algunos condados sí tienen abierta la veda en el delirio del rumbo y manejo. Las ciudades con menos de 50.000 habitantes gozan del permiso para abrir burdeles licenciados. Es por lo que Las Vegas, vista desde los cielos, presenta una forma de mancha de aceite con la ciudad principal rodeada de una corona de pequeñas poblaciones cuyo único atractivo son los prostíbulos.
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Nevada ostenta el dudoso honor de ser el primer estado en legalizar la prostitución masculina. En 2010, el Consejo de Licencias y Licores, a petición de un pequeño burdel en la despoblada zona del desierto de Nye (Valle de la Muerte), aprobó la moción para regular la contratación de gigolós. Como las mujeres que ejercen la prostitución, los candidatos también debieron someterse a exámenes médicos de forma periódica. De momento, solo el Shady Lady ha manifestado su interés por este tipo de servicios, dejándolos de ofrecer en el caso de que la mayor parte del público sea homosexual.
Nevada y más en concreto Las Vegas siempre caminan sobre la cuerda floja en cuanto a legalidad se refiere. La población de cada condado determina la prohibición o no de los excesos de la carne. Desde 1971 la situación de la profesión más antigua del mundo se encuentra en un limbo que depende del tamaño de los núcleos de población. Por algo me gustaba a mí saber cifras tan insignificantes, que para las autoridades de Nevada no lo son tanto.
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Como William H. Macy en ‘The Cooler’ (Wayne Kramer, 2003), en Las Vegas nunca sabes si una mujer bonita se acerca a tu mesa siguiendo una buena racha, para cortarla, para pasar una noche de desenfreno con el luckyman de la jornada o simplemente es una prostituta pagada por la mafia para que tu suerte cambie. Como también ocurriese en ‘Resacón en Las Vegas’ (Todd Phillips, 2009), una buena noche de alcohol, sexo y drogas puede desembocar en un matrimonio no deseado con una de esas mujeres al borde de la ilegalidad. Siempre quedará el disfraz de Elvis para celebrar una boda muy loca, al estilo de la strip, en una iglesia prefabricada, durante la despedida de soltero de tu mejor amigo, con tres transexuales tailandesas (que comen trigo en un trigal) como testigos de la unión. Ah, y recuerda: lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas.