Regreso de pasar unos días en Viterbo. Falta me hacían. Lo de ir a Viterbo ha sido una genialidad de Nicky, que eso de tener un novio narcotraficante da pa mucho. Lo mismo andas entre plantaciones de marihuana que visitando tumbas etruscas. Total, todas están en el campo.
En realidad, la idea original era pasar unos días en Roma, porque Nicky ha decidido que quiere pasar la “Honey Moon” en la Ciudad Eterna, pero que siendo tan práctico como es, cosas de narco ya saben ustedes, de paso, cerraba unos negocios con la “Cosa Nostra” de allá. Y va ser que no. Que no tenía yo el cuerpo pa Lambrusco y coágulos de sangre.
Resumiendo, que nos quedamos en Viterbo, es más, nos quedamos en Tarquinia, rodeados de tumbas y ensaladas de rúcula. Las tumbas y la rúcula te dejan el mismo sabor agridulce en el cuerpo. A determinada edad, uno ya busca tranquilidad. En todas las facetas de su vida. Y más en las relaciones personales/sentimentales/laborales.
No hay mayor tranquilidad que pasar unos días en una necrópolis. Y si es etrusca, ya ni te cuento. A mí los etruscos siempre me parecieron un pueblo estupendo. La prueba de ello, es que sus tumbas están decoradas con una serie de frescos que reflejan la alegría de vivir. Sus tumbas rezuman amor por la vida.
Tuvieron su momento y desaparecieron de la Historia igual que habían vivido. Con elegancia. Con una grandísima elegancia. Cuando uno va cumpliendo años es algo que, cada vez, valora más. Y, ahora, a mis cuarenta y pocos, empiezo a adquirir la tranquilidad que no tenía desde que Hitler robó el conejo rosa.
Que ya han llovido, esvásticas y hoces y martillos. Llega un momento en el cual aceptas y te aceptas. Descubres que lo que no atas lo tienes. Y empiezas a entender a los etruscos. A entender que una sonrisa etrusca no es exclusiva de ellos.
Una sonrisa etrusca es una forma de entender la vida, que sirve tanto para un narcotraficante ruso, que se parece al último zar, al más guapo, como para un periodista de Calahorra.
Por cierto, me llamo Joseba.
Autor: @josebakanal.