He intentado ligar hasta por Wallapop. Sí, en los últimos meses he experimentado un cambio drástico en la frecuencia de mis conquistas. Antes, cuando cada semana tenía una chica nueva, la vida se me hacía más fácil, menos dura, estaba en la inopia y todo me parecía bonito porque yo era el auriga en las relaciones. Pero de unos meses a esta parte soy el caballo lento al que hay que motivar a latigazos para que no se duerma en los laureles.

En Badoo, por alguna extraña razón, me era imposible hablar a las chicas que me interesaban, y a las que podía abrir chat, generalmente muy poco agraciadas, nunca contestaban. El Día del Libro – y de Castilla, dicho todo sea de paso –  contacté con una chica que regalaba libros. Libros que, por otro lado, no me interesaban en absoluto, pero como su hasta entonces propietaria era bastante guapa y simpática por lo que pude advertir, me lancé en la búsqueda y captura de ese amasijo amarillento de páginas que nunca hubiesen sido vendidos de ser su dueña alguna de las usuarias de Badoo a las que el sistema sí me deja hablar.

Concertada la cita, nos vimos, me dio los libros y nos fuimos, cada uno por su lado. Como no podía ser de otra forma, denegó mi cobarde proposición – en directo no me atreví – de tomar un café y conocernos. Tenía pareja, como todas las castellanas de cualquier edad y condición.

Leer ‘El maravilloso culo de Camilo José Cela’, por Juan Navarro

Me borré de Badoo hace unos días porque era absurdo que mi cara y mis datos siguiesen ahí como quien compra unos libros en Wallapop para adornar el salón y que las visitas piensen que eres un ávido intelectual versado en picaresca del XIX.

Me creé un perfil en Tinder por ver su funcionamiento, pero en las ciudades pequeñas es una auténtica pérdida de tiempo. He visto a chicas en el autobús dar ‘NO’ a chicos a una velocidad de vértigo. Tuve alguna ‘MATCH’, que es como llaman a las ‘atracciones mutuas’ de Badoo, pero ninguna fructuosa porque la mayoría eran bots. Quedé con dos, sin muy buenos resultados, y también hace unos días, por uso ínfimo, decidí dar de baja mi cuenta.

Despacho en una ciudad pequeña (Edward Hopper) | Fuente: flor-colorada.blogspot.com
Despacho en una ciudad pequeña (Edward Hopper) | Fuente: flor-colorada.blogspot.com

Adopta Un Tío murió para mí hace ya más de un año, pese a que siempre me pareció la mejor aplicación de todas por diseño, seriedad y complejidad de los perfiles. Desde hace unos meses el servicio íntegro es de pago y todavía no me hace falta pagar para simplemente conocer a chicas, aunque con el ritmo que llevo y las pocas ganas que me suscita tener que aguantar impertinencias, es seguramente lo que haga.

También se me ha olvidado cómo tratar con prostitutas. Las lumis que eran pseudoamigas mías han desaparecido del mapa y no sé nada de ellas. Por lo general, se me ha olvidado ligar y vuelvo a estar como hace unos años, comiéndome los mocos, sin ganas de mucha jarana y refugiándome en libros, intentando convencerme de que el arte y la filosofía son mis mejores conquistas.

El arte y la filosofía son mis mejores conquistas

Hago fuego y las sirenas no ven el humo, porque no brota y entonces decidí dejar de hacer fuego. En lo que va de verano solo he ido a unas fiestas de pueblos, tan populares en la angosta Castilla. Había chicas realmente preciosas y me faltó tiempo para aventurarme abruptamente a iniciar una conversación.

No todas eran guapas, pero me gustaban a su modo. Parecían inteligentes, hasta que hablaban de Ciudadanos, pero yo seguía picando piedra. Una me gustó especialmente, pero no hubo suerte ni con el intercambio de números. Otra, nada agraciada pero muy simpática, me dejó con un calentón tremebundo poco antes de que los fiesteros más duros abandonasen la plaza del pueblo y, por consiguiente, la batalla.

Leer ‘Sexo y fútbol: ¿publicidad o calentón?’, por Juan Navarro

Me vi con una chica con la que no duré ni un telediario, mucho más pequeña que yo, pero a la que guardo un gran afecto. Hicimos el amago de volver esa noche, hasta que llegó su amiga, a la que pretendí siempre, y chafó cualquier intento de concilio. Estuve también con una panadera mayor que no me acababa de convencer pero que me pagaba las cosas, me llevaba y traía en coche y me daba cigarrillos. Era estupenda, pero enseguida me dio la patada.

Y aquí me hallo, desganado, amorosamente incomunicado y asumiendo que tras años de éxitos en la red, el mundo real me ha tomado ventaja y yo como el hombre lento que soy, me quedé en la retaguardia. La diferencia es abismal de un año a otro. Tras más de tres estíos en la cresta de la ola, en éste la corriente me ha llevado hasta la mediocre costa donde nunca quise acabar.

La lista de contactos de mi teléfono móvil se ha reducido a la mitad. Nunca está de más el suicidio social. Dejar de esperar, pero sin hacer nada. Solo estar en estado latente, en hibernación, en suspenso. Alimentarse de letras, de pinceladas, de ideas y de fotogramas, hasta que llegue el esperado momento en que alguien te busque sin tu haber buscado antes. El brandy, la pesca, el cine y Hemingway han venido a mi encuentro. Me siento agradecido.

Foto de portada: La Autómata (Edward Hopper) | Fuente: bazonline.ch

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