Lo había elegido casi al azar en medio de aquel catálogo interminable de rostros, descripciones y nombres de películas y libros favoritos que se parecían tantos los unos a los otros. Su correo al menos no me había sonado a ropa de segunda mano, y me había hecho sonreír: tengo un gran corazón, pero lo tengo en la barriga. Al día siguiente, en el chat, me aclaró que tampoco era para tanto, y en efecto, ya en persona, ni tan solo me habría fijado si no hubiera sido la primera descripción física que me había hecho de sí mismo.

«Tengo un problema», añadió. «Como has visto, como muy rápido, y no lo digo con segundas… o sí», y sonrió. «Y cuando termino no sé muy bien qué hacer». «¿Me estás pidiendo que te dé parte de mi bocadillo?».

«Si no hubieras pedido un vegetal es posible que ya te la hubiera robado».

«Pero no ha sido el caso».

«No ha sido el caso», hizo un sobreactuado gesto de frustración, y al paso de una silueta alzó la mirada de nuevo hasta que sus ojos se cruzaron con los del camarero. «Una caña», dijo sólo moviendo los labios y fingiendo coger una imaginaria jarra con la mano.

«Tendremos que inventar algo para que te distraiga mientras la lenta que tienes al lado se acaba el bocadillo».»Sería lo ideal», dijo. «Podría contarte de qué van esos cuatro, por ejemplo», y señaló las dos parejas que teníamos al lado. «Tú por qué crees que se han sentado así, los chicos por un lado y las chicas por otro».

No me lo había preguntado, pero era cierto que había algo de gesto forzado en aquella posición, como una rigidez que se pretende disimular.

«Si no hubieras pedido vegetal ya lo habría robado». | Fuente: Flickr.com.

«No sé. ¿Casualidad?»

«Podría ser, pero», y entonces se inclinó ligeramente hacia mí y con la punta de los dedos me tocó la rodilla por debajo de la mesa. «Yo creo que en realidad alguno y alguna de ellos están liados en secreto y que se han sentado así para evitar miradas comprometidas. Como yo con tu colgante.»

Aquella referencia me alteró de nuevo, pero hice como si nada, y luego me di la vuelta de manera disimulada y lenta. Él apartó sus dedos de mi piel. Uno de los dos hombres, el que nos daba ligeramente la espalda hablaba en voz alta de un viaje que tenían previsto o que ya habían hecho, no quedaba demasiado claro. Volví a mi posición.

«No creo que sea éste que habla», dijo adelantándose a mi pregunta. «Es el otro, el de gafas«, y de nuevo rozó los dedos en mi rodilla. «Tiene una aventura con la novia del amigo, o la mujer, tal vez ya están casados, que tampoco ha abierto la boca desde que han llegado.»

Yo no me había dado cuenta si había o no hablado esa mujer, pero la historia me interesaba. «¿Y cómo empezaron? ¿Cuándo?»

«No hace tanto», respondió lanzándoles una nueva mirada de reojo. Sus dedos ya no me abandonaban. «Quizás se encontraron de casualidad, una tarde, en el centro, y en lugar de saludarse y punto, se acompañaron durante unas horas. O quizás tuvieron que quedar para ayudarse en algún asunto laboral. El caso es que se sintieron extrañamente a gusto, y esa noche, al volver a casa, los dos desearon por un instante que quien durmiera con ellos no fuera su pareja, sino el otro. «

Me puse un poco nerviosa. Sentía los primeros temblores de excitación. Bebí un poco de vino. El camarero trajo la cerveza y él se lo agradeció con una sonrisa. Encima de la ceja izquierda tenía una pequeña cicatriz en la que al principio no había reparado.

«Y volvieron a quedar…»

«Claro, bajo cualquier excusa», confirmó él después de un trago de cerveza que había cogido con la izquierda. La derecha ya me acariciaba con la palma extendida. «Hicieron un paseo, supongo, o irían a una exposición, un café-teatro… cosas de esas que haces en los prolegómenos de una relación, con el fin de confirmar los sentimientos. Y se despedirían en una boca de metro, sin decir nada, pero ya sabes, sabiendo los dos lo que está pasando, que no ha sido sólo una cita entre amigos. Hasta el punto que seguramente volvieron calientes a casa, e hicieron el amor con sus respectivas parejas, pero pensando en otro cuerpo. «

Tenía calor. Me volví hacia los protagonistas de nuestra historia. Uniendo algunas frases se deducía que el viaje aún no se había hecho. Los amantes continuaban atendiendo y a duras penas intervenían. Yo acerqué mi silla a la mesa. Descrucé las piernas. Él abrió la mano y lenta lentamente avanzó hasta rozarme el interior del muslo.

«¿Les cuentas estas historias a todos tus ligues?», le pregunté.

«¿Quieres que lo deje?».

«¿He dicho eso?».

«No sé…».

«Si quieres te doy mi bocadillo para que te distraigas…».

Él lanzó una mirada irónica y descreída a mi vegetal. Nos quedamos en silencio, como si nos desafiáramos a hacer el siguiente movimiento. Y entonces, como por instinto, cerré lentamente las piernas atrapando su mano.

«¡Oh!», dijo.

«Oh…».

«Aguanté unos segundos en esa posición». Fuente: Pexels.com.

Esperé unos segundos en aquella posición. No sabía si alguien podría estar mirando como nosotros mirábamos las dobles parejas de nuestro lado, pero esa idea solo me ocupó de manera fugaz. El juego me divertía y en esos instantes ya tenía claro que no habría cambiado esa plaza y esa mesa por ningún otro lugar. Sin dejar de mirarnos separé lentamente las piernas, liberándolo. Él aprovechó para ganar algún centímetro muslo arriba, aún lejos de mí, pero ya claramente en la zona de influencia.

«Y claro, quedaron un tercer día», retomó con naturalidad. «Supongo que nerviosos. Ella se arregló como si se tratara ya de una cita, aunque por dentro se decía que nada tenía que pasar.»

«Pero sí ocurrió».

«Sí que pasó. Él apareció con el coche, lo que no estaba previsto. Y los coches son peligrosos para los amantes que dudan. Ya sabes, la intimidad del espacio cerrado. La música que suena. Los silencios. Seguramente se dirían poco. Él la invitó a dar una vuelta para hablar, tal vez era uno de los primeros días de primavera. Pero ella callaba y él fingía fijarse en el tráfico. Hasta que él tomó un camino inesperado y terminaron en un aparcamiento junto a la playa.

Él apagó el motor y se quedaron allí en silencio un par de minutos. Ella le preguntó qué quería hacer. Él suspiró, nervioso, pero le diría que al menos un día, o esa misma tarde, quería estar con ella, que llevaba las llaves del piso de su hermano, por ejemplo, y apenas haberlo dicho, a los dos les llenó la culpa y el deseo.»

Continuará…

Autor: @_apeudepagina. 

Imagen de portada: Flickr.com.

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