Inspiró, se hizo atrás dejándome huérfana de su mano. Estuve a punto de pedirle que no lo hiciera, pero de mi boca no salió palabra. Tomó su cerveza y dio un breve sorbo. «Tantas veces van juntas esas palabras, ¿no? El deseo y la culpa. Es una pena.»
Dudé de si hablaba de su relato o si se estaba refiriendo a alguna verdad que le hubiera asaltado de repente los pensamientos. En cualquier caso su rostro había ganado trascendencia y perdido alegría, como en medio de una pasión.
Un ruido de platos caídos vino del interior del local. No hicimos caso. «Ven», le dije.
Él volvió a inclinarse. Estaba guapo, e incluso aquellas entradas que le dibujaban la silueta de los cabellos empezaban a parecerme atractivas, con personalidad. Su mano resbaló sin impedimento bajo mi falda hasta situarse a cuatro dedos de mi sexo ya cálido y húmedo.
«¿Qué decidieron?», pregunté. Él hizo esperar la respuesta, aunque ya la sabía.
«Tenían la tarde por delante y una cama vacía que les esperaba. Ya sabes, uno de estos lugares extraños donde cada rincón es una novedad y tú te desnudas porque confías en la otra persona«. «Seguro que les costaría», apunté. «Estarían demasiado nerviosos.»
«Sí, pero… Se tenían ganas desde hacía tiempo. Y follaron suave. Con besos larguísimos. Mucha lengua y mucha piel. Él lamió los pechos, mientras una mano descendía para acariciarle el sexo», y finalmente entonces sus dedos llegaron a rozar mis bragas totalmente empapadas, y me arrancó un suspiro. «Ella se la comió de arriba abajo, con muchas ganas de hacerlo bien, como hacía muchos meses que no se la comía a su marido.»
De nuevo con el índice hizo un movimiento. Yo estaba quieta y encendida. Cualquiera que se fijara en nosotros sabría perfectamente qué estábamos haciendo. Sentía mis pezones endurecidos dibujando su silueta en la tela.
«Y sabes qué», continuó, serio. «Volvieron a casa más tranquilos de como habían salido. Casi sin culpa. Contentos de la decisión tomada. Saben que la actual situación no se puede alargar, que los pillarán o deberán abandonar, porque eso sí, no se ven con corazón de dejar sus parejas. Pero hasta que ese momento llegue, piensan disfrutarse hasta el último centímetro cuadrado. «
Hizo una pausa. Me hizo un guiño, y haciendo flotar la mano sobre mi muslo, volvió atrás sin dejar de mirarme. Mi bocadillo continuaba a medias. Hacía mucho calor. En mi nuca una gota de sudor resbalaba hasta llegar a la camiseta. Estaba toda mojada, ya era verano. Una pareja cruzó la plaza entrelazando sus dedos. El camarero estuvo a punto de acercarse pero finalmente retrocedió.
«¿Qué quieres hacer?», me preguntó. «¿Querrás postre?».
Las dobles parejas continuaban hablando de países lejanos y trámites burocráticos, aunque dos de ellos callaban desde el inicio. Yo tenía hambre, pero ya no me apetecía lo que había pedido. Me recliné también yo. El colgante tintineó. Respiré profundamente.
«Ahora veremos qué hacemos», dije. «Pero para empezar, podrías mirarme las tetas.«
Autor: @_apeudepagina.