-¿Un poco de azúcar para endulzar las fresas?-Dijo él. Con un suave y delicado perfume incitaban a morderlas, pero siempre prefería pasarlas por los labios, mojarlas y dejar que el ácido liquido gotease y recorriera la comisura de la boca. Ella con su lengua degustó el sabroso líquido repitiendo ahora el juego en los labios de el. Pasó su dedo por su lengua y lo dejó resbalar hasta su vientre.
Ella sabía que todo juego tiene su riesgo y él sabía que todo juego es un azar en el que no hay recompensa sin riesgo, así que juntaron sus bocas mezclándose con el jugo de aquellas frutas. De pronto sonó el timbre de la puerta mandando al traste aquel ambiente casi etéreo. Ella le hizo un gesto de ignorar aquella llamada pero él con la cabeza negó. Seguramente sería algo verdaderamente urgente para interrumpir algo así.
Un gesto de disgusto partió del labio superior de la chica, aún manchado de fresas, y sin pensárselo encendió un pitillo.
-Vosotros nunca me abandonáis.
La tarde caía sin comprensión alguna, la negrura de algunas lejanas nubes se empezaban a fundir con la noche. Nada nuevo a días anteriores en aquella maraña de rascacielos interminables.
Apuró el pitillo y exhaló la ultima y profunda calada rozándose los pechos con desgana. La joven no tendría mas de de veinte años, pero a su edad ya podía presumir de haber vivido mucho mas que muchas chicas de su edad. Realmente no era difícil vivir y madurar en determinadas circunstancias en aquella ciudad.
Autor: JM García.