En un panorama sexual lleno de parafilias y hábitos cuanto menos particulares, la asfixia es una de las prácticas más arriesgadas en la búsqueda de rebasar los extremos conocidos del placer. La conocida como hipoxifilia o hipofixiofilia conlleva la reducción de la actividad respiratoria en el acto sexual como vía para alcanzar un disfrute mayor.
Este peligroso juego puede hacerse tanto en soledad como acompañado, pues no deja de ser una parafilia que se puede ejecutar con otras personas, siempre que haya consentimiento. Su peligro llega cuando, al obstruirse las vías respiratorias, tanto el cerebro como el resto de órganos del cuerpo empiezan a fallar en sus funciones, de ahí que la muerte pueda aparecer en escena.
Las formas de asfixia que se suelen seguir en este tipo de casos son o bien el uso de objetos como bolsas de plástico, fundas de látex o cinturones o bien estrangulamiento literal, y es que uno de los componentes aprieta con sus manos el cuello o las vías nasales del otro. Más allá del evidente consentimiento necesario para una de las prácticas del catálogo del BDSM, lo cierto es que hay que ser muy consciente del riesgo existente.
En cuanto a la hipoxifilia individual, la reducción de oxígeno en plena masturbación persigue alcanzar una especie de estado de Nirvana mientras se llega al orgasmo y progresivamente se siente la pérdida de consciencia. Como es obvio, el resultado puede distar mucho del placer.
Asfixia como potenciador sexual
Esta clase de ahorcamiento lleva realizándose, al menos de forma documentada, desde allá por el siglo XV. Su autoría se atribuye entre los esquimales y las culturas orientales. Son los prostíbulos asiáticos los que podrían haber generado esta acción en un intento de multiplicar el disfrute, que llegaría a Europa por medio de soldados franceses presentes en la Guerra de Indochina.
En una época en la que las condenas a muerte estaban a la orden del día, el patíbulo traía consigo una imagen sorprendente para las gentes del momento: muchos condenados con la cuerda al cuello experimentaban una erección o incluso eyaculaban tras su defunción. Fue así como se introdujo este intento de asfixia en muchas camas del Viejo continente en un afán desesperado por rendir, y a partir de entonces se buscó el placer de esta actividad extrema.
Las muertes por asfixia sexual
Como ya se ha explicado y se puede deducir tras la descripción de esta parafilia, la muerte es una posibilidad más que presente en este método de masoquismo. De hecho, son varios los nombres que figuran en la lista de fallecidos tras someterse a esta peligrosa práctica.
Uno de los más conocidos y recientes no es otro que el actor David Carradine. El que fuera Kung Fu y papel esencial en Kill Bill apareció muerto en 2009 en la habitación del hotel de Bangkok en el que se encontraba. A pesar de unas explicaciones más que turbias, las investigaciones corroboraron que su fin llegó tras someterse al autoahorcamiento mientras se masturbaba.
Más desconocido puede resultar el nombre de Levi Draher. Este muchacho estadounidense tenía 16 cuando, en 2007, fue hallado inconsciente con una cuerda alrededor del cuello tras practicar la hipoxifilia. Pese a que su cerebro estuvo más de tres minutos sin oxígeno, lo cual suele implicar la disfunción cerebral, superó una estancia de tres días en coma en el hospital.
Draher confesó que era la tercera vez que realizaba esta clase de juegos, y desde esta casi milagrosa resurrección se dedica a ir a colegios e institutos para alertar de los riesgos de jugar con la asfixia. «Morí y volví a vivir. Me considero un milagro», aseguró este joven cuando The New York Times se hizo eco de su caso.
Con sus charlas a los más jóvenes, Levi Draher pretende concienciar a la juventud acerca de una afinidad que puede resultar tanto aplicada al sexo como con cualquier otra dedicación. Dada la multitud de vías para conseguir placer tanto en solitario como en compañía, la asfixia sexual es una parafilia que es preferible olvidar.