Circo, cabaret, música y humor. Mezcla ambiciosa, ecléctica, incomparable e inimitable llevada a cabo con un protagonista invitado siempre bien acogido: el sexo. The Hole Zero cumple con su seductora incitación a entrar en el agujero, guante recogido por cientos y miles de Alicias deseosas de encontrar su conejo, sin que importe demasiado si es blanco o negro.
Sin que apenas hubiera tiempo suficiente para que el respetable ocupara su asiento, el elenco se encargó de que dejaran de ser espectadores para convertirse en protagonistas: comenzaba la caída por el agujero del vicio, el humor y un cabaret que no sería indiferente a nadie aun proponiéndoselo. La palabra vergüenza no tiene entrada.
El festival de sensualidad, músculos y anatomías que reclaman ansiosamente el pecado de quien las observa comienza sin rubores ni descanso: bastan unos minutos para percatarse de que el espectáculo no va a ser uno cualquiera. La flexibilidad de los artistas, fuente inagotable de sensualidad y sugerencia, se combina con la fuerza, el equilibrio y la responsabilidad de quien sabe que sobre sus hombros, o pecho, o rodillas, o manos, o brazos, o espalda, o pies, o sabe Dios qué descansa todo el peso del compañero y de buena parte del evento.
Mientras el público no tarda en formar parte de la función, ambientada en una Nueva York a punto de entrar en la década de los 80, vive cómo la ciudad que nunca duerme incita a cumplir las más prohibidas fantasías nocturnas. Bajo la conducción de La terremoto de Alcorcón y su pequeña y sagaz Conciencia, el Studio 54 se convierte con el paso de los minutos en una dimensión desconocida para unos españoles, da igual la década en la que nacieran, poco acostumbrados al más fino y argumentado de los despelotes.
Capítulo aparte merecen los arneses, tanto por presencia como por ausencia, capaces de sostener a auténticos dueños del aire de igual manera que la respiración de los presentes cuando la mismísima reina de Egipto decide ver de cerca los magníficos techos del Teatro Calderón madrileño y bailar en su honor. La reina de los faraones fue una de un grupo de acróbatas que volvieron a recordar la desgracia que es no poder volar.
La sabana africana no olvida su sello cuando Salomón, cruce de antílope y fiera sobre las tablas, exhibe su cornamenta a unas acompañantes expertas en seducción, danza y algún lametazo traidor. El descanso, cómo no, muestra que no hay asistente que salga del agujero deseando ansiosamente volver a entrar.
El agujero se abre
En un primer bloque en el que el sexo ya contaba con una presencia notable, el segundo acto desató las emociones de un público entregado. Es indiferente que Alicia ya esté jubilada y que su compañero claree y tenga un vientre bastante distinto a los abdominales de los artistas: ambos van a acabar en el pasillo demostrando que la pasión no entiende de edades, especialmente si uno de los bien dotados protagonistas merodea por la espalda.
Cómo no, en este cruce de mitos neoyorquinos, africanos, aéreos y danzantes, era indispensable un espacio religioso. El dios caballo, un equino de largas crines y su correspondiente cola, vuela desnudo sobre las cabezas de un público entregado, sobre todo cuando nota en sus proximidades el falo divino.
Es la entrada en los 80 el factor que desmelena pelucas, trucos de magia y besos de todos con todos, buscando la luz y la voz que haga encenderse un espíritu que ya brilla sobre las tablas. Aunque la Conciencia a veces resulte cansina, hay momentos en los que conviene escucharla, sobre todo para disfrutar del baile de sombras propias del más oscuro de los agujeros, allá donde lo que no se ve es por parpadear en el momento menos oportuno.
La explicación de The Hole Zero sigue tomando forma y penetra sin vaselina en los presentes, que observan desnudos tan justificados como que sería ilógico que esas mallas y prendas minúsculas siguieran en su sitio. Si bien es cierto que en esto del erotismo y el sexo es quizá mejor insinuar que mostrar, qué bien recibido es cuando ambos buscan juntos su particular orgasmo.
Solo el fin del espectáculo, pues ya es Año Nuevo en New York, pone la rúbrica al batir de palmas y de otras tantas partes de los cuerpos que han caído orgullosamente en la tentación. Los más afortunados se llevan un restregón, algún buen azote o besos de los que casi siempre suelen significar algo más. Todos, independientemente de su sexo o edad, van para casa, o a donde se tercie, descubriendo o ratificando que cualquier agujero está hecho para entrar en él, como canta Marea, y luego ya cada uno decidirá si abandonarlo.
«Esto no es el final: es un resultado». Así corona La Diva la labor de unos artistas que no merecerían otro nombre, de igual modo que merecen ovación los responsables de que todo salga como es debido, un equipo de producción, técnica y creación a quienes reverenciar. En esto de la magia, ya saben, vale tanto lo que se ve como lo que hay detrás.
Axe Peña, que encarna a Salomón, celebra la acogida de The Hole Zero, y, lo más importante, su significado: «el sexo sale a flote, todo está bien ligado. Cada actor es diferente y no sé a qué espera la gente que no entra en el agujero para hacerlo, no podrán salir«. No mienten los mayores cuernos de Madrid.
Por cierto: casualmente, o no, el que firma estas líneas también entró en el agujero. Pero ya saben: lo que pasa en The Hole, se queda en The Hole.