Quedamos en un bar cerca del restaurante para que no fuera una situación forzada. Porque quizá no estábamos cómodos y decidíamos irnos cada uno a nuestra casa y ya no estábamos ninguno para fingir o intentar disimular. Incluso en las citas a ciegas se acaba una  haciendo experta.

La primera impresión no fue mala, yo con los nervios le daba vueltas a mi anillo en el dedo y él , que se dio cuenta, tuvo la prudencia de no preguntar. Comenzamos a enlazar, eso sí, anécdotas y comentarios y decidimos darnos una oportunidad. En la puerta del restaurante coincidimos con otra pareja y al entrar en el comedor nos sentamos en perpendicular.

El comedor era un terraza con vistas a un mar oscuro pero que se oía calmado. Unas ocho mesas colocadas de una forma un tanto caótica y decoradas en tonos azules y blanco. Acogedor, aunque poco original. De fondo sonaba Paolo Nutini.

Diego era un buen conversador y la cosa fluía entre nosotros. Nos sentamos en una mesa cercana a la barandilla, a medio camino de la puerta. Un familia estaba de celebración al lado de la barra  y detrás una pareja joven se acariciaba las manos y hablaban en susurros… El amor. La pareja que entró con nosotros charlaba tranquilamente, ella de espaldas a mi. Él parecía más centrado en la canción que en ella.

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«En la puerta del restaurante coincidimos con otra pareja». | Fuente: Pixabay.com.

Diego cogió la carta y comenzó a relatarme anécdotas de cada plato que leía, cuando el camarero se acercó a tomarnos nota, ni siquiera nos habíamos podido decidir. Al principio se hacía divertido pero a medida que pasaba la noche Diego no me  dejaba meter baza, era  tan original, tan divertido, tan ameno, que me cargaba, él siempre el protagonista de todas las anécdotas y recuerdo que pensé que sería la compañía perfecta para una tímida. No era mi caso y a mitad del primer plato ya sabía que no habría una segunda cita.

Decidí entretenerme mirando alrededor, como en una especie de apuesta conmigo misma, calculando si mi compañero se daría cuenta de mi “ausencia”. Y entonces volví a él. Mejor dicho, entonces me detuve en él. Él no era Diego, claro, sino mi compañero de aburrimiento. No me había parado a mirarlo cuando entramos juntos, pero ahora me parecía tan ausente de su pareja como lo estaba yo .

Lo primero que me fijé fue en sus manos, que en ese momento sostenían una copa de vino; grandes, de color tostado, bonitas y cuidadas, unas manos ideales para mis tetas…. Vale, debería centrarme en la cena, pero es como si se me agarrotara el estómago, así que sigo mirando… Tendría que haberme fijado antes, joder, este tío está muy, muy bueno. La barba le enmarca unos labios carnosos y sus ojos son de un color miel claro. Tiene el pelo oscuro pero con canas y mi imaginación ya está pensando en mis manos tirando de él mientras su cabeza bucea entre mis piernas.

Le hago un comentario a mi compañero sobre el calor que hace pero soy consciente que soy yo; yo y esa provocación de hormonas que se sienta en la otra mesa. Se le nota musculado bajo la camiseta, en la manga, y creo que en  el cuello se le adivinan trazos de un tatuaje, eso creo porque llegados a ese punto ya casi no puedo ni pensar con claridad.

No tengo la más mínima intención de disimular mi descaro, ni siquiera me preocupa que Diego se incomode y entonces como a cámara lenta él me mira. Al principio repasando el local, luego al sentirse observado y ahora noto una chispa de diversión en sus ojos…

«Sus manos sostenían una copa de vino». | Fuente: Pixabay.com.
«Sus manos sostenían una copa de vino». | Fuente: Pixabay.com.

Diego interrumpe mis pensamientos para preguntarme algo que ni recuerdo y cuando vuelvo a mi estado de evasión, veo a mi vecino de mesa con la vista fija en mi escote; disimuladamente me rozo un pezón con la mano y me parece que traga saliva y eso le hace salir del trance, alza la mirada y al verse pillado ambos sonreímos con coquetería. Comenzamos a jugar a las miradas y las sonrisas, a disimular un deseo creciente intentando centrarnos en nuestros respectivos acompañantes, yo me tocaba la nuca y él su brazo, él se rozaba el labio con la mano y yo movía mi pelo, una especie de lenguaje de cortejo.

Está escuchando algo que le cuenta su compañera, pero me mira de refilón y yo me quiero poner de rodillas, bajo la mesa, desabrochándole el pantalón y metiendo su falo en mi boca, con sed de él.

Le miro con intención de decirle lo que voy a hacer. Me disculpo, me levanto… Y paso a su lado lenta, lentamente camino del baño. Me ha repasado de arriba a  abajo. Soy muy cabrona cuando quiero. En el baño dejo la puerta abierta  y entonces entran varias de las mujeres de la familia que estaban en el comedor. En la zona mixta de los  lavabos solo puedo darme agua por la nuca y por el espejo lo veo. También él se ha levantado. Se acerca y al ver la situación, sonríe y continúa. También me fijo que un bulto considerable se le adivina en el pantalón, y que es alto y que tiene unas piernas de vicio.

Salgo del aseo y me cruzo en el pasillo con un par de hombres que hacen el camino inverso al mío, así que me resigno y vuelvo al comedor. Me siento y como un resorte Diego continúa hablando. Mi amigo también vuelve del aseo y alcanza su sitio. Quizá  podría mandar todo a la mierda y ponerme a cuatro patas o reclinada sobre la barandilla y follarme salvajemente. Quizá podría tumbarme sobre una mesa y embestirme con su polla, quizá podría decirme al oído todo tipo de perversiones. Siento a través de su mirada sus manos agarrándome, acariciándome, inmovilizándome. Y entonces Diego me pregunta si puede pedir el postre  por mí.

Me estoy quedando sin tiempo y mi deseo va en aumento. Me pongo nerviosa. Doy vueltas al anillo que llevo colocado en mi dedo anular y ya sé lo que debo hacer.

Creo que él se da cuenta de que algo ha cambiado porque me interroga con la mirada y yo intento mantener la calma. Propongo tomar una copa en algún lugar y Diego se muestra encantado. Disimuladamente me quito el anillo y me encomiendo a él. Este anillo simboliza mi cambio de vida. Fue mi primer autorregalo y aunque lo perdí en  varias ocasiones  siempre lo recuperé.

Me levanto y Diego comenta que se va a adelantar así que camino sola y decidida. Al  llegar a su mesa me agacho y como si recogiera algo del suelo me dirijo a él: -Perdona, creo que se te ha caído esto. Y en un leve roce le acerco mi anillo. Sonrío y me despido. Salgo como flotando en una nube. El me contestó que sí, que gracias, con una voz que me tendrá  masturbándome hasta caer de inanición.

Y tengo que acordarme de darle un beso a mi hermana, porque suya fue la idea, la ultima vez que apareció el anillo tras haberlo perdido,  de grabarle mi número de teléfono. Si llevas un anillo de serpiente debes pensar fríamente, me decía. Y  eso acabo de hacer. Sé que esta vez el anillo volverá a mi y lo traerá a él.

Autora: @fuiesther

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3 comentarios en «El anillo»

  1. Genial como siempre, me puede que es amiga y la quiero muchismo pero ella es así, dice tanto en tan poco.
    Gracias Esther por estar siempre ahí.

  2. No se si es verdad o ficción, pues es la primera vez que te leo, pero el relato es exquisito, bien escrito ¡excitante!

    Saludos desde Cancún, México

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