¿Cuál es el primer sinónimo de galán que se viene a la mente para aludir a los ligones de hoy en día? Giacomo Girolamo Casanova, uno de los grandes mitos en el intrincado arte de la seducción y competidor con Cristóbal Colón por el primer escalón de los grandes conquistadores de la Historia, aunque en otros menesteres, aporta el suyo tras erigirse como referencia en su campo de actuación.
Han pasado casi 400 años de su nacimiento en la siempre mágica Venecia, y no es fácil que un apellido se preserve durante siglos asociados a una determinada cuestión, especialmente con sexo y amor mediante. En Historia de mi vida este intelectual, escritor, espía, aventurero, bohemio y, cómo no, simpar mujeriego, recoge al final de sus días pulcramente sus andanzas en todas las facetas y confirma el porqué de su leyenda.
122 mujeres, homosexualidad y Mozart
Según recoge en su obra autobiográfica, Casanova asegura haber estado con 122 féminas, aunque quién sabe si se dejó a alguna en el tintero o entre las sábanas. No obstante, sin ningún tipo de rubor, el italiano plasma sus devaneos con hombres y sus percepciones hacia la homosexualidad, tanto masculina como femenina.
Giacomo atravesó toda clase de desventuras para convertirse en un mito de la seducción, y es que ya en su infancia alertó de por dónde iba a orientarse su senda debido a que acostumbraba a vestirse de mujer. Su expulsión del Seminario de San Cipriano por libertino truncó sus expectativas de una vida sacerdotal y, afortunadamente para él, eliminó sus opciones de celibato.
Durante su ya sexualmente activa juventud, en la que perdió la virginidad con dos jóvenes pertenecientes a la nobleza de su ciudad, contrajo sendas enfermedades venéreas amén de gonorrea y sífilis. Durante sus memorias, Casanova va narrando elegantemente sus conquistas y lo ocurrido en sus prácticas sexuales, si bien con la discreción de no mostrar los nombres de las susodichas.
Al mismo tiempo, escribía libros sobre sexo que recibían la censura de la época, muy dura e intransigente con lo relativo a la coyunda. Su don de gentes y sociabilidad lo llevó a codearse con grandes ilustrados y personalidades del momento como Voltaire, Catalina II de Rusia, Rousseau, Mozart -a quien ayudó a componer su Don Giovanni– y Carlos XV de Francia, quien llegó a contratarlo como espía sabedor de sus aptitudes subrepticias.
Un Casanova hedonista y cortés
Tal y como plasma en las páginas de su existencia como recogen las crónicas de aquel entonces, Giacomo Casanova cultivó constantemente el placer de los sentidos. Tanto en materia intelectual como física, a través del sexo, este mujeriego recorrió Europa y logró acostarse con damas de todas las alcurnias.
En sus viajes a España consiguió adentrarse en un carnaval cortesano de 1768, donde quedó prendado de la sensualidad del fandango, un baile capaz de elevar la libido hasta niveles insospechados para un conquistador de su calibre. En Madrid cortejó a Doña Ignacia, hija de un zapatero de la calle Desengaño, si bien no logró su objetivo y fue denunciado por una supuesta posesión de armas que encubría los celos de otro pretendiente de la muchacha. Tras unos días en la cárcel del Buen Retiro, el Conde de Aranda medió para liberar al trasalpino.
En Barcelona, por su parte, también tuvo sus líos tras beneficiarse a Nina, la amante oficial del conde de Ricla, un poderoso virrey de la urbe catalana. Estas dos mujeres son solo una pizca de las anécdotas que Casanova ilustró en su autobiografía final, escrita literalmente «para no volverse loco o morir de pena» cuando los problemas de salud ya hacían estragos en este aventurero.
Para quienes censuren al bueno de Giacomo por su libertinaje debe destacarse que además de emplear seudónimos para ellas en sus memorias, el italiano se portó bien con ellas independientemente de sus cuestiones de catre. Al igual que La Celestina de Fernando de Rojas, Casanova trataba de buscar buenas posiciones y buenos matrimonios para las mujeres que habían firmado en la contraportada de su disfrute del sexo.
«Mi ocupación principal fue siempre cultivar el goce de mis sentidos; nunca tuve otra más importante», asegura en el prefacio de Historia de mi vida. Quizá para algunos sea un golfo y para otros un ídolo, pero lo cierto es que Casanova no ha pasado en vano a la posteridad.