«Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era a bueno en gran manera«, dice el Génesis en su capítulo 1, versículo 31. El primer libro de la Biblia plasma así el pensamiento de la deidad cristiana tras la Creación del mundo y de Adán y Eva. Varón y hembra los creó, a su imagen y semejanza, y les encargó una importante función: «fructificad y multiplicaos» (Gn: 1, 27-28).
Así fue como Dios emplazó a los primeros seres humanos, según la moral cristiana, a procrear y traer al mundo a su descendencia. El sexo, pues, aparece intrínsecamente en las Sagradas escrituras prácticamente desde el principio, y es que estas páginas están nutridas de referencias sexuales, tanto en hábitos recomendables para el creador como actuaciones reprobables.
Basta con seguir la lectura del Génesis y su llamamiento a ser «una sola carne» (Gn: 2, 24) para captar la divina indirecta a la reproducción humana, y es que la Biblia también contiene directrices acerca de la sexualidad de sus fieles. En esta recopilación se presentan las conductas que reciben el beneplácito de Dios y la imagen positiva presente en los contenidos bíblicos.
La poligamia en la Biblia
Existen varias religiones en las que un hombre puede disponer a su alcance de un harén de varias mujeres con las que mantener relaciones sexuales y desarrollar su vida. Esta práctica eras habitual en los tiempos antiguos, si bien una de las causas de que se haya ido difuminando es el cambio de enfoque que ha ido recibiendo.
Jacob, Abraham o Salomón fueron nombres claves en el Antiguo Testamento no solo por sus hechos, sino también por contar con varias esposas y concubinas. Es en el Éxodo (21:9-11) cuando se señala que el varón podrá tomar más esposas para sí si garantiza «su alimento, vestido y deber conyugal». En caso contrario, ella podrá abandonarlo sin pagar dinero, en una suerte de divorcio legitimado por el incumplimiento masculino de su compromiso.
En el Deuteronomio (25: 5-10) se recoge incluso que a la muerte de su marido, la fémina deberá ponerse a disposición del hermano de este y que en caso de ser rechazada, su cuñado sería duramente afrentado: un tribunal de ancianos dictaminaría que la mujer podrá abofetearlo con su calzado y escupirlo, pasando su casa a ser «la casa del descalzado». Ese mismo libro, en su capítulo 21 y versículos 15-17, incide en esta poligamia en materia de la herencia y de cómo dividir las posesiones de un hombre entre su descendencia en función de su procedencia.
¿Por qué, pues, la moral cristiana ha censurado que el hombre tenga varias mujeres para él? El hecho de que en el Génesis Dios acompañara a Adán con Eva y no con mayor presencia femenina es el argumento esgrimido para mantener que el macho y la hembra han de formar «una sola carne» en la que no tienen cabida terceras personas.
El evangelista Mateo (19: 4-5) muestra a los fieles que «el hombre dejará a su padre y a su madre y se adherirá a su esposa, y los dos serán una sola carne». La primera carta a los Corintios (7:2) asevera que cada hombre ha de tener su propia esposa, y que esta hará lo propio. Las enseñanzas bíblicas solo permiten que alguien tenga responsabilidades en congregaciones cristianas si es «esposo de una sola mujer» (3:2, 12).
La Biblia y cómo actuar sexualmente
A pesar de estos enfoques que priman la figura masculina, en cuestión matrimonial la Biblia aplica una de sus principales máximas: «hay más felicidad en dar que en recibir» (Hechos de los apóstoles 20:35). Esta doctrina se aplica al sexo para que el cónyuge brinde el placer y el goce que su acompañante merece. «Goza de la vida con la mujer amada», reza el libro de Eclesiastés en su capítulo 9, versículo 9. Así, se aprecia cómo el factor sexual penetra en una vida en compañía de la esposa y del amor.
Las distintas zonas erógenas que tiene el ser humano repartidas por su geografía anatómica tampoco se quedan atrás y reciben mención en espacios bíblicos. En Proverbios (5:18-19), en pleno Antiguo Testamento, aparece explícitamente una referencia a áreas sexuales no destinadas específicamente a la reproducción: «Regocíjate con la esposa de tu juventud. Que sus propios senos te embriaguen a todo tiempo». De esta manera, y en compañía de la referencia anterior, el placer se presenta como un componente destacado de un enlace masculino y femenino.
Una vez en materia del matrimonio, pues solo bajo su abrigo pueden mantenerse encuentros sexuales, las Sagradas escrituras inciden en que las responsabilidades de la unión deben llevarse a cabo, entre las que destaca la procreación, deben cumplirse religiosamente: «El marido ha de cumplir con la esposa el deber conyugal, y asimismo la esposa con el marido» (Corintios, 7:3).
Estas directrices bíblicas revelan la manera en la que el sexo, uno de los componentes más importantes de la evolución cultural de las civilizaciones, también está en la palabra de Dios. Estas son las principales pautas en las que la Biblia presenta positivamente las funciones sexuales y cómo los cristianos deben aplicarlas.
No obstante, existen no pocas referencias negativas hacia aspectos de la sexualidad dentro de las Sagradas escrituras. El verbo divino muestra severas críticas hacia actitudes como la infidelidad, la coyunda múltiple y una serie de hábitos que serán próximamente presentados para mostrar la otra cara del sexo en la Biblia.