¿Y si Blancanieves sólo se hubiera follado al príncipe unas cuántas veces al final del cuento? Ni perdices, ni amor; únicamente complicidad, confianza y deseo de satisfacer una de las necesidades más primarias del ser humano. Sin embargo, en esa época en que las princesas caían rendidas por un sueño producto del mordisco de una manzana, resultaba impensable la relación puramente sexual entre un hombre y una mujer.
Pero no hace falta remontarse al Renacimiento. Tan sólo es necesario viajar unas cuantas décadas atrás para darse cuenta de que las llamadas relaciones de ‘follasmitad’ son producto de una evolución de las convenciones sociales. Actualmente no resulta para nada extraño referirse al sexo esporádico e incluso hablar de relaciones estables formadas por más de dos personas. Porque sí, parece que el poliamor también ha llegado para quedarse.
Y aunque la RAE crea en el amigovio, pero no en el follamigo, lo cierto es que el concepto ya se ha instalado en la jerga cotidiana y su práctica está a la orden del día.
Amigos con derecho
Resulta tan complejo delimitar el término como su práctica, puesto que -como en toda relación- cada pareja establece sus propias líneas rojas. No obstante, a grandes rasgos podría considerarse que un follamigo es aquella persona con la que se mantienen comportamientos típicos de la amistad, pero cruzando la barrera de las sábanas sin un compromiso más allá de lo que dure el polvo -o polvos- de rigor.
Se trata, en síntesis, de un modelo basado en ausencias: la del amor, la de la estabilidad, la del compromiso y la de la responsabilidad hacia la otra persona -tal y como esta puede ser concebida en una relación seria-. Por bandera el sexo y la libertad, y como único objetivo las ganas de pasar un buen rato con una persona de mayor confianza que cualquier desconocido.
Estas nuevas formas de relación -o ‘no relación’, mejor dicho- devuelven, tal y como apuntan algunos investigadores, al ser humano a conductas sexuales más cercanas a los orígenes primitivos del hombre. Un comportamiento truncado por la posterior implantación de normas y convenciones sociales, así como de diversos códigos morales, como es el caso de los religiosos.
Abocado al fracaso
El sexo sin amor no está hecho a medida de cualquier cuerpo. Tanto es así que, según investigaciones científicas, la gran mayoría de estas relaciones está condenada al más absoluto de los fracasos.
Un total de 191 personas con follamigos fueron las responsables de llevar a la Society for the Scientific Study of Sexuality a la conclusión de que este modelo no suele llegar a buen puerto. Tras la realización de dos test a cada uno de los encuestados, la investigación arrojó resultados tales como que casi un tercio de los follamigos -un 31% concretamente- no tenía ningún tipo de contacto con su pareja de retozos un año más tarde los encuentros sexuales. Ni amor, mi amistad, ni sexo.
Únicamente el 15% traspasó la línea y formalizó su modelo en una relación estable de noviazgo. Eso sí, en segunda posición, con un 28% se encuentran aquellos que consiguieron dejar a un lado los encuentros sexuales para quedarse solamente con la parte que comprende la amistad. Algo más de un cuarto, por contra, se quedaron con el sexo y consiguieron mantener lo que tenían hasta entonces.
El ABC del sexo sin compromiso
Aunque uno no sea dueño de sus sentimientos y siempre se exponga a que el roce termine en algo más que cariño, siempre pueden tomarse una serie de «precauciones» para evitar que de las llamas del sexo surja la chispa del amor. Sobre todo en aras de evitar la desagradable sensación de que el enamoramiento se produzca unilateralmente.
Dicen los expertos en la materia que un buen truco puede ser no tener un follamigo, sino dos o tres. De esta forma se evita que se creen lazos de exclusividad con una persona y las emociones que pueden surgir fruto de las relaciones sexuales se reparten. Aunque, como en toda relación, la clave reside en la comunicación y en pactar estas claves previamente.
Otra clave, si se quiere preservar el sexo por encima de cualquier signo de modelo estable de pareja, puede ser tener claro que únicamente se queda con esa persona para mantener relaciones sexuales. Nada de citas elaboradas. En este punto también puede englobarse el hecho ser consciente de que cuanto más se adentra una persona en la intimidad de otra, más vínculos afectivos se establecen entre ambas.
Desde luego la solución -a priori- reside en tener claro qué se quiere, qué quiere la otra persona, y aprender a separar placer y sentimientos. La eterna duda es: ¿se puede?
Excelente artículo. Siempre aprendo mucho de vosotros. Lo cierto es que nunca los sentimientos dieron paso al sexo, ni siquiera en otras épocas donde el matrimonio era casi impuesto.
Vivimos en un siglo privilegiado. Podemos elegir pareja y además con quien tener relaciones sexuales.
Carla Mila
Gracias! Nos ayudas mucho a mejorar!