El siglo XIX, el siglo de la burguesía, el decimonónico siglo, el siglo de la democracia, el de los negocios, el de la llegada de la contemporaneidad… se puede adjetivar de mil maneras el siglo que precede al XX pero por esto no dejara de ser aquel que forma nuestras ideas y mentalidades, las del hombre contemporáneo. El XIX es el siglo del “que dirán”, de la imagen vivida hacía el exterior. Se tiende a hablar de que en el siglo XIX se puede dividir la vida en social (exterior) y familiar (interior) con dos visiones completamente diferente.
La imagen sexual por supuesto en esta vida social era un completo tabú, algo impronunciable. En una sociedad en la que los hijos de las grandes familias eran entendidos como un negocio a través de las uniones familiares y las mujeres una manera de poder acceder a otras fortunas familiares a través del matrimonio, el sexo no tiene que ser entendido con su simple afán reproductivo. A esta razón le debemos de añadir la fuerte presencia de la religión en la sociedad y más fuerte aún dentro del género femenino. La mujer se encuentra fuertemente ligada a la religión, no sin razón se la conoce como el ángel del hogar.
Es esta una proyección de la imagen de la mujer victoriana hacía todo el mundo occidental. Aquella que su única función era la de cuidar a sus hijos, estar atenta en todo momento a la familia y a sus quehaceres. La mujer debía estar encerrada en su hogar, ser su cuidador y protector, encargarse del desarrollo y la educación de los niños y por supuesto mantener una imagen moralmente aceptable. Estas dos proyecciones del siglo XIX, la interior y la exterior, parecen chocar en un mundo en el que se empieza a descubrir el burlesque o en la que los prostíbulos abundan en las ciudades.
Si uno ha leído En el corazón de las tinieblas, entenderá pronto la diferencia entre los dos mundos. Su protagonista emprende un viaje a través del río Congo en el cual conoce a una mujer africana. Para él esta mujer representa todos los tabús sexuales de la cerrada sociedad belga de donde proviene su autor, Joseph Conrad. En cambio mantiene el amor por su prometida en Bélgica, un poco como la representación de esa sociedad burguesa casta y moralmente correcta en la que nada se puede salir de un guion previamente establecido.
Es difícil enfrentarse a la sexualidad en el decimonónico siglo. Difícil en cuanto que la mujer es cuidadora de su hogar y dadora de continuidad a la familia. Pero a veces hacer historia no es solo fijarse en lo obvio, si arañamos por ejemplo en otro destalles de la sociedad podemos ver lo importante que es el honor femenino en el siglo XIX. Acudamos a los duelos: esos enfrentamientos casi siempre al amanecer, a pistola muchos de ellos -los menos pudientes a garrotazos, como pinto Goya- y casi siempre por algún tema de honor femenino. Es decir, la imagen sexual de la mujer siempre en entredicho y siempre limpia para poder llegar al matrimonio.
En resumen y como conclusión el siglo XIX es el siglo de la moral, de los tabús y del escondite. Un siglo donde la vida sexual para la mujer era oculta y para el hombre en el hogar, siempre sin pegas de acudir fuera a buscar otro tipo de experiencias. Una mujer que se debe de ver reflejada en la religiosidad y la castidad.
Autor: Aitor Labajo. Historiador de la Universidad de Valladolid.
Quizá el Siglo XXI no arrancó con los valores logrados en el pasado.
Generaciones que no han luchado por la igualdad, como antaño, que no han reivindicado sus condiciones como mujeres libres en contra de la dominancia masculina en todos los aspectos sociales, laborales, etc.
Se dice que aquellos que no vivieron de las fuentes del Mayo del 68, directa o indirectamente, tienen una revolución pendiente.
El Siglo nos dirá.
Gracias por compartir.