A mi madre le hizo tanta ilusión esa llamada que yo fingí un entusiasmo que en realidad no sentía. Una cena de antiguos alumnos me sonaba como una voz lejana, algo que me parecía que tenía poco que ver conmigo, incluso absurdo.
Reconocí el esfuerzo por localizarme, tantos años y tantos kilómetros por medio, y supongo que acepté un poco presionado por mi progenitora, que aprovechaba la circunstancia para realizar ella también un viaje al pasado. Una vecina del pueblo tenía el teléfono de mis padres y a través de ellos dieron conmigo. Yo acababa de llegar de hacer un reportaje fotográfico y me tocaban muchos días de editar, así que no tenía escapatoria.
A medida que se acercaba la fecha fui hablando más con Pedro, el organizador, en su foto de perfil de whatsapp se reconocía perfectamente el compañero de hace mas de 20 años y por medio de sus anécdotas y recuerdos fui volviendo a reencontrarme con aquel adolescente que tenía guardado en mi memoria.
Fue él quien me llevó de viaje al pasado, contándome en charlas interminables qué había sido de muchos de los demás. Me sorprendió que supiera de mis andanzas con la cámara e incluso me felicitara por algún premio que recibí.
Pueden ser peligrosos los viajes al pasado, la vuelta a quién fuimos, porque los encuadres de mis fotos tienen su origen en aquel chaval y las fotos que hago no son más que la mirada que tengo de cómo era ella. Ella… aún no le pregunté a Pedro, pero cada vez más la busco en esas regresiones y siempre está.
No me atrevo a preguntar, a fin de cuentas supongo que fui un hijo de puta. El amigo golfo que le regalaba abrazos y caricias, que la utilizaba de confidente sabiendo que ella estaba colada por mí, el cobarde cabrón que nunca se atrevió a ponerse el mundo por montera y decirle la verdad, que no era otra que me moría por estar con ella. Ese pobre chulo insensible que se iba ligando a todas menos a la que realmente quería en mi vida.
Un día salió su nombre a colación y me enteré que se había casado y tenía niños y que sí había confirmado que iría a la cena. Por más que rastreé en los grupos de Whatsapp y de Facebook, apenas estaba presente y yo me preparaba para una bronca monumental. Fracasé incluso como amigo, porque sé que lo éramos y yo me eché la cámara al hombro y me fui sin mirar atrás.
Esa voz lejana que escuchaba al principio acabó susurrándome su nombre al oído y me encontré llegado el día nervioso e ilusionado. Senén, Luis, Bea, Silvia, Pedro, Lucía, Guille… todos pertenecíamos a las mismas vivencias, y el reencuentro fue como si hubiéramos salido de clase de mates. Me estaba riendo con Pedro cuando la vi, bueno, vi su sonrisa.
Esa risa se encaminaba directa hacia mí y portaba un cuerpo que el tiempo había incluso mejorado. Me gustaba, mejor dicho, seguía gustándome. Nos miramos mientras se acercaba y cuando me tuvo delante me abrazó. Así de sencillas hacía ella las cosas.
-Lo siento, tendría que haberte dicho que me iba. Y ella asintió y me apretó más el brazo: «tendré que pensar si te perdono». Y volví a tener 20 años menos y volví a desearla.
Habían colocado unas mesas redondas de diferentes tamaños y en cada una de ellas los nombres de los comensales. Todos la besaban y le hablaban y supe por Lucía que todo lo que yo no había hecho lo había cumplido ella. Seguía en contacto con todos, recordando fechas y situaciones.
Era el nexo de unión de todos y salvo yo, maldito gilipollas, todos habían seguido teniéndola en su vida. Nuestra mesa era la de ‘Literatura Española’ y yo me senté entre Pedro y ella. Era lo normal, siempre estábamos juntos… ¿qué coño había pasado conmigo? ¿Por qué llamé aventura a lo que solo fue una huida?
Durante toda la cena estuvimos recordando anécdotas, profesores, lugares. Incluso Bea y Luis hicieron bromas cordiales sobre su relación en aquella época, su noviazgo era el ancla de aquella panda de críos que jugábamos a ser adultos, y ahora eran ellos y su cordialidad los que hablaban de su ruptura como parte de la madurez.
Todos éramos protagonistas y las copas y las risas nos iban, igual que entonces, desinhibiendo y envalentonando a partes iguales. Comenzamos a hablar de amores imposibles, de compañeros que nos gustaban y ella con total normalidad dijo que siempre había estado enamorada de mí, pero que yo solo la quería como amiga.
Ya sabéis, decía, siempre fui la amiga «gorda», y lo dijo sonriéndome con ternura, segura de sí misma y segura de saber lo que decía. Y sin negarlo yo también sonreí.
-Joder, pero qué gilipollas era, siempre estuve colado por ti, y nunca me atreví a decírtelo, prefería tenerte como amiga a que no estuvieras. Y de tus tetas, de tus tetas también estaba enamorado.
Continuará…