Hay una sabiduría de la cabeza y una sabiduría del corazón, decía Dickens. Y tenía razón. Mucha razón, pero le faltó añadir que también hay una sabiduría del coño, o de la polla, o del ojete. Es decir, hay una sabiduría del sexo. Para que nos entendamos mejor: Hay una sabiduría que solo se adquiere cuando estás bien follado/a. Y eso, en estas fechas, es fundamental. No hay nada peor en el mundo que no estar bien follado/a en Navidad.
Si no lo estás, eres carne de Cuento de Navidad. Y las palabras de Dickens, en diciembre, son más duras de digerir que un polvorón de la Estepa en agosto.
Todos hemos vivido unas Navidades solos. Cuando hablo de soledad, me refiero a esa soledad sexual/sentimental que uno sobrelleva cuando no se siente deseado, ni tiene a nadie a quién desear. Un vacío emocional, que casi siempre, llenamos abusando de las comidas y bebidas navideñas, como gatos castrados o narcos colombianos, que las navidades también son muy dadas a ser blancas y medidas en gramos. Ya lo dice Netflix y Pablo Escobar.
Para ser sincero, hace ya años que no sufro del síndrome navideño de los fantasmas de los polvos pasados. No sé si serán las clases de yoga, las de pilates, las de zumba o las de cerámica, pero el caso es que las Navidades a mí ya no me vuelven loco/a del coño. Va a ser que estoy bien follado y eso. O, en su defecto, que le estoy perdiendo el respeto al señor Scrooge y a tantos otros fantasmas, porque las Navidades son como las drogas. No las uses si no eres feliz.
Los fantasmas de Navidad suelen manifestarse a través de las redes sociales, de los faisebu o de los tuiter o de los istagrases, que digo yo, que como todas esas mierdas van por ondas, pues eso, que las ondas son un medio muy de fantasmas. Y, cuando meno te lo esperas, se te materializa un fantasma de la Navidad pasada, casi siempre en Nochebuena o en Fin de Año, que es lo que tienen esas noches. Se abren los toriles para que los morlacos de la saudade y el desamor celebren sus propios Sanfermines, y te hinquen una corná en el corazón y eso. Me puto explico.
Los fantasmas de las Navidades pasadas suelen vestir con el mismo color sepia que las fotografías que hacía la cámara polaroid que nos regalaron por nuestra Primera Comunión, allá por los años 70, aquellos años en los cuales aún creíamos en el socialismo, y no en esa mierda que una gusana ha convertido hoy en día. Los fantasmas de las Navidades pasadas suelen oler a leche rancia, a calostros de otros polvos y otras sábanas. Y, algunos, conservan la tibieza de un primer y sincero amor, que sin saber cómo, ni por qué, terminó en naufragio. Lo del Titanic fue una mariconada y eso.
Los fantasmas de las Navidades presentes habitan en lo más recóndito de nuestros corazones, en cada abrazo que damos y recibimos, en las inseguridades tan propias de haber vivido otra Navidad, en los despertares de Año Nuevo al lado de quien amas, en los rituales del afeitado de cada día, en los que vigilas, de reojo, que las patas de gallo no avancen más de lo debido a tus 45 años, en el buscarte y encontrarte en la mirada del otro. En el cerciorarte, de que ésta vez, por una vez, es real. Que lo de Matrix y Keanu Reeves no va contigo, que lo de que tu abuela fuera filipina, no es óbice para que tú tengas los ojos chinos, y veas las cosas como Neo.
A los fantasmas de las Navidades futuras me los paso por el forro de los cojones. Tal cual. Es algo que ya no me importa. Bastante tengo con ser modelo. De conducta y eso.
Lo que tenga que venir, que venga. Que ya hemos aprendido a hacerle frente a casi todo. Que lo que tenga que venir nos pille al lado de los que amamos, guarecidos bajo el recuerdo de los que hemos amado y nos amaron, porque no hay más hogar que el tiempo compartido, ni mayor felicidad que el saberse o haberse sabido querido. El resto carece ya de importancia.
A todo esto, hoy es día de Reyes, y mi único deseo, como decía mi amiga Sandra Bullock, es la Paz en el mundo. Algún día os contaré cómo me hice amigo de Sandra y cómo llegué a ser coronado Miss Luisiana, pero hoy no me apetece, porque estoy muy sensible y eso. Me puto explico.
Por cierto, me llamo Joseba.