Mi vida no siempre fue un desfile de lágrimas, pero últimamente lo era. Me había acostumbrado a dormir abrazado a los recuerdos que agujereaban mi alma, y los bares se habían convertido en el único refugio seguro donde poder huir de aquellas sombras.
Era difícil salir de esa rutina en la que me veía inmerso. El alcohol me aseguraba sacar a la tristeza de mi cabeza, pero no de mi cuerpo. Aunque eso lo descubrí bastante tiempo después. Crecí mamando inseguridades y recogiendo miserias con los brazos abiertos. Mi predisposición a la tristeza era como una marca de nacimiento, como una enfermedad crónica con la que tienes que aprender a vivir.
Sentirse vulnerable a todo lo que me rodeaba no era nuevo para mí, sin embargo, en los últimos meses la vida me estaba golpeando por todas las esquinas del cuerpo y la mochila de inseguridades y miedos que fui llenando desde la infancia ahora no me permitía avanzar. Así fue como empecé a hacerme compañero íntimo de las gélidas calles de Oviedo, con la ebriedad y la escritura como únicas medicinas para mi enfermedad.
Las noches me hacían sentir cómodo, me concedían la posibilidad de escapar de la aplastante rutina, de sumergirme en historias que se verían borradas con los primeros rayos de sol, de llenar por unas horas el vacío que fui cavando durante años. Perderme en cuerpos a los que no estaba acostumbrado comenzó a ser algo indispensable aquellas noches, era una manera de volver a sentir, de recordarle a mi cuerpo que al menos, alguna parte, seguía viva.
Viernes 12 de Diciembre:
Pedí otra cerveza. Mis ojos ya no podían ocultar todas las que llevaba bebidas anteriormente. Me vi con las fuerzas suficientes como para acercarme a la chica con la que estuve intercambiando miradas toda la noche. Llevaba un vestido blanco con un escote no muy pronunciado, una chaqueta larga de lana, el pelo suelto, unas botas que le llegaban un poco más abajo de las rodillas y unos labios rojos que tapaban la sonrisa que me concedía justo antes de mirarme.
Pasé por su lado con dirección al servicio y le volví a sonreír, esta vez mucho más cerca. Tras haberme tomado unos minutos para refrescarme la cara y revisar que no estuviera muy marcada por la falta del sueño y el exceso de alcohol me acerqué y le dije:
-Perdona, ¿Sabes de algún bar en el que no pongan reggaeton?
Volvió a reírse, y minutos después nos encontrábamos en la calle debatiendo sobre temas nada interesantes pero necesarios para seguir por aquel camino. Pronto se dejaron ver mis intenciones, cuando acercándome a su oído le dije que me encantaría romperle el vestido y le propiné un beso corto pero intenso justo debajo de su oreja. Le gustaba el juego, y decidió seguir jugando conmigo.
Por unos momentos mi cabeza no estaba en constante guerra civil y solo pensaba en descubrir qué habría debajo de aquel vestido blanco, en desatar a los dragones que dormían en mi pecho. Pasamos por dos bares más antes de llegar al tercero, donde los besos ya eran más repetidos y la música ni siquiera nos importaba.
Apoyados de pie junto a la barra me decidí a poner la mano en su culo mientras la besaba, pude notar su pequeña ropa interior debajo de la fina tela del vestido. Tenía el culo frío, así que comencé a acariciarlo con las dos manos, ella saltó y se colgó sobre mí, momento que aproveché para agarrarla y meter la mano aún más abajo, llegando a rozar su coño con la punta de mi mano derecha.
Entonces ella se descolgó, había demasiada gente en el bar con las miradas sobre nosotros como para seguir con ese juego, sin embargo mi capacidad de raciocinio estaba demasiado ausente en aquel momento y yo seguía mordiéndole el cuello y apretando su cadera contra la mía para que notase lo duro que empezaba a ponerme. De repente me apartó con las dos manos, me asusté, y ella dio dos pasos para atrás, se paró, volvió a reírse y articuló algunas palabras que nunca logre entender justo antes de dirigirse al baño de mujeres.
Yo dudé durante unos segundos, me giré y le di un sorbo a la cerveza que había posado en la barra, después eché un vistazo alrededor del bar y tras comprobar que nadie, o al menos eso quise creer, estaba pendiente de mis movimientos caminé hacia el baño de mujeres, empujé la puerta y noté como una mano impedía que la abriese del todo, sin embargo tras asomar mí cara por el espacio que había entre el marco y la puerta, la chica del vestido blanco me agarró del brazo y me lanzó contra ella. Apoyó mi espalda contra la pared y comenzó a besarme el cuello.
Un sucio y pequeño espejo que tenia justo enfrente de mi me permitió levantarle el vestido y observar sus preciosas nalgas ahí reflejadas. Fui moviendo mi mano por su cintura hasta llegar a su coño, lo toqué, aún con las bragas puestas, y noté la tela húmeda en la yema de mis dedos, eso me excitó mucho más, así que comencé a presionar y hacer pequeños círculos sobre su clítoris con la mano derecha, mientras que con la izquierda intentaba sacar sus tetas por encima del vestido para poder comerlas.
Tras no conseguir sacar ninguna, me tomé medio segundo para dejar de acariciarle el coño y bajarle los asas del vestido a una altura que me permitió disfrutar mucho mejor de esa parte de su cuerpo. Tenía las tetas grandes, los pezones rosados y el sujetador del mismo color que las bragas. Volví a llevar mi mano a su entrepierna y esta vez introduje un dedo, fue muy fácil meterlo, sus fluidos lubricaban de tal manera que cuando comencé a mover mi mano para masturbarle podían escucharse chapotear. Al mismo tiempo que la masturbaba, sentía la presión de mi polla lubricando sobre los calzoncillos que escondía debajo de los apretados vaqueros.
Ella pasaba su mano por encima del pantalón e intentaba agarrarla con fuerza, pero yo quería que la tocase sin que ninguna tela se sobrepusiese, solo el contacto de la carne con la carne, así que con la otra mano y sin parar de masturbarle logré desabrocharme el cinturón y bajarme los pantalones. Descubrió mi glande y comenzó a jugar con él, haciendo algo extraño pero placentero con la palma de su mano y la punta de los dedos. No aguanté más con tanto juego, necesitaba penetrarla fuertemente, sentir su cuerpo todavía más pegado al mío.
La giré y le empujé de la espalda contra la pared, apoyando sus tetas y sus manos contra los fríos azulejos del baño de aquel bar, separé un poco sus piernas y sus nalgas con una mano para poder ver el coño y el ano desde esa perspectiva mientras que con la otra mano me agarré el pene y dediqué unos segundos a jugar pasándolo por su vagina sin llegar a introducirlo del todo. Una vez dentro, agarré con fuerza su cadera y la empujé contra mí, ella empezó a gemir a cada pequeña sacudida que la propinaba, lo que me llevó a hacerlo cada vez más fuerte y con más ganas.
Ya había follado antes en los baños de los bares y sabía que el tiempo nunca era un buen aliado, aunque esta vez correrse no iba a suponer un problema con toda la excitación que se respiraba dentro de aquellas cuatro paredes. Ella cruzó sus manos por detrás de la espalda, yo se las sujeté mientras también le agarraba del pelo y comencé a mover mi cadera cada vez con más fuerza contra su culo. La música estaba demasiado alta como para que alguien ahí fuera pudiese escuchar nuestros gemidos.
Segundos antes de correrme me advirtió que no lo hiciera dentro, así que me eché para atrás, separando su cuerpo del mío con la intención de hacerlo en su culo, sin embargo ella se agachó e introduciendo mi polla en su boca logró que eyaculase, liberando todo mi semen entre sus labios, ya no tan rojos como la primera vez que la vi sonreír.
Tras lavarse la cara y volverse a poner toda la ropa en su sitio, ella decidió que la mejor opción para salir de allí sin que nadie pudiera pensar en lo que realmente había pasado, era que yo esperase el tiempo suficiente como para que a ella le diera tiempo a salir del bar. Seguidamente yo pediría una cerveza y nos encontraríamos en la entrada.
Sin embargo, tras la puerta de aquel bar solo me esperaba el frío.