Según la Universidad de Bristol, los españoles son los europeos con una mayor dotación, después de lituanos y checos. El estudio dirigido por los doctores Mason Warren y Richard Smallwood ha salido a la luz el 7 de febrero, pero las investigaciones arrancaron en abril de 2015.
El trabajo ha sido publicado en la prestigiosa revista The Millers y está avalado por el Instituto de Salud Pública del condado de Somerset (SPHI). Con él, se pone fin a la cuestión que durante décadas ha estado sobrevolando las cabezas de tantos y tantos hombres: ¿es adecuado el tamaño de su miembro viril?
Según Warren y Smallwood, el tamaño normal de un pene europeo está entre los nueve y los 16 centímetros de longitud. Los lituanos superan la media, situándose en el podio de ‘penes grandes’ con 16,3 centímetros, seguidos de cerca por los checos, cuya longitud es de 16,1 centímetros. En la otra cara de la moneda están los malteses, con once centímetros de dotación media, empatados con los ingleses. ¿Tendrá algo que ver su situación de archipiélago para tener un pene considerablemente más corto que el de sus vecinos continentales?
El tamaño normal del pene europeo está entre los nueve y los 16 centímetros de longitud
Los estudios revelan también que el hombre europeo tiende a sobreestimar el tamaño de su miembro. Además de la pornografía, donde se exhiben penes anormalmente grandes, la incorrecta forma de medición hace que en la mayoría de los casos creamos tener un arma bastante más larga y gruesa de lo que es en realidad. La forma idónea para saber el tamaño real del pene es midiéndolo desde el hueso púbico – evitando el molesto tejido adiposo que ‘tapa’ parte del tronco’ – hasta la uretra, con el prepucio retirado.
Darnell Fisher, miembro destacado de la Asociación Inglesa de Urología y Enfermedades Renales (EURDA), ha analizado las medidas que maneja la industria del porno para sus actores, en concreto con los datos proporcionados por el portal PornHub. Excluyendo los vídeos que los propios usuarios cuelgan, Fisher ha recopilado las medidas de los hombres contratados por la marca para realizar sus producciones. El estudio arrojó la cifra de 16,38 centímetros de media, muy cercana a la marca de la muestra de varones lituanos.
“En primera instancia puede parecer que 16,38 centímetros es un pene estándar, como el del propio lector, el de un hombre cualquiera. Ahora comparen el suyo con el de los actores del estudio. ¿Es más grande? Reflexionen. Mentimos mucho sobre nuestras medidas. Una mentira que, por desgracia, condiciona nuestra relación con la sexualidad y con el mundo”, declaró Darnell Fisher para The Millers. Ante esta evidencia, también se apunta a que un pene grande, de una longitud mayor a los 19 centímetros, puede conllevar complicaciones en la penetración – relaciones dolorosas, sobre todo en vaginas pequeñas o mal dilatadas – y también en la erección, dado que se necesita mover un flujo de sangre mayor, a veces de hasta medio litro.
Además de pichacorta, es usted imbécil
Y si usted ha llegado hasta aquí es que, permítame la licencia, es un completo imbécil. Somos, usted y yo, unos completos imbéciles. Claro que he mirado al de la letrina de al lado para sentirme bien si su pene era un pistacho. Claro que me he sentido como una mierda poco viril cuando ese hombre, de rascarse la pantorrilla, podría acabar haciéndose una maravillosa paja.
Siendo un niño mi madre se preocupaba por el tamaño de mi falo, un grano de arena en una playa en comparación con mis tremendos huevazos. Esa preocupación que sentía mi santa madre la tenemos ahora nosotros. Nos miramos, sabemos que el que mea en taza estando libre algún urinario vertical es porque la tiene pequeña. Leemos compulsivamente este tipo de estadísticas que deberían ser herramienta de antropólogos y no objeto de ocio de cualquiera que acceda a internet. El ocio se torna en aflicción e inseguridad, pero sigamos informando sin tener ni idea de las consecuencias, porque es progreso, creemos, desdeñando las diferencias entre progreso y evolución.
Leer ‘Las erecciones que duelen: priapismo’, de Jimmy Redhoe
Todo progresa. Las manecillas del reloj siguen girando, ergo progresan, pero no evolucionan. Nada es igual que el segundo anterior. Existe un inexorable progreso, pero lo que no es inexorable es la evolución.
Veía una serie más o menos famosa, ganadora de algunos premios y ganadora también de muchos elogios por parte de una crítica que desconoce, entre otras muchas cosas, la diferencia entre progreso y evolución. La serie se ambienta en la República, en el momento del Primer Triunvirato, con Julio César romanizando las Galias espada en mano. La historia pivota en torno a dos personajes muy secundarios que hacen de guías en un recorrido por las costumbres y la situación político-social de la Roma cesárea.
Se explota la idea de una libertad sexual más que asumida por el imaginario colectivo actual, se explota un desenfreno exacerbado de los instintos libidinosos de algunas de las mujeres de las grandes familias y se explotan las relaciones de todo tipo: lésbicas, heterosexuales, incesto… Pero un detalle es mucho más importante que el hecho, en conjunto, de la documentada libertad sexual romana – influida muy notablemente por el politeísmo -. Esclavos, libertos, patricios, legionarios, evocati y rameras muestran su cuerpo sin ningún pudor, entre ellos, con ellos, para ellos.
Las manecillas del reloj siguen girando, ergo progresan, pero no evolucionan
Ciudadanos lavándose – ojo, en cueros – en un patio público ante la mirada impasible de señoras, ¿se imaginan? Pues en Roma era habitual, porque ver el sexo a un hombre, entendido fisionómicamente, era normal – nótese también la diferencia entre normal y natural. Natural es otra palabra muy de moda para dar explicación a algo sobre lo que no se tiene ni idea -. Se preguntarán qué es lo que nos ocurre para que en vez de mear en urinarios verticales meemos en una taza de váter, aislados de cualquier mirada indiscreta. O por qué ya no se ven hombres en duchas corridas mostrando sus orgullos o sus desdichas. El pichacorta es igual de pichacorta en el 70 a.C. que en el 2017. El vocero no es igual en el 70 a.C. que en el 2017.
En nuestro afán por normalizar el sexo, lo hemos dado la vuelta. Lo hacemos arcano, como una gran montaña sagrada, visible a lo lejos desde una llanura. Sexo por todas partes, en todos los periódicos, en todos los blogs y en todas las revistas, hasta en las que deberían ser más o menos serias. No se habla de sexo en la Historia, o de escándalos sexuales, ni tampoco se habla de enfermedades. Se habla de estadísticas, de cómo dar placer, de qué juegos hacer en los preliminares, de cómo llegar al orgasmo. ¿De verdad se creen que informan? Atemorizan. Atemorizan a tiempo parcial: “suelto esta castaña con un titular rimbombante, que me lea la parroquia que confunde progreso con evolución y mañana a seguir sumiendo a la sociedad en un profundo temor por correrse a los diez segundos”.
Los tipos altos la tienen más pequeña, los hombres musculados la tienen microscópica, los gordos aguantan más en la cama y bendita la mujer que sigue aguantando a un tipo que cronometra sus relaciones sexuales. Basta de disfrutar, ahora hay que informar.
Somos el diario del progreso ya que tenemos a una señora que sabe habla de sexo porque hace porno, somos el colegio del progreso porque tenemos una educadora sexual, somos la generación del progreso porque nos inventamos palabras sonoras para designar sexos y opciones sexuales igual de sonoros e igual de inventados, somos el partido del progreso porque juzgamos tu relación con la sexualidad. ‘Papá y mamá enseñando a poner condones’ y ‘Teo aprende a masturbarse con su profe de Conocimiento del Medio’, próximamente en las mejores ludotecas.
Hemos dado una voltereta absurda, haciéndonos un daño terrible en la nuca. Hemos querido naturalizar tanto el sexo que lo hemos encumbrado a posiciones inalcanzables para alguien mundano que cree que ’Cincuenta sombras de Grey’ es porno para divorciadas insatisfechas. Somos la policía hippy que te dice qué está bien y qué está mal. Entretanto, dejemos de impartir Filosofía en las aulas y planteemos que quizá es más importante Educación Sexual. En definitiva, mecanicemos todo lo que un niño debería encontrar por sí mismo para hacerse un hombre.
Leer ‘Gachís, gachós y una crítica a la literatura erótica actual’, por Jimmy Redhoe
Todos tenemos la polla pequeña. Todos. Probablemente Mason Warren, Richard Smallwood y Darnell Fisher también la tengan pequeña, porque son simples jugadores del Rotherham United, un equipo humilde de segunda división inglesa y porque la revista donde publicaron el estudio, The Millers, no es más que el apodo de esa hinchada. No sé siquiera si los lituanos tienen pito y las lituanas patata.
Todos tenemos la polla pequeña. Todos
«Acéptate a ti mismo». «Confórmate con lo que tienes». «La vagina obtiene el mismo placer con una polla de diez centímetros que con una de dieciocho». ¡A la mierda! No sean tontos y abran los ojos. No escuchen lo que quieren oír. No hagan de las letras sus pastillas. Sean romanos durante el coito y acaben siendo españoles navajeros, de uralita y solar, porque aquí llegaron con su mini polla de apocado blanquito y de aquí se van con su macro polla morena. «La dotación es lo de menos, las mujeres nos fijamos en el interior». «Lo importante es cómo se usa, no cómo se tiene». Callen, dejen de hacer el ridículo.
El mundo es a los gordos, lisiados, feos, puteros, pichacortas y fracasados lo que un barrizal es a un cochino. El mundo es nuestro, amigos. ¡Follad, hermanos! ¡Follad hasta reventar! ¡Follad hasta que del mareo os quedéis en el sitio! ¡Follad hasta que el dueño de un prostíbulo en Monzón de Campos os encuentre sin pulso! ¡Follad sin importar el grado de satisfacción del otro! ¡Satisfaceos vosotros, sed egoístas, unos egoístas hijos de puta! ¡Miraos las pollas y saludadlas cada mañana, porque es lo único que de verdad os podrá consolar! ¡Masturbaos hasta la saciedad!
Porque es usted un completo imbécil, ahora brindo. Somos, usted y yo, unos completos imbéciles. Brindemos.