Hay penes que pasan a la Historia, y no precisamente porque triunfen mucho los sábados por la noche, sino porque en torno a ellos se erigen leyendas recordadas durante siglos. El pene de Rasputín es uno de esos miembros que tienen su propio capítulo dentro de los tiempos, y sus motivos tiene.
Lo primero de todo es recordar la figura de Grigori Yefímovich Rasputín, un importante aristócrata en las décadas previas a la Revolución leninista, cuando Rusia aún estaba dominada por la dinastía zarista de los Romanov. Con sus casi dos metros de estatura y una apariencia similar a la de Jesucristo, Rasputín pretendía ser una especie de sanador-médico místico y mágico, personaje gracias al cual logró codearse con los zares.
Todo comenzó tras forjarse la fama de sanador mediante el rezo y técnicas prácticamente paranormales. Estos rumores llegaron a palacio y la zarina Alejandra recurrió a sus servicios para intentar salvar a su hijo Alekséi, que padecía hemofilia. El caso es que, según las crónicas, la hipnosis permitió que este amago de curandero sanara al único heredero y se hiciera con un puesto clave en la corte.
El pene de Rasputín
Una vez erigida su personalidad de mago fastuoso y con el respeto de los poderosos, el conocido como monje loco siguió los pasos de Casanova y se convirtió en todo un mujeriego. El pene de Rasputín visitó buena parte de las alcobas de mayor alcurnia de la entonces Petrogrado y se labró la fama de participar en toda clase de ritos sexuales, orgías, bacanales y hazañas.
Su magnetismo hacia las féminas venía acompañado, según se relata, por un gran convencimiento, irresistible mirada… y un pene de proporciones bíblicas. Hay quien dice que alcanzaba los 40 centímetros y el ancho de la muñeca de una mano, otros se quedan en 30 centímetros y quienes simplemente indican que 25.
El curandero ruso acuñó una frase que resume muy bien lo azarosa y promiscua vida: «se deben cometer los pecados más atroces, porque Dios sentirá un mayor agrado al perdonar a los grandes pecadores». Su gran proximidad a una familia real ya inestable hizo que en 1916 el gobierno ruso tratara de eliminarlo, y tras varias intentonas fallidas incluso con cianuro mediante, Rasputín fue asesinado a tiros y su cadáver tirado a un río, enterrado, exhumado y quemado.
El pene de Rasputín post mortem
Cuando el monje loco fue asesinado comenzaron a circular leyendas sobre el paradero de su miembro, e incluso hoy en día existen dudas de que esté expuesto en el Museo erótico que acoge San Petesburgo. Antes de llegar a su supuesta ubicación actual en el siglo XXI, el pene de Rasputín pasó por todo tipo de aventuras y desventuras.
Hay quien dice que cuando acabaron con la vida del aristócrata, la mujer que se encargó de limpiar el cadáver cercenó la verga y lo conservó como recuerdo. Por otro lado, otros sostienen que una antigua amante se lo cortó para intentar sacar provecho de él. El caso es que la gónada resucitó en 1920, cuando una suerte de secta aseguró hacer ritos sexuales y de fertilidad en torno a él.
Fue la hija de Rasputín, Marie, quien reclamó la reliquia y la mantuvo en su poder hasta su muerte en 1977. Aquí se produce un salto temporal que abarca hasta 1994, cuando un tal Michael Agustino aseguró poseer el pene de Rasputín tras comprarle un lote de instrumentos médicos a un doctor que había trabajado con Marie Rasputín.
Sin embargo, las pruebas realizadas a esos supuestos genitales guardados en un frasco de cristal revelaron que era un buen pepino, sí, pero pepino de mar disecado. Igor Kiazkin es el gerente del museo del erotismo de San Petesburgo, donde un tarro de vidrio protege un magnífico pene de casi 30 centímetros de largo y tres centímetros de grosor del paso del tiempo.
Aunque no se han realizado pruebas creíbles que certifiquen que el asunto es el pene de Rasputín, el propietario asegura que lo compró en 2004 por unos 8.000 dólares. Si de verdad sus genitales llegaban a 40 centímetros, sería este ruso el poseedor del mayor pene de la historia.
Sea legendaria o no la longitud de su miembro viril, este aristócrata cercano a los Romanov firmó un capítulo muy especial en la Rusia previa a la revolución bolchevique. Para los más incrédulos, no tienen más que poner rumbo a San Petesburgo y observar este pene expuesto en formol y valorar si de verdad estuvo adosado al monje loco.