Las noches de aquel diciembre se siguieron llenando de historias como esta. Personas con las que disfrutaba de una convivencia atractiva y caduca. Me aliviaba volver a sentir algo en mi cuerpo, y no me importaba lo que fuera,  me conformaba con cualquier cosa.

El sexo estaba bien mientras no me viese involucrado en un compromiso emocional, mientras no fuese una causa más para apuntar en mi lista de miserias. Y cuando las condiciones no quedaban muy explicitas, las dudas y las preguntas que sucedían al encuentro erótico se hacían un hueco en algún rincón de mi mente y no me permitían dormir, así que tenía que volver a salir en busca de otros bares y otras personas con las que poder olvidarme por unas horas de todo aquello. Era como la pescadilla que se muerde la cola.

Jueves 26 de marzo:

Habíamos estado follando toda la noche y por primera vez en mucho tiempo no sentía la necesidad de huir de aquella cama. Era algo extraño, nuevo, una situación difícil de explicar y que sin embargo me proporcionaba paz, mucha paz. En aquel momento mi cabeza estaba tranquila y tuve miedo de volver a sentir la necesidad de un cuerpo, de ese cuerpo.

Decidí quedarme y ella tampoco quiso huir. Nos levantamos para ir a desayunar. Ella amenazó con no llevar ropa interior debajo de la falda y a mi mente regresó aquella frase de una canción de Sabina “Cuidado, chaval, te estás enamorando…”. Salimos en busca de una cafetería, sin embargo la suerte se puso de nuestro lado ofreciéndonos una fiesta de la Sidra. Seis euros, dos vasos y ocho bares por delante para poder beber. En el tercer bar, ya llevaba medio curada la resaca de la noche anterior y medio conseguida la borrachera de aquel día, así que comencé a desatar a mis demonios.

Aquello era extraño, la noche me condecía una serie de licencias que inevitablemente olvidaría – o no- cuando amaneciese, sin embargo besar unos labios o tocar un cuerpo que ni siquiera conocía bajo los rayos del sol no dejaba de ser algo raro e inusual. Me acerqué y quise comprobar con alguna frase pícara y una sonrisa muy delatadora si era verdad lo de su ropa interior. Miré alrededor creyéndome que nadie tendría los ojos puestos en nosotros, así que bajé la mano, la metí por debajo de su falda y pude notar el contacto de mis manos tan frías como su coño.

Quise acariciarlo un poco pero pronto me detuve, si seguía haciéndolo la gente se daría cuenta. Así que, después de pasar por los últimos bares me invitó a volver a su casa para refugiarnos del frío y engañar un poco al estómago. De camino fuimos metiéndonos mano e incentivando las ganas de volver a sudar juntos, nos parábamos junto a todos los obstáculos que salían a nuestro paso,  un árbol, un coche mal aparcado, un cajero…

Nada más abrir la puerta del portal me abalancé sobre ella, subiéndole la falda y masajeando su coño con una pasión incontrolable, no tardó en lubricar y pronto noté como se humedecía mi mano, así que introduje dos dedos directamente y le agarré de la espalda fuerte con la otra mano para que no se tambalease demasiado. Pasé mi lengua por su oreja y eso la puso mucho más cachonda, así que seguí chupándole todo el cuerpo, pasee mi lengua por todo su cuello.

En un momento paró y subimos un par de escalones más, desde esa situación era más fácil esconderse si alguien trataba de entrar en el portal. No lo pensé y seguí lamiendo todo su cuerpo, me agaché, me detuve unos instantes a observar su coño húmedo y palpitante, abrí sus labios con las dos manos y pasé mi lengua por todo él. Después comencé a hacer pequeños círculos con la punta de mi lengua sobre su clítoris al mismo tiempo que la masturbaba con mi mano derecha.

Sentía el temblor de sus piernas y el ardor de mi lengua que no se cansaba de lamer, las comisuras de mis labios y la punta de mi nariz estaban impregnadas de sus fluidos y eso me excitaba mucho más. De pronto, con la voz entrecortada me dijo “fóllame”, me puse de pie, desabroché con prisa mi cinturón mientras ella aprovechaba para subirse aun más la falda y ponerla a una altura cómoda. Pasé mi mano por su sexo y comprobé que seguía estando lubricado, y sin miramientos comencé a penetrarla. No tardé ni dos minutos en hacerlo con fuerza, cada vez con más fuerza, y todavía más, y más, como si en cada embestida tratara de unir su cuerpo con el mío.  

Sentí como mi polla se endurecía hasta puntos inimaginables dentro de su coño. No podía parar, a cada penetración le seguía otra más fuerte y cada vez estaba más cerca de correrme. Después de azotarle un par de veces en el culo, que se movía en sintonía con mi cadera, pasé mi mano por su cara y metió mis dedos en la boca, los sentí llenarse de saliva húmeda dentro de su boca caliente y eso me excitó mucho más.

Los saqué, y con ellos aún mojados los dirigí directos a su clítoris, comencé a presionarlo con la yema de los dedos y haciendo movimientos tan rápidos como mi mano me permitiese, empecé a notar cómo se retorcía de placer. No pude parar de hacerlo hasta que finalmente sentí salir un chorretón de semen a través de mi pene, que lejos de agotarse cada vez expulsaba más.

Nos quedamos varios minutos el uno dentro del otro, inmóviles, exhaustos, cansados pero felices, hasta que el miedo se apoderó de mi tranquilidad y comenzaron a invadirme las dudas, entonces decidí huir. Ya lo había hecho antes, de hecho estaba acostumbrado a buscarme excusas para largarme sin dejar huellas, sin embargo esta vez era distinto, no eran las ganas de salir de allí lo que me empujaba a huir, eran las ganas de quedarme.

Al llegar a mi casa me metí a la ducha,  tratando de limpiar todos esos pensamientos que me ahorcaban, me tumbé sobre la cama e intenté poner en orden a mi cabeza, sin embargo lo entendí algún tiempo después. Había utilizado mis relaciones eróticas como pequeñas tiritas para curar una herida abierta, y así era imposible que lograse cicatrizar. Comencé a dibujar la línea que separaba el deseo del amor, la necesidad del capricho, y me repetí algunas ideas para que me quedasen bien claras; la mayor fidelidad es ser fiel consigo mismo, ya que somos la única persona con la que tenemos que convivir el resto de nuestros días.

Me costó bastantes polvos, pero al fin empecé a entender, gracias a Marwan, que querer acostarse con una mujer no es lo mismo que querer despertarse con ella, porque hay chicas que te alegran la piel pero no el corazón. No había olvidado la cama ni el portal del que huí aquel día, y menos aun el cuerpo con el que sentí que volver a enamorarse quizás no era tan malo. Así que en un acto de valentía y romanticismo propio de las jodidas películas de amor decidí escribirle un poema con mi número de teléfono incluido y dejárselo en el buzón, esperando que algún día le diese por abrirlo y llamarme.

Me siento como un mago cuando acaricio tu coño
y mis dedos descubren tus bragas mojadas.

Por eso no paro de tocarte hasta que mi mano se convierte en parte de tu cuerpo,
en una escalera hacia el cielo.

No paro.

Para acabar convirtiéndote en magia.

Quiero ver cómo te retuerces cuando meto la lengua en tus labios y mi barba se moja de ti.

Tú suspiras, cierras fuerte los ojos y me aprietas las manos.

Yo sigo sin parar para que te liberes, que te encuentres llena y te corras en mi boca, que te olvides de ser humana y te sientas semidiosa.

Entonces me buscas con esa mirada que dice “fóllame”

y yo te follo como si fuera la última vez,
con rabia y con cariño,
con fuerza y con ternura,
con ganas y pasión.

Es entonces cuando se produce la magia,
cuando tocamos el cielo
y caemos muertos, pero muy vivos,

Cuando deja de importarme todo, para importarme tu.

Y que nadie se atreva a llamarlo pecado,

Follar contigo

Es recordar que estamos vivos.

Y que merece la pena seguir estándolo,   si es a tu lado.

Quién sabe, quizás algún día reciba un mensaje en el que ponga que también a mi lado, todo es magia.

Autor: @manuelacon.

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