Quiso la suerte que el verano estuviera al caer y las vacaciones propiciaran nuevos reencuentros. Ahora era Cristina quien volvía a casa y tenía muchas ganas de verla. No sólo por los ardientes encuentros que habíamos tenido durante años, sino por una férrea amistad que nos habíamos profesado durante mucho más tiempo. “Estoy aquí. Y tengo un plan que te va a gustar”, rezaba su mensaje.
Tras una breve conversación telefónica, tocaba bucear un poco en Internet y reservar una habitación para el fin de semana. Además, había un festival erótico en la zona y nunca había estado en uno. Y ella, que lo sabía, había preparado un fin de semana de lo más caliente para los dos.
Sin embargo, antes había una conversación pendiente. Así que fuimos a cenar primero y conversamos. Me contó que había conocido a alguien por un chat y que se desplazó a conocerla. Hicieron buenas migas, pero además ella necesitaba trabajar y él poseía varios restaurantes. Le costó trabajo desplazarse, pero al menos podía despegar y salir de la mala situación que estaba viviendo.
Además, él la trataba muy bien y ella era feliz. Ahora había venido sola de vacaciones y no podía perder la oportunidad de explicarme todo y ofrecerme este plan para compensar tanto tiempo de incertidumbre. Aún así, no le perdoné que en esos meses sin saber de ella no tuviera ni un mensaje ni una llamada. Al menos, saber que no hice nada mal con ella, que era lo que nunca me habría perdonado.
Llegamos a donde se celebraba el festival y nos los pasamos en grande viendo a los actores y actrices porno que vinieron, además de los distintos stands con diferentes temáticas y los shows en vivo. Me impactó el show lésbico de dos actrices a las que seguía mucho por Internet y cómo después un chico fornido y bien dotado intervenía convirtiéndolo en un trío memorable.
Era como estar dentro de esas películas y vídeos de Internet que a diario veía. Pero me llamó la atención una sala que había al fondo en cuya puerta se leía “catfight show”. Cristina tampoco sabía qué era eso, así que entramos a verlo sin tener siquiera que mirarnos para entendernos.
Nos sentamos en una especie de gradas montadas para la ocasión y veíamos cómo en el suelo había pintado una especie de tatami, como los que hay en las luchas de sumo japonés. Un círculo enorme y unas marcas que delimitaban dónde se desarrollaría la acción. Una chica morena y alta, voluptuosa y con rasgos entre latinos y árabes llevaba un bikini de rayas blancas y negras, emulando las camisas de los árbitros de boxeo.
Y dos chicas esperaban para comenzar el show, que simulaba una contienda. La chica rubia era alta y delgada, esbelta y con un trasero respingón que se encargaba ya de realzar el tanga de su bikini amarillo. Su oponente era una chica pelirroja, algo más bajita pero con grandes pechos y un culo generoso.
Su bikini rosa fucsia contrastaba con su tez pálida. Habíamos entendido ya la temática, pero queríamos ver cómo se desarrollaba. Cristina y yo teníamos a dos mujeres preciosas sobre el tatami, una que haría de árbitro y un marcador en el fondo. Y al toque de silbato de la morena, comenzó el espectáculo.
Las chicas forcejeaban buscando una posición de superioridad. Era morboso ver cómo los movimientos bruscos y los tirones de las oponentes provocaba que cada prenda se descolocara. Los tirones de la parte superior del bikini provocaban la fuga de los senos allí cautivos y era morboso verlo. Los tangas eran de los que llevan nudos a los lados y las chicas también forcejeaban por desatarlos.
No tardaron en estar desnudas y parecía que lo bueno estaba por venir. El marcador aún no se había movido y tenía curiosidad por ver para qué servía. De momento, sólo un reloj hacía la cuenta regresiva para delimitar los “asaltos”. Pero quería entender cómo se desarrollaba el show. Quizá me diera un par de ideas.
La rubia conseguía inmovilizar a la pelirroja y comenzaba a masturbarla. Me ponía a mil ver cómo la chica intentaba zafarse de la llave que le hacía su oponente a pesar del placer que sus dedos le provocaban. Además, le mordía el cuello y las orejas y en su cara se reflejaba el principal motivo por el que no podía escapar: le estaba encantando.
No obstante, un descuido de la chica rubia hizo que su rival pudiera escapar. Aún así, el marcador marcaba 3-0 para ella por los treinta segundos que había conseguido retenerla en esa postura. La pelirroja pasó a tomar la iniciativa y no tardó en poner la cabeza de la chica rubia entre sus piernas para no soltarla, haciendo que lamiera su sexo ya desnudo.
La árbitro accionaba el marcador cada cinco o diez segundos y pronto el marcador volvió a nivelarse. La rubia logró escapar. Este juego era nuevo aquí pero las chicas sabían jugar. Y muy bien. O mucho me gustaba igualmente lo que veía.
Estaban ellas enfrascadas en su forcejeo y yo notaba que mi erección era palpable a la vista de quien mirase aún fuera de reojo. Cristina parecía encantada viendo a las dos chicas tratando de someterse mutuamente y brillando por el sudor a la luz de los focos. Nuestras mentes calenturientas ya tramaban algo. Pero aún quedaba show por delante.
La chica rubia consiguió repetir la presa anterior y continuó masturbando a la pelirroja, que pagó la excitación anterior, entre ser masturbada y lamida, con un orgasmo que la dejó en cierta desventaja en el marcador. El tiempo corría y las dos rodaban por el suelo buscando una posición que les diera la posibilidad de seguir anotando.
La pelirroja ahora consiguió trabar las piernas de su rival, pudiendo al mismo tiempo masturbarla y lamerla durante un minuto largo en que le arrancó un orgasmo que niveló la contienda. Las chicas estaban desnudas, sudando, despeinadas y, aún así, parecían sexys. Ahora la pelirroja controlaba a su rival hasta que logró inmovilizarla boca arriba en el suelo y logró sentarse sobre su boca.
Ésta se sintió atrapada y la siguió lamiendo, lo cual dio la victoria definitiva a su oponente y dio por concluido el show. Nosotros nos volvimos a la habitación y comentábamos lo visto animadamente. Cristina decía que tenía una amiga a la que podía gustarle probar a hacer eso. Yo ya tenía algunas ideas en mi cabeza.