En los pocos más de tres años que lleva en pie El Sexo Mandamiento creo que es la primera vez que utilizo la primera persona en un texto. Esta vez, y que me perdonen los lectores habituales, me voy a tomar una pequeña licencia para narrar lo ocurrido en el desfile del World Pride Tour de Madrid, que ha llenado de Orgullo una ciudad que sigue acogiendo a quien sea, independientemente de su credo, raza o, cómo no, orientación sexual.
Como vallisoletano y castellano de pro, me he criado en una ciudad en la que no es muy común encontrarse con una sexualidad distinta a la heterosexual o, al menos, no es muy frecuente verlo. Afortunadamente, los tiempos están cambiando y se percibe un aperturismo hacia el que los pucelanos mostramos nuestro particular orgullo.
El caso es que la situación está a años luz de la magnitud del Orgullo madrileño, una festividad que abriga la igualdad entre inclinaciones sexuales y reivindica a quienes se esforzaron y se esfuerzan por seguir extendiendo el arcoíris. Millones de personas se agolpan en las calles de la capital de España y tiñen de color, de luz, de ilusión, de corazones y energía una fecha especial para muchos calendarios.
A ello contribuyen meritoriamente las carrozas, que en esta edición han llegado a 52, tras empezar a tomar las calles en el desfile de 1996. Con su música y animación hacen botar a un público que es el responsable de que sigamos avanzando hacia una sociedad más igualitaria, al menos en lo sexual. Aunque aún queda mucho por hacer, agrada ver a niños pequeños subidos a los hombros de sus familiares o personas mayores ilusionadas en la primera fila de las vallas. El orgullo no entiende de edades.
Un Orgullo para todos
Junto a ellos se besan mujeres y se besan hombres, junto a ellos se alzan pancartas pidiendo igualdad sin importar con quién comparte cada uno su almohada. Visitantes llegados de todos los rincones del planeta, incluso de aquellos donde están perseguidos ciertos tipos de amores, se expresan con libertad plena. Es indiferente la vestimenta, la compañía o la actitud.
Qué más da quién esta encima de unas plataformas de vértigo, quién se enfunda un calzón de cuero, quién esgrime una fusta o quién besa a quién si ambos están de acuerdo. Ya se va quedando atrás eso de mirar con desprecio al que parece salirse de lo corriente, Madrid y sus gentes buscan la tolerancia y el respeto y destruir estereotipos que no tienen cabida en un momento como el actual.
Mientras desfilan las carrozas por las calles abarrotadas desfila la ilusión de mucha gente hacia una fiesta en la que el Orgullo se divierte y disfruta tras demasiados años sometido simplemente por ser considerado diferente. Dos chicas de unos quince años se besan al lado de una pareja ya anciana que observa apaciblemente cómo de bien han cambiado los tiempos y sellan una alianza muda entre generaciones con un mismo objetivo y un mismo corazón.
El punto y seguido, pues ya ha caído la noche tras una jornada junto a una compañía multitudinaria, llega en la Plaza de Colón, donde una marea humana recibe a las carrozas con muchas ganas de seguir botando y maravillando a los que no están habituados a este despliegue de ilusión. Allí comienza otra fase de este Orgullo, una fase nocturna en el que todos los gatos son pardos, arcoíris y con un orgulloso denominador común.
En definitiva, la tarde del uno de julio de 2017 no fue una tarde cualquiera para millones de almas, tanto volcadas en las calles como allá donde siguen disfrutando con orgullo de sus vidas. Ya somos mayorcitos como sociedad para discriminar a quien piensa o actúa de forma diferente, basta ya de prejuicios y sigamos avanzando juntos hacia la igualdad de todos y para todos.
Estos días me he sentido muy orgullosa de vivir en Madrid.
La tolerancia y el respeto de sus habitantes han contribuido a unos días inolvidables.
Tenemos que seguir sintiendo ese orgullo y luchar por los derechos en todos los puntos del planeta, pero en nuestra tierra ya son menos los que no nos comprenden.
Saludos!!!