Celesto y la Luna es una trilogía musical y literaria, literaria y musical, compuesta por En la boca del volcán, Me quema el sabor de tus ojos y Con el mundo entre las piernas. Los autores de semejante osadía son los aragoneses Insolenzia, unos rockeros de melena, micro y pluma al viento para escandalizar al que escuche sus temas o lea sus libros.
Aunque el orden de los factores, dicen, no altera el producto, se presenta una encrucijada al abordar estas obras: leer los libros mientras se escuchan los discos, escuchar primeramente los discos y luego darse a la literatura o empezar por la lectura para finalizar con la música. Allá cada uno y su capacidad de concentración o de disfrutar insolentemente con estos chicos sin límites.
El caso es que las páginas de estos tres tomos llevan a una historia de las de verdad, de las de la calle, de esas que de vez en cuando le ocurren al hijo de vecino de a pie. Alex y Selene son dos chavales de contextos opuestos pero con lazos en común, hilos suficientemente fuertes para comunicar Aragón con Asturias en una conexión plagada de deseo, añoranza y sentimientos de los que calientan las vísceras.
Insolenzia quizá no relate una historia de peli, mantita, palomitas, chocolate e intentar meter mano. Bueno. Quizá lo último sí. Lo suyo es más la chupa de cuero, el ahogar las penas con birras y todos los pensamientos calenturientos que se asoman por la mente de dos jóvenes, ya se llamen Selene y Alex o tú y ella o él y tú. El amor, el desamor y la pasión juvenil empapan algo más que tres libros en los que no solo están presentes las desavenencias de dos chavales con Cupido, unas familias que no son los Montescos y los Capuletos pero que tienen bastante tela o un polvazo en el baño de un tugurio.
El legado de la Guerra Civil y de unos tiempos en los que quizá el lector no pudiera informarse tranquilamente leyendo información sexual o no hubiera opción de que Insolenzia sacara un disco se rezuma a través de la historia familiar de Alex. Su padre es uno de los no pocos fantasmas que aún quedan por España, fantasmas con mucho peso sobre sus hombros y el remordimiento del «¿y si…?» merodeando como un buitre.
Esta trilogía es tan natural que se permite el lujo de narrar su realidad con alguna falta de ortografía que siempre es buena idea corregir para el futuro -todos somos humanos, así que mejor dejar la humanidad a un lado a la hora de revisar-. En estas novelas no se encuentra la riqueza literaria de otros libros, en efecto, pero cuenta con la peculiaridad de que combina los pensamientos del protagonista masculino con las grandes letras del rock patrio.
¿Acaso nadie interrumpe sus dramas con un buen rasgueo de guitarra? ¿Acaso nadie ha intentado vislumbrar alguna teta traviesa entre la camiseta de su prima? ¿Acaso nadie ha disfrutado de las miradas dirigidas al culazo que hace ese pantalón?
Mientras Alex presenta la insolenzia propia de quien tiene presentes sus sueños y lucha para hacerlos realidad con mucho corazón y quizá algo menos de cabeza, Selene encarna el supuesto racionalismo de quien llega a ser capaz de autoengañarse con sus sentimientos. Las dudas y ciertas compañías no son buenas consejeras, la distancia no ayuda y es que las incógnitas mentales son como las pirámides laberínticas egipcias: de ellas solo puede salir su arquitecto.
Las incógnitas mentales son como las pirámides laberínticas egipcias: de ellas solo puede salir su arquitecto
Aunque el enigma del segundo párrafo sigue presente sea cual sea la decisión tomada, lo cierto es que tantos los discos como los libros son capaces de transmitir emociones, que es el principal cometido de cualquier arte. Con el mundo entre las piernas y la mirada en el horizonte se llega al destino, es igual si a bordo de un coche de segunda mano o de la mano de quien nunca fue la segunda opción.
Insolenzia es un grupo musical y literario osado y que hace honor a su nombre -como Pereza (sic)-. Por tanto, incorporarlos a la estantería, a nuestras manos y su consiguiente movimiento en la entrepierna es una buena manera de acercarse a un rock español que nunca debe infravalorarse, independientemente de si lleva una guitarra al pecho o una pluma en la mesa.