Sergio estaba ansioso porque dieran las seis de la tarde, pues era viernes y como siempre, tenía llamado con Hanna, su jefa. Pese a que el fuera el mejor de los empleados de Hanna, era el que más castigos se llevaba al final del día. Diario era llamado a la oficina de la jefa, quien se encargaba de humillarlo y pedirle tareas a veces ridículas.
Pero Sergio necesitaba el empleo y siempre accedía y se doblegaba a los malos tratos de su jefa. Todos los viernes, se quedaba hasta tarde en la oficina a revisar contratos y haciendo anotaciones de las observaciones de Hanna, o por lo menos esa era la coartada perfecta para ambos. Nadie del piso sospechaba nada de lo que en verdad sucedía en aquel despacho.
Cuando el reloj marcó la hora, se notaba el nerviosismo de Sergio mientras sus demás compañeros desfilaban uno a uno entre los pasillos despidiéndose del pobre diablo y deseándole suerte con la estricta mujer. Sergio estaba solo en el piso.
Apagó el ordenador y se puso de pie para tomar un poco de aire. Arregló su corbata y revisó que su ropa estuviera perfectamente alineada antes de entrar a los aposentos de la jefa, tomó un largo y profundo suspiro y caminó hacia la puerta con una libreta y su móvil en la mano. Tocó un par de veces:
– Adelante
– Buenas tardes, licenciada, estoy listo.
Sergio entró y cerró la puerta pero no dio ni un paso más. Su jefa se encontraba sentada en la silla giratoria de espaldas con la mirada perdida en el ventanal. Desde ahí se apreciaba un hermoso atardecer. Sin decir nada, giró de repente y subió los pies al escritorio.
-¿Esa es la forma en la que recibes a tu Ama?
Sergio cayó de rodillas inmediatamente, agachó la cabeza y puso sus manos sobre sus piernas con las palmas hacia arriba. Hanna soltó una risa burlona y comenzó a desabrochar su blusa blanca.
-Eres un perro obediente.
Hanna se puso de pie y comenzó a caminar por la oficina mientras seguía desabotonándose. Se quitó la blusa y dejó relucir un arnés de cuero que sostenía sus grandes pechos. Después dejó caer su falda roja y dejó ver el conjunto de panties negros con ligueros y medias que vestía debajo. Sin quitarse las altas zapatillas, hizo de lado las prendas y se dirigió directamente hacia su empleado, quien se le abalanzó a los pies para besarlos. Enseguida, Hanna le lanzó un puntapié en las costillas y lo tomo del cabello.
-¿Crees que eso te salvara de tu castigo, imbécil?
-No mi señora…
-¡Basta, los perros no hablan!
Soltó del cabello a Sergio y se dirigió a su escritorio. La mujer lucía muy sensual con aquella lencería y su cabello suelto que bailaba en su caminar. Sus labios rojos dibujaron una sonrisa en su rostro al abrir uno de los cajones de su escritorio. Sacó una vara larga y delgada y volvió a sentarse en su silla.
Chasqueó los dedos y enseguida, el pobre empleado gateó hasta ella. Hanna se reía cruelmente del pobre Sergio, ella sabía que el pobre sujeto estaría dispuesto a hacer lo que ella quisiera y jugando con aquel fino instrumento, comenzó a azotarlo en las nalgas.
Sergio lanzaba una serie de alaridos que no se podían diferenciar entre dolorosos y placenteros. Hanna comenzaba a excitarse entre cada golpe que deja ir. Sergio podía oler la humedad de su Ama desde el suelo. La mujer se montó sobre la espalda del sujeto y volvió a agarrarlo del cabello hacia ella. Puso la vara entre sus dientes y sin soltarle el cabello, comenzó a darle una serie de nalgadas.
Hanna estaba excitada y cuando logró dejar de castigar a su perro, volvió al escritorio por un juguete más. Éste jamás lo había usado con Sergio. Se dirigió hacia él y le pidió que se tumbara en el piso boca arriba. La mujer se sentó en su torso y ahí Sergio pudo comprobar la humedad que había olido antes.
Hanna colocó una mordaza a su perro, una mordaza que por fuera, llevaba un dildo de goma:
-Mi perro ahora me dará placer…- susurró antes de abofetear un par de veces a Sergio.
La mujer se hizo de lado las ya mojadas bragas y se acomodó para comenzar a penetrarse con aquel dildo. Sergio veía como se abría el sexo de su Ama y como le vibraban las nalgas cerca de su rostro, pero tenía prohibido tocarla. Hanna gemía y rasgaba la ropa de su empleado y cuando estuvo a punto de correrse, quitó bruscamente la mordaza del sujeto y frotó su sexo hasta escurrir por completo en el rostro de Sergio quien recibía la lluvia de Ama con la boca abierta.
Cuando Hanna se repuso, vio una enorme mancha en el pantalón de Sergio. Se puso de pie, mientras él se mantenía agitado con los ojos cerrados y entonces, lo pateó:
-Eres un miserable perro asqueroso. Lárgate, no quiero verte aquí otra vez.
Sergio se puso de pie enseguida. Tomó su libreta y su móvil para cubrirse el pantalón y secó su rostro con las mangas de su camisa. Hanna volvió a sentarse en su silla con los pies sobre el escritorio mientras encendía un cigarrillo:
-Antes de que te vayas, necesito un reporte completo de este mes para el lunes temprano, imbécil.-
Twitter: @karlagore