Las olas golpean con fuerza, el atardecer es tan bonito como lo recordaba, hacía demasiado tiempo que no venía a distraerme de este mundo… y menos acompañada. La miro de reojo, no entiendo por qué me pone tan nerviosa, me despierta algo que nadie pudo, me siento débil, desprotegida ante ella, pero a la vez, al mirarla, me es imposible quitarme de la cabeza las dos desnudas, caminando por la playa, con el aire acariciándonos la piel, el sol calentándonos las mejillas.
Soy incapaz de no pensar como la desnudaría una y otra vez, notando su piel en un sinfín de roces, fundiéndonos la una con la otra, tocando una sinfonía que tuviera como instrumento su piel. La continúo observando, desquiciada, el hecho de imaginarnos desnudas hace que se me acelere el corazón.
Verla con esta luz me lleva a lugares desconocidos, absorta por su belleza. Nuestras manos se distancian escasos centímetros, algo me impide salvarlos y que nuestros cuerpos tomen contacto. ¿Y si me lo niega? Mi mente sigue surcándola en pensamientos, imágenes pintadas por sus gemidos. Huelo su perfume, soy incapaz de quedarme quieta, decido cogerle la mano en acto de valor.
La miro, me mira y sonríe. Observo detenidamente su escote, lleva un sujetador negro. Verlo solo consigue aumentarme la temperatura, acelerarme el corazón y acercarme más a ella. Le miro los labios, apenas puedo contener mis impulsos. Quiero besarla. ¡Necesito besarla! notar sus húmedos labios. Nuestras miradas siguen hablando, manteniendo tal sintonía que ni el mismísimo cielo rompería.
Mi impulso es acercarme a su boca, veo que no cede. Estoy nerviosa, más de lo que cabría esperar, pero es imposible negarme a este júbilo, a esta irrefrenable voluntad que me atrae y me llama. Necesito venderme a ella. Continúo el aparentemente largo camino hasta sus labios, ella secunda, no parece importarle.
A escasos centímetros decido pararme, una última oportunidad a la opción de correr, evitarlo, pero me es imposible, su perfume termina envolviéndome, cegándome y atrapándome con ella. Me enfrento a la recta final, nuestros labios se juntan, se funden en un beso cálido, húmedo.
Mi mano se posa en su cintura mientras noto el tacto de sus labios, escribiendo sinfonías de pura sensualidad en los míos. Noto como el corazón se me acelera, la respiración se me agita, mis manos tiemblan, necesito más. Empiezo a bajar los besos por su cuello, buscando un sendero inexistente, que me lleve a ninguna parte, me da igual.
Quiero perderme en su cuerpo, perderme para siempre, memorizar cada centímetro de su piel. Mis labios, juguetones llegan hasta su hombro, fundiéndome en cada beso, sintiéndolo como si fuera el último. Me vuelvo a desviar, besándola por debajo de la barbilla, fijando mi fin en su escote. Por el contrario, mi mano levanta el vuelo hasta su pierna, su muslo se tensa.
Noto como se le erizan los vellos y se le escapa un casi imperceptible suspiro, no soy la única que se muere por fundirnos la una con la otra. La otra mano decide desviarse y botón a botón desabrocharle la camisa, continúo los besos, cada vez más abajo, llegando hasta tan preciadas y ansiadas tetas. Una vez desabrochada la camisa, soy incapaz de resistirme a bajarle el sujetador, dejándole al descubierto los rosados pezones irradiados por el sol y puntiagudos por la brisa marina.
Mi lengua deseosa de juego va en su búsqueda, rodeándolos con largas y profundas lamidas. En el muslo, hasta el momento inmóvil, empieza un sutil movimiento hasta su ingle, reptando suavemente, hasta tan preciado fruto. Noto como su respiración se entona más agitada, puedo sentir su deseo, su ardor.
Mis labios continúan el lascivo juego con sus pezones, acariciándolos con suaves bocados y serpenteantes movimientos de lengua, mi mano sigue subiendo hasta su ingle, separo mis labios y la miro a los ojos, se muerde el labio y lo entiendo. Es la venia que me otorga total impunidad sobre nosotras, ahora es mía y yo soy suya.
Por fin las yemas de mis dedos consiguen acariciar el rugoso tacto de su tanga, el cual esconde el ansiado botín de tal asalto. Puedo notarlo, húmedo, caliente, pero sobre todo deseoso de juegos, caricias. Aparto ligeramente el tanga, y con un dedo juego con su clítoris, suavemente, dejando subir la temperatura, así como la humedad. Me mira a los ojos, métemelo, me susurra, pero soy mala y quiero que se muera de ganas, le acaricio los labios, suavemente.
Cuando menos se lo espera, decido metérselo, suave y firme a partes iguales, se le escapa un gemido y su rostro dibuja una expresión de total placer. Comienzo a moverlo, notando sus paredes mojadas, muy húmedas. Es cuando decido meterle el segundo dedo, moverlos al unísono, fundiéndome con ella. Cada vez más rápido, queriendo prender la mecha de su placer.
Noto su respiración cada vez más agitada, empieza a temblar, se tensa y sus suspiros se transforman en gemidos. Su mirada solo me dice que siga, que no pare. Y eso hago, continuo moviendo los dedos cada vez más rápido, está descontrolada no para de temblar, me mira a los ojos, sus pupilas se dilatan por completo a la vez que noto mi mano empapada.