El éxito en la postura del misionero

En el mundo del sexo existe un ABC de términos sexuales que están muy presentes en nuestro repertorio. A su vez, no deja de ser cierto que hay quienes prefieren explorar nuevas posibilidades y salir de un abanico en el que la postura del misionero es uno de los grandes clásicos. Pero, ¡cuidado! No por ello debemos denostar una pose sexual que puede brindar grandes orgasmos.

Pongámonos en situación del porqué del nombre de esta posición, en la que es el varón quien cubre a la mujer y lleva la iniciativa del coito. En pleno siglo XVIII, el marino británico James Cook comandaba las expediciones en nombre de la Gran Bretaña hasta la llegada a Samoa. Allí se encontraron con todo un escándalo para la época: las féminas podían cabalgar al hombre e incluso practicar formas sexuales en cuclillas.

Esa tropelía no sentó bien a los colonizadores, quienes trataron de enseñar a la población local que la forma natural del acto sexual, encaminado meramente a la reproducción y no al placer, era en la hoy conocida como postura del misionero. Este sobrenombre se lo pusieron los samoanos, mosqueados por las restricciones impuestas en cuanto a su forma de disfrutar de su vida íntima.

Postura del misionero

La postura del misionero: de la teoría a la práctica

Una vez sabido el origen histórico de esta modalidad sexual llega el momento de saber si la estamos efectuando apropiadamente y cómo potenciar sus posibilidades, ya que pese a su clasicismo no deja de ser una interesante vía de disfrute. En primera instancia, como ha quedado claro, se parte de que el varón se tumba sobre la mujer y lleva la iniciativa. Hasta aquí de acuerdo, ¿no?

En la postura del misionero son ellos quienes tienen una mayor capacidad de movimiento y de iniciativa, ya que son las mujeres quienes en esta ocasión se encuentran con un protagonismo secundario, al menos en lo que se refiere a los ritmos del acto. Por lo tanto, los chicos tampoco deben confiarse en el ejercicio de esta posición, ya que sobre ellos recae una responsabilidad que deben asumir para multiplicar el placer que ofrece esta pose.

Dada esta mayor libertad, una de las principales recomendaciones para el público masculino pasa por el movimiento de cadera durante la penetración en busca de hacerla más profunda y generar unas sensaciones más intensas en la vagina receptora. La gestión de la energía es otro aspecto que merece control, ya que una excesiva intensidad inicial puede reducir los tiempos de la eyaculación, mientras que un buen manejo del tempo del acto sexual eleva la excitación para ambas partes.

En cuanto a la posición, el estado físico del implicado también juega su papel en esta obra. Los hombres que tengan cierto sobrepeso pueden llegar a oprimir demasiado a la mujer al tumbarse sobre ellas, una situación un tanto incómoda que resta puntos a la postura del misionero e invita a probar otras posibilidades.

Un chico en buena forma tiene ante sí la capacidad de demostrar su vigor al apoyarse en uno solo de sus brazos y utilizar el otro para estimular el clítoris, detenerse en los pezones o llevar a cabo -con consentimiento- las múltiples ideas que pueden rondar su cabeza. Eso sí, esta variante genera un cansancio importante, así que lo mejor será saber cuándo volver a recuperar el doble apoyo de los brazos.

Postura del misionero

Las mujeres y la postura del misionero

No porque esta variante sexual descargue el protagonismo sobre los hombres quedan las féminas libres de posibilidades. Su movilidad puede ser reducida, sí, pero preparar un cojín y apoyarse sobre él aumenta la capacidad de movimiento una vez en faena. Las piernas, por su parte, tienen también su relevancia para explotar más opciones de placer.

Como es lógico, antes de la penetración la mujer abre sus piernas, pero una vez el pene dentro de su vagina puede cerrarlas parcialmente para dar la sensación de una penetración más profunda. El chico siente esta diferencia y la chica percibe una mayor inclinación del pene sobre su vagina y las repercusiones sensoriales que ello genera.

Además, las piernas pueden servir para atrapar al hombre si se enredan por detrás de él en torno a su espalda, una presión que puede incrementar el ritmo del coito. Las más flexibles pueden elevarlas hasta los hombros de su acompañante para facilitar el contacto y propiciar una acción más intensa. No debemos olvidar que los brazos femeninos están libres, así que pueden acabar apretando contra sí el culo del hombre que tienen sobre ellas o dejarse caer por su clítoris para complementar con nuevas sensaciones la penetración.

La postura del misionero, a nivel psicológico, genera en el hombre una sensación de poder y dominación, de marcar él la pauta del sexo, que puede servir como importante factor de excitación. A su vez, en las mujeres puede inducir al sentirse sometidas, bajo el control de la otra persona, aspecto que es también un punto valorable en las relaciones sexuales.

La gran proximidad de los rostros bajo esta posición ofrece también un factor emocional que los más enamorados también deben considerar. Además de los besos, se propicia la mirada mutua a los ojos y el sentimentalismo que puede conllevar.

Tampoco se debe olvidar que la postura del misionero es relativamente sencilla, no requiere grandes complicaciones y es muy apta para un público poco iniciado en materia sexual. James Cook, por tanto, puede ayudarte a descubrir nuevas opciones en tu cama -o donde sea- y a colonizar nuevos territorios sexuales que no por clásicos son menos disfrutados. Ni mucho menos.

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