Conocí a Rubén en redes sociales. Desde siempre fui fanática de la música electrónica y ese gusto me llevó a conocer su trabajo como artista de este género. Platicamos en distintas ocasiones y descubrimos la química que existía entre nosotros, sin embargo había un detalle bastante chocante: él vivía al otro lado del mundo. Mi simpático amigo vivía en España y yo en México.
La buena vibra que manejabamos a través de los chats, nos llevó a hablar por teléfono en pocos días. Me fascinaba su voz. No fue sino hasta una semana después que por la noche le confesé lo mucho que me gustaba oírlo hablar. Su reacción no fue sino que provocarme al teléfono:
-¿Te gusta mi voz o te gusta algo más de mi? –
Mi cuerpo se estremeció por completo. Sabía que era el momento perfecto para iniciar una charla candente con aquel desconocido que de un momento a otro me hizo mojar las bragas.
-Me gustas tú – susurré tratando de imitar su tono seductor.
La charla continuó hasta las últimas y deliciosas consecuencias. Escuchar sus jadeos a través de la bocina fue una experiencia grandiosa. Conforme pasaban los días, nuestras charlas comenzaban a tener más intensidad. Rubén me describía cada detalle: el clima, la música, la lencería con la que me vestiría y todo lo que me haría en la habitación, en el salón, la cocina y hasta en público.
Continuamente me enviaba fotos de sus erecciones o videos del momento justo en que terminaba, por otra parte yo le mandaba fotos en posiciones sugerentes o tocándome. Cuando coordinabamos tiempos, podíamos exhibirnos en videollamadas. Me encantaba sentirme deseada por aquel hombre que me seguía pareciendo un total desconocido, pese a que a lo largo del día platicaramos de asuntos diferentes ajenos al sexo.
Pasaron tres meses y un buen día Rubén me pidió mi dirección.Quería hacerme llegar un regalo sorpresa. Me resultó un poco extraño pero no dudé en darle la información. Una semana después, mientras llegaba a mi departamento después del trabajo, el portero me entregó un paquete que había llegado para mi desde Madrid. Estaba emocionada por abrir el paquete y me contuve de revisarlo en ese momento. Subí a mi departamento y me serví una copa de vino. Sabía que era muy tarde para llamarle así que esperé hasta el siguiente día.
Salí a una reunión por la mañana. Le conté por mensajes que su regalo había llegado por fin. Rubén insistió en que no lo abriera hasta que pudiéramos tener una videollamada. Para mi fortuna, mi junta terminó a medio día por lo que pude regresar temprano a casa. Cuando llegué, me comuniqué con Rubén quien enseguida me llamó.
Me instalé en el salón con una tableta para poderlo ver en videollamada y después de charlar brevemente, me pidió que abriera el regalo. Rompí la envoltura y descubrí que mi regalo era un vibrador. Solté una risa nerviosa. Rubén no dejaba de verme atentamente y me ordenó que me desvistiera y me sentara sobre el sofá con las piernas abiertas.
Seguí sus instrucciones. Mi cuerpo temblaba. Jamás había usado juguetes sexuales y no estaba segura de como usar éste. Me sentía nerviosa. Rubén me pidió que cerrara los ojos, que me relajara y que tuviera a la mano el vibrador:
-Espera Rubén, la verdad es que no sé como usar esto…-
-Shhh, tú tranquilízate y déjamelo todo a mi. Sólo cierra los ojos y escucha mi voz…-
Le hice caso.
-Quiero que deslices tus dedos sobre tus labios, hasta que te humedezcas. –
No tenía que hacer mucho, su sola voz provocaba una inundación en mi interior. Me pidió que me restregara el vibrador. Lo tomé firmemente y obedecí. Entonces, comenzó a funcionar por sí solo. Salté del susto, no sabía como se había activado y fue entonces que entendí que yo no tenía el mando del vibrador, sino él.
Desde la pantalla me mostró su celular y me explicó que el juguete lo podía controlar a distancia. Continuamos con el juego. Mientras yo disfrutaba de las vibraciones de aquel objeto, Rubén se desnudaba y manipulaba las velocidades. La sensación era deliciosa. Sentía que mi cuerpo vibraba por dentro. Me sentía vulnerable, sabía que en cualquier momento podía terminar.
Rubén se tocaba frente a la pantalla y mientras manipulaba el vibrador, me veía atento en cada reacción. De un momento a otro, la intensidad subió y no pude evitar gemir y estallar. Por primera vez, lancé chorros de mis propios fluidos y comencé a temblar. Los gemidos de Rubén se hicieron más altos y por la pantalla pude ver cuando terminó. Jadeábamos.
Los días continuaron y el vibrador que me regaló resultó magnífico para nuestros juegos. Comencé a usarlo en la oficina, en juntas, en el auto y demás lugares públicos. Rubén disfrutaba de hacerme sentir placer a través de aquel objeto en diferentes lugares. Yo obedecía.
Pasó medio año para poder vernos en persona. Los nervios me comían. Temía que las expectativas pudieran rebasarnos y aún así, cuando Rubén vino a un show en México, lo primero que quiso hacer fue verme.
Fui a recogerlo al aeropuerto. Cuando lo vi por primera vez, me paralicé por completo víctima de un fuerte dolor de estómago. Rubén me dedicó una sonrisa y se dirigió hacia mí. Mi apuesto amante a distancia. Sabía como seducirme con esa sonrisa enternecedora combinada con esa mirada perversa.
Me abrazó. Cuando nos separamos, tomó mis rostro con ambas manos y me besó. Sus labios no fueron delicados y los míos lo recibieron con esa vehemencia y desesperación. La gente a nuestro alrededor nos veía sorprendidos. De no ser por ellos, juro que nos hubiéramos desnudado ahí mismo para poseernos.
Eran las cinco de la tarde y mi departamento quedaba a una hora del aeropuerto. Pedimos un Uber y nos trasladamos hasta mi lugar. En el auto íbamos abrazados y besándonos:
-Espero que traigas tu juguete en estos momentos – susurró a mi oído.
-Por supuesto, desde que me lo enviaste, lo llevo conmigo siempre –
Saqué de mi bolso el juguete. Subí un poco la falda de mi vestido, hice de lado mis panties e introduje el vibrador entre mis piernas. Rubén sacó su teléfono y ordenó la vibración más baja. Sentía el cosquilleo. Comenzó a besarme de nuevo y conforme sus labios y su lengua me aprensaban, la vibración entre mis piernas empezó a acelerar.
Comenzó a llover. Los ruidos de nuestro besuqueo incomodaron al conductor, quién optó por elevar el sonido del estereo y evitar mirar el espejo retrovisor. Rubén tocaba mis piernas y me sujetaba fuerte de los brazos. Me fascinaba. Cuando bajamos del auto, los cristales estaban completamente empañados.
Subimos a mi departamento con su equipaje y una vez que entramos, nos deshicimos de la ropa. Lo hicimos en el salón, con prisa y desenfreno. Al día de hoy me atrevo a confesar que Rubén no fue un buen amante. Pasó al menos una semana en mi departamento y trató de aprovechar cada momento para estar conmigo, seducirme y hacerme suya, pero no lo consiguió. Parecía como si mis expectativas hacia él se hubieran volcado.
En todo momento fui receptiva con él, sin embargo comprendí que lo que me volvía loca era que jugara conmigo y con aquel vibrador. Me encantaba verlo con aquella mirada perversa que me derretía y aquel gesto cuando se mordía el labio inferior. Me excitaban sus labios y besaba muy bien, pero en lo demás, mi vibrador lo superó por completo.
Pasaron los días y seguí jugando a la distancia con Rubén. No le propuse volver a vernos. Después de algunos meses, mi seductor amigo empezó a salir con una chica de su ciudad y tuvimos que despedirnos. Salí con algunas personas después de Rubén, pero nada fue lo mismo.
No he vuelto a hablar con Rubén desde entonces, sin embargo el legado del juguete que me obsequió continúa. Me encanta conseguir amigos que estén dispuestos a verme disfrutar con el vibrador mientras lo manipulan ellos mismos. Me encanta chorrearme usándolo y es por eso que hasta ahora puedo asegurar que este objeto ha sido mi mejor amante.
Twitter: @karlagore