Es de obligado cumplimiento empezar el segundo capítulo de la antología ‘Pin-ups de ayer y de siempre’ hablando de una de nuestras españolas más internacionales. No, no es Sara Montiel, ni Carmen Sevilla (aunque fácilmente podrían) sino Rita Hayworth.
Quizá este nombre suene poco ibérico para el lector, pero si hablamos de Margarita Carmen Cansino Hayworth todo cuadra más. Dado que ella nunca se dedicó al modelaje, podría no entrar en la categoría de pin-up, pero su carrera como actriz la convirtió en todo un icono sexual de la época.
La Iglesia Católica española calificó a ‘Gilda’ (1946) como una película “gravemente peligrosa” solo por la escena en la que ella se quita sensualmente un guante. Hay que admitirlo, cualquiera de nuestros antepasados ha sido mucho más épico de lo que seremos nosotros jamás, pero, antes de todo, hay que rebobinar y volver al inicio.
La española Rita Hayworth
Efectivamente, Rita Hayworth era más española que la figurita del toro puesta encima del televisor, aunque solo por parte de padre. Nació hace 100 años, concretamente el 17 de octubre de 1918, en Nueva York. Su progenitor era el bailarín español Eduardo Cansino Reina, natural de Castilleja de la Cuesta (Sevilla), y su madre era otra bailarina, Volga Margaret Hayworth, de ascendencia irlandesa e inglesa. Rita creció en el seno de una familia artística como la mayor de tres hermanos que también se convertirían en actores, aunque no alcanzarían la fama de su hermana.
No todo era un camino de rosas en la familia. Hayworth formó pareja artística con su padre, que abusó de ella en incontables ocasiones, algo que acabó marcándola profundamente. Durante una de sus actuaciones en Tijuana (México), un productor de la cadena Fox puso sus ojos en la joven.
A los 16, todavía con el pelo castaño y con el nombre de Rita Cansino, debutó con El infierno de Dante (1935), en la que demostraba no solo su sangre más andaluza sino una sensualidad impropia de una adolescente que Hollywood no dudaría en explotar.
Dos años después se casó con un empresario de Hollywood. Esto le permitió huir de su padre, pero su nuevo compañero pronto le dejó claro que, en pro de convertirse en una estrella del celuloide, Hayworth debía acostarse con todos los hombres que pudiera. Por aquel entonces comenzó su transformación; abandonó el apellido paterno para convertirse finalmente en Rita Hayworth y se tiñó de pelirroja (un color muy erótico durante los años 30 y 40).
Su primer marido solo veía en ella a la gallina de los huevos de oro. “Él me ayudó con mi carrera y se ayudó a sí mismo con mi dinero”, llegó a asegurar la actriz. Se divorciaron en el 42 y esto casi deja a la intérprete en la ruina. Sin embargo, Rita ya era una gran figura dentro del séptimo arte.
Frank Sinatra dijo de ella que «Rita Hayworth es la Columbia». Apenas un año antes había vuelto a sus raíces españolas para interpretar a Doña Sol en la adaptación de Sangre y arena, de Vicente Blasco Ibáñez, lo que la convirtió en una sex-symbol consagrada y en la actriz mejor pagada del momento.
Los que la conocía aseguraban que Margarita de carácter tímido y bondadoso, algo muy alejado de la sensualidad y la fuerza de sus personajes. Levantaba pasiones y uno se los magnates de la Columbia, Harry Cohn, estuvo toda la vida obsesionado con ella, aunque ella jamás respondió a sus invitaciones.
Como no puede ser menos en la vida de una gran diva de Hollywood, poco tardó en encontrar de nuevo el amor junto a otro grande; Orson Welles. El polifacético artista se enamoró de ella cuando la vio en la portada de la revista ‘Life’ y juró que sería su mujer. Y efectivamente, ambos cayeron prendados el uno del otro.
A una de las parejas más mediáticas del momento se la bautizó como ‘La bella y el cerebro’. De esta unión nació la pequeña Rebecca, toda una alegría para su madre. Welles pronto abandonó la unidad familiar en pro de otros proyectos y de otros brazos femeninos. Dicen que los celos del director le llevaron a tildar a su mujer de “idiota” ante la prensa y que Rita, acostumbrada a las vejaciones desde niña, había acostumbrado a callar.
La bomba Gilda
Explosiva, irreverente, innegablemente sexual y tremendamente avanzada para su tiempo, así fue la Gilda de Rita Hayworth. La película la convirtió en una leyenda, en aquel momento solo la superaba una meteórica Marilyn Monroe. Amado Mío y Put the balme on Mame fueron dos de sus canciones icónicas, esta última interpretada mientras realizaba un brevísimo striptease. La actriz solo se quitaba un guante, pero esos ojos chispeantes y esa sonrisa llena de promesas hicieron que la película se calificase como “gravemente peligrosa” en algunos países como el patrio.
Su fama fue tal que un grupo de exploradores decidió iniciar una expedición a los Andes para enterrar una copia del filme con el fin de protegerla ante un inminente ataque nuclear. La imagen de la actriz fue plasmada en la bomba atómica de pruebas arrojada por Estados Unidos sobre las Islas Bikini, algo que enfureció a Hayworth dado su carácter pacifista.
El declive de Rita y el nacimiento de un mito
En 1947 su matrimonio con Welles se fue a pique. El cine la había encumbrado como un mito sexual inmortal, pero la actriz se quejaba de que «todos los hombres que conozco se acuestan con Gilda, pero se levantan conmigo».
Durante los años 50 participó en numerosas películas, pero ninguna llegaría a tener el éxito de ‘Gilda’. En total se casó hasta en cinco ocasiones y tuvo dos hijas. Además de Rebecca tuvo a Yasmin junto a el príncipe y playboy Ali Khan. Bebedor, mujeriego y ludópata, maltrataba a la intérprete física y psicológicamente.
James Hill, su quinto marido, fue igual de cruel. Rita se divorció de él alegando “crueldad mental”. Hill vejaba a su mujer en público y el privado. Durante una cena en España con el también actor Charlton Heston y su mujer se hizo patente, tanto que el protagonista de ‘Ben-Hur’ la calificaría como “la noche más vergonzosa de mi vida” en sus memorias.
Durante los 60 y 70 Hayworth trabajó en producciones modestas. El prematuro Alzheimer que sufría hacía muy difícil que memorizase los guiones y fue minándola físicamente. Tenía solo 50 años y se le achacó al alcoholismo ya que la enfermedad no fue diagnosticada hasta 1980. Murió unos meses más tarde, el 14 de mayo de 1987, a los 68 años, en su apartamento de Manhattan.
Rita fue uno de los iconos más sensuales que sobresalía en una sociedad alienada sexualmente durante la guerra, pero como la Malena (2001) que retrató Tornatore, La diosa del amor fue deseada pero no querida por los hombres de su vida. Sin embargo, siempre será una inspiración y un símbolo de elegancia y erotismo.